El cheli y otras movidas

El escritor dio cancha literaria a la jerga de la calle y apadrinó a los chicos de las zamarras de cuero

Iñaki Esteban

 

DICCIONARIO CHELI
Umbral publicó en el año 1983 ‘Diccionario cheli’, obra en la que se atrevió a recoger la jerga juvenil de los tiempos de la Movida madrileña, lo que en aquella época supuso toda una novedad. De esta manera, Umbral recogía expresiones a las que definió como «un argot generacional» que con el tiempo –sudaca, pasota, camello y yonqui, entre otros– ha sido aceptados por la RAE.

 

 

 

 

Lo de Umbral y la Movida fue un matrimonio de conveniencia que funcionó de maravilla. El cronista vio ante sí un panorama rico, nuevo y colorido, en el que precisamente había movida a todas horas, un chollo para quien tiene que parir una columna diaria. Y los miembros de la ‘jet underground’ de aquel Madrid –Alaska o Ceesepe– vieron en los escritos de Umbral un valioso altavoz.

Umbral salió a la calle como si fuera Baudelaire, para gozar de la visión de la gente que pasaba por allí, y se encontró con unos jóvenes con crestas y chupas de rockers, con aspirantes a escritores y con toda una fauna bohemia que empezaba a disfrutar de la libertad de la democracia. Precisamente su columna en ‘El País’, de 1976 a 1983, se llamó ‘Spleen de Madrid’, en un homenaje palmario al poeta francés, autor de ‘Spleen de París’. Madrid aspiraba a capital de la modernidad, después de la deblacle de Barcelona de finales de los setenta, y Umbral tenía sitio y plaza para ser su cronista mayor. Es verdad que los chavales leían revistas como ‘La Luna’, los fanzines de la Cascorro Factory y escuchaban Radio 3. Pero esto no bastaba. Para llegar a ser lo que la Movida llegó a ser, se necesitaba algo más.

Lo primero, un nuevo lenguaje, el cheli; o mejor, un lenguaje que sonara a nuevo aunque fuera bastante casticista. El ‘undergound’ madrileño –como tal, anterior a la Movida– rescató la jerga carcelaria y gitana, que a su vez ya había empleado Valle-Inclán. El cronista usaba palabras como ‘demasié’, ‘dabuten’ –ambas en desuso– o ‘mogollón’, integrada ya en el vocabulario más corriente. E hizo del barrio de Malasaña la patria de aquel idioma.

Además, Umbral le dio a la Movida un cierto aire intelectualoide gracias a eso que se llamó ‘posmodernidad’. El autor fue un maestro en lo que los anglosajones llaman ‘name dropping’, las negritas de los textos. En los ochenta dejaba caer los nombres de filósofos como Derrida, Lyotard y Deleuze. Hay quien dice que insistir en la música de los Ramones como «catarsis revolucionaria», como él hizo, equivalía a no haber entendido nada. La imagen de Umbral con las gafas de concha y la bufanda tampoco pegaba gran cosa con la Movida. Pero los dos se amaron y necesitaron.