Los nuevos propietarios invierten
en tipografías y amplían
la red de corresponsales que abastecen
al periódico de informaciones,
incluso desde el extranjero |
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LA TÉCNICA |
Tipos móviles
El Norte de Castilla los utilizó
hasta 1920, cuando entró
la primera linotipia en los talleres.
Aproximadamente hasta 1970 se componían
a mano los titulares más
grandes.
Los más numerosos
El oficio de cajista era el mayoritario
entre el personal del diario. |
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La llegada
de Alba y Silió promete, y así
lo hacen ver a través de un artículo
publicado el 3 de noviembre de 1893, nuevos
progresos técnicos en el periódico,
y también la ampliación
de una red de corresponsales iniciada
por Gaviria y Zapatero.
El Norte de Castilla recupera su prestigio
a partir de su especialización
en temas agrarios. Más concretamente,
en los precios de los mercados nacionales
e internacionales del cereal. Para satisfacer
de la mejor forma la demanda de esa información,
crea una red de corresponsales que primero
se extiende por la provincia y la región,
alcanza a Madrid y posteriormente se ensancha
hasta algunas de las principales capitales
europeas.
Cuando el diario comprende que su sustento
se encuentra en esa información,
hace todo lo posible por mejorarla y ofrecer
un gran servicio en los momentos más
delicados. Así, en 1887, publica
una advertencia dirigida a esos lectores
tan especializados. «Como la posibilidad
de una guerra entre algunas potencias
de Europa, y muy especialmente entre Francia
y Alemania, puede influir en la marcha
de los mercados de cereales, El Norte
de Castilla ha dado a sus corresponsales
extranjeros instrucciones para que le
tengan al corriente, aunque sea por medios
extraordinarios, de las cotizaciones de
todos los granos y muy especialmente del
trigo, y le ha parecido oportuno, aunque
según sus corresponsales la guerra
no es probable, extender el número
de estos, habiendo cerrado algunos contratos,
en virtud de los cuales desde el 15 del
corriente unos y otros desde el 20, tendremos
ocasión de publicar noticias de
algunas plazas en que hasta ahora no teníamos
corresponsales, y otras de las que ya
teníamos contratadas nos darán
partes telegráficos en caso de
grandes novedades o ampliarán las
notas que hasta hoy han sido objeto de
nuestros contratos».
También cumplen a rajatabla con
otra de sus premisas inaugurales. Deciden,
ya que a su juicio el siglo «se
dispone a renegar del vapor echándole
en cara sus perezosos movimientos y borra
las distancias poniendo a su servicio
la electricidad», que el avance
de la maquinaria debe ir parejo a una
renovación en los tipos. «La
realización de todas estas mejoras
se halla solo pendiente de la completa
instalación en un nuevo local,
del motor y las máquinas recientemente
adquiridas. A fin de que la parte tipográfica
no desmerezca en nada de la literaria,
hemos encargado que nos remitan en gran
velocidad nuevos tipos que harán,
al mismo tiempo, más nutrida y
cómoda la lec-tura de nuestro diario
y más artístico su aspecto».
Tipos móviles
y cajistas
Las tipografías utilizadas
en los periódicos son ya para entonces
de plomo. La madera, materia prima de
los inicios de la imprenta, ha sido desechada
por su poca resistencia, y solo se conserva
para cuerpos de letra especiales. En Valladolid
se utilizaron hasta hace muy pocos años
para los carteles de las corridas de toros,
por ejemplo.
Los encargados de componer las líneas
de texto eran los cajistas. Hasta la llegada
de la linotipia (principios del siglo
XX en algunos periódicos nacionales
y de Barcelona, y años veinte,
en El Norte) todos los textos publicados
en los periódicos se componían
a mano.
La labor del cajista era ardua y además
exigía dotes de adivino descifrador.
Muchas veces las noticias se entregaban
en cuartillas escritas a pluma, que el
cajista debía leer para, acto seguido,
preparar las líneas de texto en
un componedor. El componedor era una regleta
con una guía sobre la que se colocaban
los tipos (las letras). Las tipografías
se guardaban en unos muebles llamados
chibaletes. Así, por ejemplo, la
correspondiente a una Times New Roman
de 9 puntos ocupaba un cajón; la
de 8 puntos, otro, y así sucesivamente
en función de los cuerpos y de
la familia de las letras.
La distribución en esos cajones
no se deja, por supuesto, al azar. En
el centro se sitúa la letra ‘e’,
la más utilizada en el idioma español.
El cajón se dividía en cuatro
cuadrantes siguiendo una lógica.
En los dos de abajo estaban las minúsculas,
junto a los cuatro tipos de espacios,
que servían para justificar las
líneas: cuadratines, medios (la
mitad del anterior), medianos (tercera
parte del cuadratín), finos (cuarta
parte) y de pelo. Es decir, si la tipografía
era de ocho puntos, un cuadratín
tendría ocho puntos, un medio,
4; y uno de pelo, 1.
Arte y paciencia
El trabajo era laborioso. Si,
por una indicación del redactor,
se debía introducir en medio de
un texto en redonda una palabra en cursiva
había que cerrar el cajón,
abrir el correspondiente a las bastardillas
o cursivas y colocar la palabra letra
a letra, para después regresar
al cajón inicial. Además,
una vez terminada la labor y la impresión,
había que devolver los tipos a
su lugar en los cajones, tras pasar previamente
la bruza para eliminar los restos de tinta.
No solo eso, también había
que descifrar los anuncios que llegaban
al periódico, algunas veces sin
demasiada ortodoxia ortográfica.
Así lo contaba Baldomero Ramos
en un reportaje de El Norte dedicado al
oficio de cajista en 1912. «Ocurre
algunas veces que tiene que ser corrector,
y como obligación suya es manejar
la ortografía, corrige algunos
lapsus errorem plumam y algún que
otro anuncio que traído por persona
que sabe poco de escribir, da lugar a
que se desarrollen diálogos cómicos
que hacen desternillar de risa al más
serio. A lo mejor, uno que entra, dice:
–Vengo sobre un anuncio.
–Pase usted.
El cajista, leyendo: Ace falta chico para
tirar del fuelle. racon en la ereria de
cantaranas 90 haora Macias picabea......,,,,,,
–Está bien. ¡Oiga!
¡Haga el favor! –sigue diciendo
el cajista–. Estos puntos y estas
comas, ¿no indicarán nada?
–No, no señor; los puse todos
juntos al final, para que coja los que
quiera y les ponga donde hagan falta,
sabe usted, porque ando mal de ortografía.
–Muy bien; pues entonces, venga
mañana por los que sobren.»
Los cajistas se contaban por legiones
en las imprentas, puesto que era necesario
un gran número de ellos para poder
componer todo un periódico. Según
el profesor y ex cajista de imprenta José
Martínez de Sousa, «la formación
de un cajista llevaba un mínimo
de cinco años de aprendizaje antes
de permitir que se lanzasen sin paracaídas
a desempeñar su oficio».
Se entraba, pues, como aprendiz, y se
cobraba por líneas compuestas,
un detalle importante cuando había
que meter esquelas enormes. Así
lo narra con mucha gracia Baldomero Ramos.
«El cajista de periódico
se asocia a la desgracia y al dolor de
todos. Cuando hay gran afluencia de anuncios,
si la mayoría de ellos son de específicos,
él toma el acíbar a cucharadas;
y si un día que vieras el periódico
lleno de esquelas, pasases momentos antes
por la imprenta, observarías que
ninguno tiene buena cara. Y hasta ocurre
que a veces dan el pésame a la
familia, con palabras de consuelo, pensando
en el aniversario».
La imagen del cajista, ataviado con
un blusón que se ceñía
en cuello y puños, era clásica. |