150 años de historia
LA TÉCNICA
LOS ORÍGENES
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LOS ALBA
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  1957-1966
ROYO-VILLANOVA Y ALTÉS
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GRUPO CORREO-VOCENTO
  1987-1996
  1997-2006
 
 
LOS ALBA
 
  Un paseo por la década
A mano. Imagen de un componedor ancho con tipos de diferentes tamaños, cedidos por la imprenta Celeste. / Ramón Gómez
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Tipos nuevos
Antonio g. Encinas
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Los nuevos propietarios invierten en tipografías y amplían la red de corresponsales que abastecen al periódico de informaciones, incluso desde el extranjero

 

 

 

 

 

 

LA TÉCNICA

Tipos móviles
El Norte de Castilla los utilizó hasta 1920, cuando entró la primera linotipia en los talleres. Aproximadamente hasta 1970 se componían a mano los titulares más grandes.

Los más numerosos
El oficio de cajista era el mayoritario entre el personal del diario.

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La llegada de Alba y Silió promete, y así lo hacen ver a través de un artículo publicado el 3 de noviembre de 1893, nuevos progresos técnicos en el periódico, y también la ampliación de una red de corresponsales iniciada por Gaviria y Zapatero.
El Norte de Castilla recupera su prestigio a partir de su especialización en temas agrarios. Más concretamente, en los precios de los mercados nacionales e internacionales del cereal. Para satisfacer de la mejor forma la demanda de esa información, crea una red de corresponsales que primero se extiende por la provincia y la región, alcanza a Madrid y posteriormente se ensancha hasta algunas de las principales capitales europeas.
Cuando el diario comprende que su sustento se encuentra en esa información, hace todo lo posible por mejorarla y ofrecer un gran servicio en los momentos más delicados. Así, en 1887, publica una advertencia dirigida a esos lectores tan especializados. «Como la posibilidad de una guerra entre algunas potencias de Europa, y muy especialmente entre Francia y Alemania, puede influir en la marcha de los mercados de cereales, El Norte de Castilla ha dado a sus corresponsales extranjeros instrucciones para que le tengan al corriente, aunque sea por medios extraordinarios, de las cotizaciones de todos los granos y muy especialmente del trigo, y le ha parecido oportuno, aunque según sus corresponsales la guerra no es probable, extender el número de estos, habiendo cerrado algunos contratos, en virtud de los cuales desde el 15 del corriente unos y otros desde el 20, tendremos ocasión de publicar noticias de algunas plazas en que hasta ahora no teníamos corresponsales, y otras de las que ya teníamos contratadas nos darán partes telegráficos en caso de grandes novedades o ampliarán las notas que hasta hoy han sido objeto de nuestros contratos».
También cumplen a rajatabla con otra de sus premisas inaugurales. Deciden, ya que a su juicio el siglo «se dispone a renegar del vapor echándole en cara sus perezosos movimientos y borra las distancias poniendo a su servicio la electricidad», que el avance de la maquinaria debe ir parejo a una renovación en los tipos. «La realización de todas estas mejoras se halla solo pendiente de la completa instalación en un nuevo local, del motor y las máquinas recientemente adquiridas. A fin de que la parte tipográfica no desmerezca en nada de la literaria, hemos encargado que nos remitan en gran velocidad nuevos tipos que harán, al mismo tiempo, más nutrida y cómoda la lec-tura de nuestro diario y más artístico su aspecto».

Tipos móviles y cajistas
Las tipografías utilizadas en los periódicos son ya para entonces de plomo. La madera, materia prima de los inicios de la imprenta, ha sido desechada por su poca resistencia, y solo se conserva para cuerpos de letra especiales. En Valladolid se utilizaron hasta hace muy pocos años para los carteles de las corridas de toros, por ejemplo.
Los encargados de componer las líneas de texto eran los cajistas. Hasta la llegada de la linotipia (principios del siglo XX en algunos periódicos nacionales y de Barcelona, y años veinte, en El Norte) todos los textos publicados en los periódicos se componían a mano.
La labor del cajista era ardua y además exigía dotes de adivino descifrador. Muchas veces las noticias se entregaban en cuartillas escritas a pluma, que el cajista debía leer para, acto seguido, preparar las líneas de texto en un componedor. El componedor era una regleta con una guía sobre la que se colocaban los tipos (las letras). Las tipografías se guardaban en unos muebles llamados chibaletes. Así, por ejemplo, la correspondiente a una Times New Roman de 9 puntos ocupaba un cajón; la de 8 puntos, otro, y así sucesivamente en función de los cuerpos y de la familia de las letras.
La distribución en esos cajones no se deja, por supuesto, al azar. En el centro se sitúa la letra ‘e’, la más utilizada en el idioma español. El cajón se dividía en cuatro cuadrantes siguiendo una lógica. En los dos de abajo estaban las minúsculas, junto a los cuatro tipos de espacios, que servían para justificar las líneas: cuadratines, medios (la mitad del anterior), medianos (tercera parte del cuadratín), finos (cuarta parte) y de pelo. Es decir, si la tipografía era de ocho puntos, un cuadratín tendría ocho puntos, un medio, 4; y uno de pelo, 1.

Arte y paciencia
El trabajo era laborioso. Si, por una indicación del redactor, se debía introducir en medio de un texto en redonda una palabra en cursiva había que cerrar el cajón, abrir el correspondiente a las bastardillas o cursivas y colocar la palabra letra a letra, para después regresar al cajón inicial. Además, una vez terminada la labor y la impresión, había que devolver los tipos a su lugar en los cajones, tras pasar previamente la bruza para eliminar los restos de tinta.
No solo eso, también había que descifrar los anuncios que llegaban al periódico, algunas veces sin demasiada ortodoxia ortográfica. Así lo contaba Baldomero Ramos en un reportaje de El Norte dedicado al oficio de cajista en 1912. «Ocurre algunas veces que tiene que ser corrector, y como obligación suya es manejar la ortografía, corrige algunos lapsus errorem plumam y algún que otro anuncio que traído por persona que sabe poco de escribir, da lugar a que se desarrollen diálogos cómicos que hacen desternillar de risa al más serio. A lo mejor, uno que entra, dice:
–Vengo sobre un anuncio.
–Pase usted.
El cajista, leyendo: Ace falta chico para tirar del fuelle. racon en la ereria de cantaranas 90 haora Macias picabea......,,,,,,
–Está bien. ¡Oiga! ¡Haga el favor! –sigue diciendo el cajista–. Estos puntos y estas comas, ¿no indicarán nada?
–No, no señor; los puse todos juntos al final, para que coja los que quiera y les ponga donde hagan falta, sabe usted, porque ando mal de ortografía.
–Muy bien; pues entonces, venga mañana por los que sobren.»
Los cajistas se contaban por legiones en las imprentas, puesto que era necesario un gran número de ellos para poder componer todo un periódico. Según el profesor y ex cajista de imprenta José Martínez de Sousa, «la formación de un cajista llevaba un mínimo de cinco años de aprendizaje antes de permitir que se lanzasen sin paracaídas a desempeñar su oficio». Se entraba, pues, como aprendiz, y se cobraba por líneas compuestas, un detalle importante cuando había que meter esquelas enormes. Así lo narra con mucha gracia Baldomero Ramos. «El cajista de periódico se asocia a la desgracia y al dolor de todos. Cuando hay gran afluencia de anuncios, si la mayoría de ellos son de específicos, él toma el acíbar a cucharadas; y si un día que vieras el periódico lleno de esquelas, pasases momentos antes por la imprenta, observarías que ninguno tiene buena cara. Y hasta ocurre que a veces dan el pésame a la familia, con palabras de consuelo, pensando en el aniversario».

La imagen del cajista, ataviado con un blusón que se ceñía en cuello y puños, era clásica.

 

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