‘Diario de anuncios, noticias
y conocimientos útiles’,
el primer Norte de Castilla es solo
un representante más de la
modesta prensa del siglo XIX. Su larga
historia estaba por escribirse |
Cabeceras.
La tipografía de la cabecera
sufrió varios cambios en los
primeros años. / R. Gómez |
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EL PRODUCTO |
Características
Cuatro páginas a cuatro columnas.
Médidas 28 x 38 ctms (un pliego).
Censura
En los primeros años no es
difícil ver huecos en blanco.
Calidad
Hacia 1862 mejora el papel y los tipos.
Extraordinarios
El primero, en 1860, (21 de mayo)
dedicado al Batallón de Navarra. |
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El viernes
17 de octubre de 1856 la prensa española
dio a luz al que a la postre sería
su más longevo hijo. La criatura
midió 28 centímetros de
ancho por 38 de alto –como se decía
entonces, «sale en un pliego»–
y alcanza las cuatro páginas, la
última de las cuales, «la
cuarta plana», está dedicada
a la publicidad. De aquellos primeros
números, que no ofrecían
una gran calidad tipográfica, salían
cada noche entre 400 y 500 ejemplares,
cifra que en poco más de dos meses
se elevaría a 937, de los cuales
algo más de la mitad se distribuían
en la capital y el resto, en la provincia.
En ese breve lapso de tiempo el periódico,
dividido en cuatro columnas, pasó
de ser trisemanal –salía
los miércoles, viernes y domingos–
a diario, con la excepción de los
días siguientes a los festivos.
«En su primera portada se presentaba
como «periódico de anuncios,
noticias y conocimientos útiles»
y, como tal, incluía modestas secciones
dedicadas a la información nacional,
del extranjero y a la local, la llamada
«gacetilla», que con el tiempo
alcanzó una gran popularidad e
importancia.
Además, este primitivo El Norte
de Castilla ofrecía habitualmente
observaciones meteorológicas, el
boletín religioso, artículos
de fondo, una sección legislativa-oficial
y, por supuesto, la que sería una
de las claves de su inmediato éxito
y su futura supervivencia: una puntual
información de los mercados del
cereal.
Una suscripción costaba en Valladolid
cuatro reales al mes y once al trimestre,
o dieciséis para las de fuera de
la ciudad. Un ejemplar suelto salía
por seis cuartos. Los suscriptores tenían
una ventaja añadida: cada línea
en la sección de anuncios les costaba
cuatro maravedíes, justo la mitad
de lo que pagaban los que no lo eran.
El precio de los anuncios –el periódico
no se cansaba de recordarlo– debía
ser bastante asequible, hasta el punto
de que en sus primeras navidades, la abundante
demanda obliga a su máximo responsable,
Francisco Miguel Perillán, a excusarse
ante sus lectores: «ADVERTENCIA.-
La abundancia de anuncios que con motivo
de las festividades de estos días
han acudido a la redacción, nos
han obligado a destinarles la mayor parte
del periódico. Creemos que tan
luego como estos días cesen los
anuncios, volverán a tomar su curso
ordinario y en este supuesto rogamos a
nuestros suscriptores que hasta tanto
se sirvan dispensarnos del perjuicio que
se les ocasiona. Si los anuncios continuaran
en la misma abundancia, indemnizaremos
debidamente a nuestros suscriptores».
A finales de 1858 el diario anuncia a
bombo y platillo el inminente lanzamiento
de la Biblioteca de El Norte de Castilla,
el ya mítico «folletín»
que ocupará los faldones de sus
páginas durante años. La
primera entrega de la serie, caracterizada
por su «lujo tipográfico,
los grabados y la economía»,
será ‘El resucitado’,
del «apreciable y conocido escritor
señor Población».
Cambios de formato
En esos primeros años de
la década aparecen los primeros
anuncios que, aunque cobrados por líneas,
se daban un aire a los actuales por palabras.
En 1862 el periódico crece en tamaño
hasta alcanzar los 42 x 61 centímetros
y pasa a estar dividido en cinco columnas.
La personalidad de El Norte encuentra
varias ocasiones de mostrarse clara ante
sus lectores. En esos años alterna
la lucha contra la censura o la patriótica
causa del Gibraltar español con
la solidaridad con un compañero
fallecido en Madrid por cuyas «Honras
Fúnebres» abre una colecta
que llega a recaudar cerca de 9.000 reales.
Sin embargo, el subtítulo a modo
de definición bajo su cabecera
ha ido variando con el paso de los años
y de las circunstancias tanto empresariales
como políticas. Así, en
1857 cambia ‘periódico’
por ‘diario’. En 1858 pasa
a ser ‘Diario comercial de noticias,
conocimientos útiles, literario
y anuncios’ y, tres años
después, ‘Periódico
de intereses morales y materiales, literario,
agrícola y mercantil’. El
mismo año acaba siendo solo ‘Diario
de Valladolid’ al que en 1865 añade
los adjetivos político y liberal
que se irán alternando durante
años para terminar la década
con el mismo, ‘Diario de Valladolid’,
más escueto y menos conflictivo
para navegar por tiempos difíciles.
La cabecera también sufre numerosos
cambios, concretamente ocho, hasta que
adopta la forma que, con ligeras variaciones,
llega hasta nuestros días. En lo
que se refiere a la maquetación,
prácticamente no existía.
Las columnas se tiran de arriba a abajo
en una sucesión inconexa que hoy
no resistirían los ojos del lector
menos exigente. El lenguaje, muy cuidado
y protocolario, denota una ambición
literaria no exenta, en muchos casos,
de una pompa que, con los años,
se ha convertido en algo más que
sorprendente. La edición tampoco
existía y los textos se volcaban
tal cual llegaban a la redacción.
Las introducciones tipo ‘estimado
señor director’ aparecen
en los cables que envían los corresponsales.
Primer grabado,
primera esquela
Lo que hoy llamamos publicidad
era entonces una abigarrada página
de anuncios que invadía sin complejos
sus predecesoras cuando era menester.
Los cajistas debían tener la clara
orden de dar cabida, aunque fuera con
calzador, a todos los encargos que llegaban
al periódico, y a fe que lo hacían.
A veces se veían obligados a invertir
la orientación de algunos anuncios,
que perdían la verticalidad a costa
de un exiguo espacio.
Sin embargo, es en la sección de
anuncios donde aparece, el 18 de octubre
de 1860, el primer grabado propiamente
dicho que publica el diario. Representa
a dos púgiles en plena lucha –aunque
ligeramente inertes– que convocan
a los lectores a un combate. La primera
esquela que aparece en El Norte de Castilla
se publica un mes más tarde (el
29 de noviembre), y en ella los familiares
del finado piden excusas por no haber
tenido tiempo suficiente para repartir
entre amigos y conocidos las «esquelas»
–tarjetas en las que se anunciaba
el fallecimiento y el lugar y la hora
de las exequias– y haber tenido
que recurrir a una medida entonces tan
inusual
En ese sentido, El Norte no difiere demasiado
de los otros periódicos con los
que se repartía el mercado provincial
y local. Entre 1856 y 1866 vieron la luz
en Valladolid numerosas cabeceras, la
mayoría de las cuales desaparecían
en menos de un año. ‘El Diario
de avisos’ (un boletín de
anuncios), ‘El Pasatiempo’,
‘El Erizo’, ‘El Comercio’,
‘La Unión castellana’,
(que acabaría fundiéndose
con El Norte), ‘La Concordia’
y ‘El duende’, son algunos
ejemplos.
La competencia
Solo ‘La Juventud mercantil’,
enseguida renombrado ‘La crónica
mercantil’, puede considerarse como
competencia real. Fue, con mucho, el más
longevo –con la ya citada excepción
de El Norte– de los surgidos en
estos tiempos turbulentos en los que la
censura era mucho más que unas
tijeras. Fundado en 1863 por el Ateneo
Mercantil y Sociedad Filantrópica
de los Dependientes del Comercio de Valladolid,
vio su primer número el 15 de marzo
de ese año y el último,
el 12 de julio de 1901. |