«Fiché
como redactor de primera,
un apartado raro que
había entonces
y que, en mi caso,
obligaba a la sustitución
del redactor jefe»
«Así
se hacían los
periódicos
entonces, un poco
de espaldas a las
noticias de afuera
y un mucho de cara
a la enjundia de la
ciudad»
«Fui director
en los tiempos de
la brega con Fraga.
Un director que quería
seguir siendo un pintor» |
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En 1941, yo estaba rematando la
carrera en Filosofía y Letras
cuando el Tribunal de Represión
de la Masonería torció
mi rumbo y me hizo periodista. Como
lo oyen. Le dio un repaso al periodismo
y, como no debía de contar
con más datos que el nombre
y los apellidos, todos los que los
tenían corrientes cayeron
como presuntos. Entre ellos, alguien
tan de espaldas a eso como Eduardo
López Pérez, redactor
jefe de El Norte. El Norte, claro,
lo mantuvo en su nómina y
en su afecto, pero para el cargo
se trajo del ‘Regional’
a Ángel de Pablos. Y en el
‘Regional’ acusaron
su falta y alguien pensó
en mí. Yo estaba para irme
a Madrid, a Bellas Artes, pero,
como en casa no había dinero,
vi el cielo abierto. Un par de años,
oficialmente como crítico
de pintura y música, y a
otra cosa. Esa cuenta de dos años
va por los sesenta y cuatro, de
momento. De ellos, más de
cincuenta en El Norte.
Lo primero que hice en El Norte
fue una serie semanal de extraordinarios
con motivo del centenario. Fiché
como redactor de primera, un apartado
raro que había entonces y
que, en mi caso, obligaba a la sustitución
del redactor jefe en descansos semanales
y otras circunstancias.
El Norte era para mí un lugar
conocido, ya que mi padre era el
crítico musical de la casa
y muy amigo de don Francisco de
Cossío y de don Francisco
Antón, director y subdirector,
respectivamente, del periódico.
Así que yo, que era una especie
de apéndice de mi padre,
iba con él y con Jorge Guillén
y con Cristóbal Halla a las
tertulias en la Dirección
de El Norte, que así se hacían
los periódicos entonces,
un poco de espaldas a las noticias
de afuera y un mucho de cara a la
enjundia de la ciudad.
Solo que una cosa es ir de niño,
a oír y callar, y otra, de
medio redactor jefe, a opinar.
No estaba, desafortunadamente, Cossío.
En su puesto, es un decir, había
un sacerdote, don Gabriel Herrero,
cuyo conocimiento del periodismo
era de lo más tangencial.
Estaba impuesto por la autoridad
vigente. Y, las cosas como son,
se dejó torear bastante bien.
O sea que, como dije en cierta ocasión
–creo que cuando se murió–:
«A este hombre no hay que
agradecerle lo que ha hecho, sino
lo que no ha hecho». Porque
casos hubo en aquellos tiempos en
los que un director acabó
con el periódico…
Cuando Herrero dejó de ser
director, pasó a serlo Delibes.
Y yo, subdirector. Y luego, director,
en los tiempos de la brega con Fraga.
Un director que seguía queriendo
ser un pintor a tiempo completo.
Así que un día eché
a volar. Pero no mucho después,
El Norte volvió a ficharme,
solo que, gracias a Dios y por fin,
para no mandar. Y aquí sigo.
Del siglo y medio del periódico,
más de medio siglo con mi
presencia. Y lo que el cuerpo aguante…,
que no da señales de dejar
de aguantar. |