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17 de octubre del 2006: concierto conmemorativo y entrega del Premio Vocento a los Valores Humanos a Miguel Delibes. Información, discursos y álbumes de fotos.
 

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18/10/06

He vivido sin vivir en mí (Discurso de Delibes)


Majestades, autoridades, amigos y compañeros de Vocento, compañeros y amigos de Castilla y León.

Ésta es mi primera escapada festiva tras una reclusión de dos lustros, abatido por una operación de cáncer, en puro estado contemplativo, es decir, acallando mis dos grandes pasiones: escribir y cazar. En este lapso he vivido sin vivir en mí, en una decadencia progresiva que no he sabido detener. «¿Es que ha estado usted enfermo?», me preguntarán ustedes. Eso creía yo, pero los cirujanos se apresuraron a aclararme que lo mío, así dure veinte años, no es propiamente una enfermedad, sino el mero discurrir del tiempo tras una operación quirúrgica delicada, como si dijéramos aprendiendo a vivir de nuevo. Algo que, cuando éramos más sencillos, ingenuos y directos, denominábamos convalecencia, palabra desoladora que no nos constreñía a abandonar la esperanza. A contrapelo, yo sé hoy que un postoperatorio es como una enfermedad que empieza tras un cáncer bien operado y termina -al cabo de dos, cinco o veinte años- cuando la vida y la recuperación del enfermo ya no dan más de sí.

Tan desagradable situación me impide estar sentado ahora entre ustedes de forma más amena, charlando de esto y de lo otro, y me obliga a contarles mis miserias a distancia, a través de un extraño invento audiovisual.

Paralizado por este ocio forzoso, la concesión del premio Vocento no ha dejado de sorprenderme. «¿Qué valores humanos habrá visto nadie en mí la última década, en la que no he hecho cosa más emocionante que respirar?» «Pero -me dicen- mientras respiraba usted seguía siendo un hombre dotado de valores humanos. Un hombre atento a la grave crisis moral de la Humanidad, capaz de reivindicar viejos valores como la solidaridad y la comprensión, esenciales a nuestra especie, mientras la más de las personas se obstinaban en despenarse en los más fáciles abismos del placer y la frivolidad». Se diría que el «rey de la creación» ha decidido olvidar unos valores que le iban resultando ya un poco aburridos, tirando por caminos fáciles y confortables. Renunció, a pesar de saberse parido por mujer, a lo que en él había de humano, y se limitó a gozar de la vida, ajeno a toda posición moral.

Entre tanto, algunos hombres más nobles creaban un premio a los valores humanos. El hombre humano se iba haciendo tan raro en este mundo que bien merecía ser distinguido. La vida se nos escapaba entre los dedos, la pérdida de ozono nos abrasaba, la contaminación de aire y agua hacía invivible la Tierra, las gentes agredían, mataban, violaban, descuartizaban, incendiaban, destruían... El hombre se había convertido en lobo para el hombre, en palabras de Hobbes. A lo largo de los siglos no había conseguido evitar el estigma de Caín, despreciando cualquier valor a cambio de una absoluta insensibilidad hacia el mal.

Ante tan sórdido panorama, los amigos de Vocento reculan, reivindican antiguas aspiraciones, y deciden poner los medios para rescatar la dignidad humana. Intentan devolver al hombre sus viejos valores, servir a la naturaleza y a sus semejantes. En una palabra, los hombres de Vocento tratan de regenerar la humanidad. Creen, como San Benito, en una sociedad civil útil a sí misma y crean, además, un premio de bello nombre, «premio a los Valores Humanos», para intentar rescatar la moral perdida.

Sin embargo, yo, con mi conocido escepticismo y tozuda desconfianza, me pregunto: «¿Es justo que se me otorgue a mí este premio, cuando son tantos los hombres que hoy se desvelan por salvar a la Tierra?» «Usted defiende a los desvalidos -me responden-, apuntala la Naturaleza, propone la conservación de la Tierra, y la paz y el amor entre los hombres. Y lleva tan lejos esta defensa de la ley moral que incluso interviene en el duelo de la perdiz con el cazador humano para que también reine allí la equidad, de manera que nadie quede indefenso». Estos seres sensibles, por lo visto, aspiran a que la norma moral vuelva a imperar entre los hombres y los valores de éstos a apreciarse.

De ahí mi gratitud para los amigos de Vocento que generosamente me han concedido su galardón anual y para Sus Majestades los Reyes de España, que han dado brillo al acto desplazándose a Valladolid. El Rey, reiterándose en su apoyo a lo que es justo; la Reina Sofía, entregada a los que sufren y recientemente premiada como inspiradora y codirectora del libro más bello editado este año en España, con objeto de ayudar a los innumerables afectados por el mal de Alzheimer.

En la vida militar solía decirse del recluta virgen, que aún no había entrado en fuego, que «el valor se le suponía». Ante la visible crisis moral que seguimos padeciendo, los hombres de buena voluntad aspiramos a lo mismo, es decir, a que, por el hecho de serlo, todo hombre nacido de mujer llegue a la Tierra dotado de unos valores humanos que enaltezcan al planeta en que vive. Nada más y muchas gracias a todos.

 

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