150 años de historia
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LOS ORÍGENES
 
  Un paseo por la década
 
CONTENIDO
  Diario Mercantil
  Regate al censor
diario MERCANTIL
Javier Aguiar
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Los avatares políticos provocan una inclinación hacia la aséptica y útil información de los mercados. El Norte de Castilla se convierte en el primer diario mercantil de España
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EL PRODUCTO
Distribución
En 1878, durante la Exposición Universal de París, el periódico se vendió en la capital francesa. Ese año el 68% de la tirada se distribuye fuera de la provincia de Valladolid, sobre todo en el resto de Castilla, Cataluña y Andalucía.
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El paso de unos cuantos años difíciles y algunos encontronazos con el poder han hecho recapacitar a los responsables del periódico que, de momento, decide alejarse de la política para recuperar el terreno perdido. El Norte arranca la andadura por su tercer decenio con una primera página dedicada íntegramente a la información de los mercados, respetando únicamente el faldón del folletín. El parte oficial, la gacetilla y demás secciones se ven retrasadas. Bajo su cabecera gótica, un breve subtítulo, ‘Diario de Valladolid’, y un parte comercial encajonado entre filetes , que se convierte en sección estrella.
El diario aumenta su plantilla de corresponsales y su interés por los pueblos de la provincia. Se contratan los servicios de una agencia de París, con sucursales en Marsella y Londres, que facilita telegráficamente cualquier variación de los mercados. El Norte se convierte en el periódico mercantil de España y ve cómo su tirada se dispara. En 1877 hace dos ediciones –una para la capital y la otra para la península y el extranjero– de las que se tiran 1.520 y 4.243 ejemplares, respectivamente. Al final de esta década alcanzaría su cota máxima en ese siglo con cerca de 8.000 ejemplares.
Tipográficamente, el diario cambia poco. Sus cinco columnas separadas por corondeles se hacen interminables con una visión actual. Las noticias se suceden sin solución de continuidad, apenas separadas por un pequeño espacio y, a modo de titular, una primera línea en negrita –que no respeta ni los cortes de las palabras– con un cuerpo ligeramente superior: Una cacería del alcalde, la mala calidad de las recién aparecidas monedas de 25 pesetas o el juramento de un guarda particular de una familia acaudalada. En la sección de ‘Partes telegráficos’ –equivalente a la de Internacional de hoy– el orden tampoco prevalece. Abriendo un día al azar encontramos, una detrás de otra y separadas de igual forma, la prohibición de exportar caballos al territorio austro-húngaro y el comentario amenazante del zar, a la oreja del embajador británico, sobre la inaceptable conducta de Turquía. Las secciones se distinguen por el uso de la letra gótica, en un cuerpo de letra mayor y subrayado
En 1878 los vientos soplan favorablemente. El Norte se afianza en su privilegiada posición. Su tirada crece y, con ella, la publicidad. La ley de la oferta y la demanda permite un aumento de las tarifas. No obstante, en la mancheta sigue apareciendo la siguiente leyenda: «Los anuncios, sumamente baratos para los suscriptores y excesivamente económicos para los que no lo sean».
Con todo, el día que no hay muchos anuncios ni mucha información los prejuicios no son obstáculo para solucionar el problema. Un artículo de fondo sobre un tema recurrente debidamente ‘hinchado’ puede llenar toda la primera plana y parte de la segunda. Tal cosa ocurre, por ejemplo, el jueves 8 de marzo de 1877, día en el que para ‘llenar’, además se hace necesario aumentar sin rubor el cuerpo del texto e incorporar una gran ilustración –la primera que publica el periódico– a tres columnas. Las mejoras en la calidad de la impresión introducidas en esta época, que se hacen patentes en la presentación del periódico, también permiten mayores posibilidades.
En los primeros ochenta la filoxera destruye gran parte de los viñedos en Francia y la exportación española de vino se multiplica por siete. El Norte reacciona con agilidad a la nueva situación y contrata corresponsales en el extranjero para informar puntualmente de las variaciones del mercado vitivinícola. Los anunciantes responden aumentando la demanda y la sección de anuncios empieza a invadir ostensiblemente a sus compañeras. En fechas señaladas, el periódico se ve obligado a aumentar en dos y hasta en cuatro páginas, siendo las tres o cuatro últimas ocupadas íntegramente por publicidad.

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Regate al censor
Javier Aguiar
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Efímero. ‘El Mercantil de Castilla’ solo tuvo 20 días de vida, los que duró la suspensión de El Norte. / R. G.

 

En la década de los setenta El Norte había sido, como casi todos los periódicos de la época, perseguido y maltratado por la censura. Sin embargo, fue en el momento en el que parecía más improbable cuando recibió el más duro golpe. El 3 de octubre de 1879 publica un artículo del «señor Carvajal» –político progresista que en París trataba de fundar un gran partido demócrata–, en el que afirma que la democracia y la monarquía son incompatibles, por lo que se confiesa republicano. En ese momento, el diario daba a revisar sus originales al Gobierno Civil para evitar problemas y en aquella ocasión recibió su beneplácito, pero la fiscalía de imprenta no fue tan permisiva y lo denunció.
La sentencia del tribunal afirma que la opinión vertida no lo es del periódico, pero acusa a este de dar publicidad a ideas que «pueden alertar las esperanzas» de los contrarios al régimen, por lo que le condena a 20 días de suspensión y al pago de las costas procesales. Los responsables de El Norte se plantean inicialmente recurrir el fallo, pero después encuentran una solución mucho más sibilina.
El 18 de octubre se anuncia que al día siguiente se iniciará el cumplimiento del castigo y, en el mismo artículo, el periódico se despide de sus lectores por ese periodo en un canto de cisne que no desaprovecha la ocasión para criticar al sistema judicial.

Expectación
Los vallisoletanos se levantan el 19 con expectación. No en vano, el periódico, tras 20 años de historia, es ya parte de vida cotidiana. Lo que encuentran no deja de sorprender a nadie. El Norte, en efecto, no está, pero un diario nuevo, titulado ‘El Mercantil de Castilla’, se distribuye por la ciudad saludando a la ciudadanía y a los colegas de la prensa y asegurando desde su primera página que no pretende sustituir ni aprovechar la suspensión de El Norte –al que desea un rápido retorno a la circulación. Sin embargo, salvo los tres primeros ejemplares –para no hacer guasa de la burla–, tanto el formato y los precios como las secciones y los anuncios son idénticos. Hasta la imprenta y la dirección que figuran en el neonato son las mismas.
‘El Mercantil’ tiene los días contados. Exactamente, veinte. El 13 de noviembre El Norte reaparece como si tal cosa. Ha superado el zarpazo de la represión sin sufrir daños e incluso ha reforzado su imagen a ojos de sus lectores y a los de la sociedad en general. El peor parado, sin duda, el tribunal de imprenta que aplicó una sanción tan injusta como excesiva y entre cuyos miembros, curiosamente, figuraba un ex director del periódico, Quintín Pérez Calvo. El día de la reaparición el director, Sebastián Díez Salcedo, escribe un artículo en el que, además de agradecer «las innumerables muestras de apoyo y simpatía recibidas» durante la suspensión, incluye una referencia a una carta recibida de «un labrador», uno de cuyos párrafos reproduce: «Usted tiene la culpa, señor director, pero no sufre la pena, sino que las penas las sufren los suscriptores y no por dejar de recibir esos números, sino porque si tienen que vender el trigo lo hacen a oscuras, teniendo que sujetarse a los deseos del comprador y sin saber si subirá mañana. Por eso le digo a Vd. que somos nosotros los heridos y Vd. se pone la venda».
Un gran discurso, pero, ¿de un labrador? Hay quienes atribuyen la misiva al propio Salcedo, aunque hasta ellos califican su maniobra de maestra. Al tiempo anunciaba, y nunca podría hacerse de forma más justificada, la desaparición de la política de las páginas del diario y retomaba dos de las máximas que en épocas pasadas lo habían encumbrado al éxito. La información puntual y rigurosa de los mercados cerealísticos y vitivinícolas y la idea de que los suscriptores –a la postre, los lectores– son los verdaderos dueños del periódico.

 

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