150 años de historia
LA TÉCNICA
LOS ORÍGENES
  1856-1866
  1867-1876
  1877-1886
LOS ALBA
  1887-1896
  1897-1906
  1907-1916
  1917-1926
  1927-1936
  1937-1946
  1947-1956
  1957-1966
ROYO-VILLANOVA Y ALTÉS
  1967-1976
  1977-1986
GRUPO CORREO-VOCENTO
  1987-1996
  1997-2006
 
 
LOS ALBA
 
  Un paseo por la década
 
CONTENIDO
  Doble reacción
  El invento del siglo
Las máquinas. Los trabajadores de talleres posan junto a las rotoplanas de doble reacción en la sede de Duque de la Victoria.
.
Doble reacción
Antonio g. Encinas
.
El periódico adquiere su primera máquina importante, una Marinoni que permite acelerar la tirada y que precede a la era de las rotativas
.
LA TÉCNICA

Duración
La Marinoni permaneció en activo hasta finales de 1911.

Capacidad
Podía tirar hasta 6.000 ejemplares a la hora.

...................................

 

  Gráfico en Pdf

 

Constituyó el precedente más claro de lo que después supondría la irrupción de la rotativa en la imprenta de El Norte de Castilla, que se produjo tan solo unos años más tarde. Máquinas imponentes por su tamaño y prestaciones, que permitirían hazañas impresoras hasta entonces impensables y que obligaban a una profunda reestructuración de las imprentas.
Para empezar, el cambio de local era inevitable. En 1896 la sede de El Norte se establece en la Acera de Recoletos, en el número 12, y ese traslado incluye la puesta en marcha de una nueva maquinaria. El 1 de noviembre del mismo año, los propietarios lo anuncian en el periódico, y atribuyen el cambio a las necesidades derivadas de la tirada, que era cada vez mayor. «Imposibilitados con nuestras antiguas máquinas –anuncia en sus páginas–, por la gran tirada que Valladolid crecientemente nos exige, de servir el número en las primeras horas del día a nuestros abonados, la nueva Marinoni nos permite ya garantizar que aquel no ha de llegar en lo sucesivo ningún día al domicilio de nuestros suscriptores después de las ocho y media de la mañana».

Evolución
La nueva Marinoni no es sino una evolución de la máquina que el tipógrafo francés Hypolite Marinoni presenta en la Exposición Universal de París en 1889. Se trata de una «máquina de doble reacción», como la llama el periódico, y es en realidad una rotoplana que permite incrementar la velocidad de la tirada. Es el paso intermedio entre la prensa manual de Guttenberg, presente hasta entonces, y la rotativa. Básicamente consiste en pasar un rodillo que aplasta la hoja contra la platina entintada. La novedad estriba en que permite, mediante un mecanismo de cilindros, que la hoja se imprima por las dos caras, con lo que todo el proceso se agiliza considerablemente.
La máquina de doble reacción permite imprimir al mismo tiempo las cuatro páginas del periódico. En sus orígenes, Marinoni la concibió como una «máquina de reacción». El mecanismo perfeccionaba las primeras rotoplanas, que ya por entonces funcionaban en la Imprenta Castellana, y permitía que la tirada del periódico se resolviera en cuestión de poco tiempo. Así, la máquina de reacción creada por Marinoni en 1847, predecesora de la que llegó a El Norte, ya permitía tirar entre 5.500 y 6.000 ejemplares a la hora. A mediados del siglo XIX, la tirada media de un periódico francés como ‘La Presse’ –que instaló la primera máquina a reacción en 1847– era de 3.000 ejemplares. La máquina de doble reacción también se construyó en otras casas, como la alemana Koenig&Bauer.
Esta revolución en la tirada permite que El Norte de Castilla acometa, además, alguna heroicidad reseñable. Así, por ejemplo, con motivo del cambio de siglo, en enero de 1901, se atreve a editar un número especial del que se tiran 16.000 ejemplares, aunque eso sí, de cuatro páginas. Es, además, un número sin un solo anuncio y con un gráfico de bienvenida al nuevo siglo a seis columnas.

Tirada vertiginosa
La máquina cuenta con una serie de engranajes y cilindros que permiten introducir la hoja, imprimirla, retirarla, imprimir la otra cara y devolverla a la mesa de recepción transportada sobre unas ‘cremalleras’. La velocidad que da a la tirada la máquina de doble reacción facilita mucho la labor de distribución del periódico. Hay que tener en cuenta que, en la época en la que se adquiere la Marinoni, Valladolid cuenta ya con 69.000 habitantes, una cifra más que respetable, y la provincia, con 279.000. La información agrícola sigue siendo un factor primordial para obtener el favor del público, y muchos de los lectores están lejos de la capital, por lo que tirar el diario con prontitud es fundamental para lograr evitar problemas con los correos.
Este sistema de doble reacción y de rotoplanas seguirá vigente hasta que se adquiera la primera rotativa del periódico, a finales de 1911.

.
El invento del siglo
M. Martín fernández | corresponsal en madrid (2 de enero de 1901)
.

Caminamos deprisa, muy deprisa. De un salto, ¡qué digo de un salto!, de un estruendo nos colamos de rondón en el siglo XX, y todos los progresos del XIX resultan ya producto viejo, mercancía averiada. El telégrafo, el teléfono, las grandes conquistas del siglo que expira, ¿qué significan, qué representan en el siglo que surge?
Pues no pintan nada. Vienen a ser lo que la carreta acelerada; un recuerdo del tiempo viejo; signo arcaico de olvidadas edades; algo así como el brasero, ese símbolo familiar de nuestros mayores. Sí; como cantaban en una zarzuela antigua, una zarzuela de las postrimerías del siglo viejo, «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad», y las ciencias demostrarán muy pronto a las gentes que el telégrafo y el teléfono, esas flores más espléndidas de la corona que orgullosamente ostentaba la centuria agonizante, son dos flores de trapo que no sirven para orlar la frente del siglo que a más andar se llega.
Con lo cual queda dicho que la suerte del corresponsal en el siglo XX está llamada a correr pareja con la forma poética. El corresponsal sucumbe a los certeros golpes del progreso, que todo lo devasta; y con él perecen el Jaulón y el Chismófono, esas dos instituciones que parecían inconmovibles, esas dos columnas que un día contribuyeron poderosamente a sustentar el vetusto edificio de la prensa española.
¡Cuántos recuerdos gloriosos se llevan a la tumba el Jaulón que es el Chismófono antiguo, y el Chismófono, que viene a ser el Jaulón moderno, un tanto averiado! ¿No conocen ustedes el Jaulón y el Chismófono? En el extremo opuesto al que ocupa el salón del público en la Central de Telégrafos, allí en el callejón de San Ricardo, había hasta hace cinco ó seis años un saloncillo que el Estado ofrecía, como salón de lectura, escritura, conversación y chismografía, a los corresponsales. Por él han pasado nuestros más notables periodistas; era como el Bolsín de los redactores políticos, donde se cotizaba de madrugada la última noticia, donde se comentaba y se discutía el último suceso político. Aquello pasó. Las discusiones acaloradas, a las que se debió acaso el nombre de Jaulón, cerraron el Bolsín. Su traslado lo mató a mano airada.
Poco después nacía el Chismófono, cuando se instaló la Central de teléfonos interurbanos en su primitivo domicilio de la calle de Alcalá. Pero aquello ya no fue un Bolsín de periodistas, sino un Bolsín de agentes. Allí acuden más bolsistas que noticieros. Estos van a telefonear a sus periódicos. Aquellos van a hacer sus jugadas de Bolsa. Y más que la pregunta de «¿qué hay de Consejo?», se oye exclamar: «¡Doy cincuenta!». Y ahora es cuando verdaderamente se cotizan las noticias… Y los chismes. Se ve a un sujeto que vierte unas palabras en la oreja de un vecino. El cual, con aspecto de gran sorpresa, exclama:
–¡Pero qué me dice usted!
–Sí, señor; lo que usted oye. Ha tenido un vómito de sangre espantoso. Hay vida para poco tiempo.
–¡Qué barbaridad!… ¡Doy doscientos!
Y sigue rodando la bola, y salen ofreciendo papel todos los agentes, y la Bolsa baja; y el chisme ha producido el efecto deseado en aquella especie de Bolsín, que por algo ha recibido el ingenioso nombre de Chismófono.
Pues bien, todo eso ha pasado a la historia. El Chismófono, el Jaulón, el corresponsal, todo ha sucumbido. El nuevo siglo no necesita corresponsales. El XIX fue el siglo del telégrafo y el teléfono. El XX es el siglo del fotocinematotelefonógrafo. ¿Y eso qué es? Pues nada, la última maravilla, la cúspide de los descubrimientos de la electricidad, el ‘non plus’ de la telegrafía, de la telefonía, de la fotografía, de la chismofonía, de la cinematografía. ¡En fin, ello mismo lo dice; el invento del siglo!
No es otra obra de Edisson. ¡Edisson es un hombre del siglo pasado, un inventor mandado retirar, un vejestorio! El fotocinematotelefonógrafo debe de ser, por la cuenta, cosa del mismísimo Lucifer. El primero de sus resultados es la muerte violenta y repentina de la prensa periódica. Se acabaron esas hojas diarias, encargadas un día de la difusión del progreso; se acabaron las letras de molde. La Prensa ha muerto ¡Viva la Prensa!
En el Parlamento español una voz elocuente predijo en el pasado siglo que se haría la revolución de arriba a abajo, o de abajo a arriba. La predicción se ha cumplido. Ni surgió en las alturas, ni estalló en el arroyo; pero ahí está la revolución. ¡La ha traído el fotocinematotelefonógrafo!
La instalación del nuevo invento tendrá su central en Madrid, e irradiaciones en todas las ciudades, en todas las villas, en todos los pueblos, en todas las aldeas de la nación. El abono costará una miseria; y el abonado, en vez de oír desde su casa, como ocurría en el siglo pasado, una ópera que estuvieran cantando en el teatro Real, oirá y verá un periódico entero, un periódico hablado, un periódico «vivido».
El fotocinematotelefonógrafo, con solo oprimir un resorte, ofrecerá a la vista y al oído del abonado, la sección que prefiera del periódico.
Por los procedimientos perfeccionados de la fotografía y la fonografía antiguas, el aparato recoge las imágenes y los sonidos que se desea impresionar; y por los procedimientos, perfeccionados también, de las antiguas telegrafía, telefonía y cinematografía, el aparato transmite y reproduce esos sonidos y esas imágenes, con exactitud tan perfecta, que al admirar aquella maravilla, se duda, como le ocurría al anciano Tenorio, ante las legendarias tumbas, «si es realidad o delirio».
Cuando el abonado quiere enterarse de las sesiones de las Cortes, por ejemplo, oprime el resorte del Congreso, que es como agarrarse a la campanilla de Villaverde, y surge ante su vista el templo de las leyes, con la figura de Romero Robledo, esa siempreviva parlamentaria, que en el siglo XXI y aun en el XXII, aparecerá todavía arrogante en aquellos bancos de la izquierda, moviéndose sin cesar, interrumpiendo a los ministros denostando a la mayoría, gritando frente al banco azul:
–¡Vuestras alabanzas al futuro príncipe consorte, vuestras predicciones de soñadas venturas, son una servil adulación! ¡De vuestros atentados proyectos, que llevarán la nación a la ruina, que encenderán la guerra civil en palacio, protesto en nombre de la sangre de los liberales que, en lucha contra esa dinastía facciosa que apadrináis, ha regado el suelo de la patria!
«¡Muy bien, muy bien! ¡Bravo, piramidal!… ¡Fuera, fuera!…» Sigue el inevitable escándalo. Los de la derecha protestan. Los de la izquierda aplauden, y con ellos las tribunas; las tribunas son siempre de oposición.
Y el abonado presencia desde su pueblo, desde su casa, todo aquello, tal como es, con su colorido, en su propia salsa, sin los afeites necesarios de los relatos, que quitan al espectáculo la naturalidad, la espontaneidad.
Porque entre el espectáculo y su relato hay, por lo menos, claro está, la misma diferencia que entre un perro vivo y un perro pintado. Pues bien, con el fotocinematotelefonógrafo, se acabaron los perros pintados. ¡Todos son perros vivos! El aparato reproducirá con absoluta fidelidad los sucesos más sensacionales, los crímenes más atrayentes. Y el abonado verá las víctimas descuartizadas, chorreando sangre, al mismo tiempo que oirá la voz del moribundo, pidiendo misericordia al Redentor o maldiciendo al asesino. Y escuchará las declaraciones del ministro, en interesante ‘interview’ con el aparato, contándole sus mentiras obligadas, maravillosamente urdidas, con los grandes proyectos del Gobierno y las más grandes bienandanzas que a la patria esperan bajo su mandato paternal. Y presenciará el abonado la representación de la obra que se estrena, con éxito formidable, a cien leguas de distancia. Y oirá la voz incomparable de la portentosa tiple que acaba de surgir. Y verá, en fin, casi hasta palparlos, el descarrilamiento de hace media hora, con un centenar de muertos; y las horribles escenas del hundimiento de una ciudad entera, con millares de víctimas; y la última, piramidal estocada, del Guerrita, del porvenir…
¡Oh, siglo de los portentos, siglo de las maravillas, último siglo de la Era Cristiana, porque detrás de ti viene el caos; siglo, en fin, del fotocinematotelefonógrafo: los corresponsales, a quienes irremediablemente darás la cesantía, te saludamos, prosternados ante tu grandeza!
Y entre tanto que llegan todas esas maravillas, pidamos al lector pío y benévolo que nos conserve en su santa gracia.

 

© El Norte de Castilla
El Norte de Castilla Digital S.L. B-47468152
C/ Vázquez de Menchaca 10, Polígono de Argales, 47008 Valladolid
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción, distribución, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa.