Lo
de Umbral y la Movida fue un matrimonio
de conveniencia que funcionó de
maravilla. El cronista vio ante sí un
panorama rico, nuevo y colorido, en el
que precisamente había movida
a todas horas, un chollo para quien tiene
que parir una columna diaria. Y los miembros
de la ‘jet underground’ de
aquel Madrid –Alaska o Ceesepe– vieron
en los escritos de Umbral un valioso
altavoz.
Umbral
salió a la calle
como si fuera Baudelaire, para gozar
de la visión
de la gente que pasaba por allí,
y se encontró con unos jóvenes
con crestas y chupas de rockers, con aspirantes
a escritores y con toda una fauna bohemia
que empezaba a disfrutar de la libertad
de la democracia. Precisamente su columna
en ‘El País’, de 1976
a 1983, se llamó ‘Spleen de
Madrid’, en un homenaje palmario
al poeta francés, autor de ‘Spleen
de París’. Madrid aspiraba
a capital de la modernidad, después
de la deblacle de Barcelona de finales
de los setenta, y Umbral tenía sitio
y plaza para ser su cronista mayor. Es
verdad que los chavales leían revistas
como ‘La Luna’, los fanzines
de la Cascorro Factory y escuchaban Radio
3. Pero esto no bastaba. Para llegar a
ser lo que la Movida llegó a ser,
se necesitaba algo más.
Lo
primero, un nuevo lenguaje, el cheli;
o mejor, un
lenguaje que sonara a nuevo
aunque fuera bastante casticista. El ‘undergound’ madrileño –como
tal, anterior a la Movida– rescató la
jerga carcelaria y gitana, que a su vez
ya había empleado Valle-Inclán.
El cronista usaba palabras como ‘demasié’, ‘dabuten’ –ambas
en desuso– o ‘mogollón’,
integrada ya en el vocabulario más
corriente. E hizo del barrio de Malasaña
la patria de aquel idioma.
Además,
Umbral le dio a la Movida un cierto aire
intelectualoide gracias
a eso que se llamó ‘posmodernidad’.
El autor fue un maestro en lo que los anglosajones
llaman ‘name dropping’, las
negritas de los textos. En los ochenta
dejaba caer los nombres de filósofos
como Derrida, Lyotard y Deleuze. Hay quien
dice que insistir en la música de
los Ramones como «catarsis revolucionaria»,
como él hizo, equivalía a
no haber entendido nada. La imagen de Umbral
con las gafas de concha y la bufanda tampoco
pegaba gran cosa con la Movida. Pero los
dos se amaron y necesitaron. |