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CONTENIDO
  ¡El Norte de hoy!
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En la puerta, de madrugada. Los voceros posan ante el periódico después de recoger ‘el papel’.
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¡el norte de hoy!
Javier Aguiar
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Los voceros se convierten en un elemento más, casi indispensable, de las calles de la ciudad, gritando las últimas noticias para vender periódicos
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Cita en el Senado
El 8 de febrero de1915, el ministro de Hacienda, señor Bugallal, defendía en el Senado su decisión de no importar trigo citando «las estadísticas del antiguo periódico vallisoletano El Norte de Castilla, el más autorizado en materias agrícolas».

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Con los primeros años del nuevo siglo ya vividos, El Norte introduce algunas mejoras notables en el periódico. Empieza a vislumbrarse la forma que después se daría a los titulares, aunque bastante rudimentaria aún. «Huelga inminente», «Mitin alborotado», «Los obreros divididos», «Escándalo, tumulto y puñetazos», rezan algunos, anunciando una época de agitación social.
El 22 de septiembre de 1906 se publica la primera fotografía, firmada por Bordallo y que muestra el «Nuevo palacio consistorial», dice el pie, aunque cuesta reconocer el Ayuntamiento, tan solitario como aparece en la imagen. En los días siguientes apenas se ven fotografías hasta que, a principios de octubre, el diario dedica un amplio seguimiento gráfico –incluida una caricatura de la feria– a la Exposición castellana que se celebra en el Campo Grande, por la que apuesta el diario, entre otras razones, porque propone «hermosos concursos de industria y arte, con gran beneficio para el progreso de la región».
Hacia 1910 el periódico, que tira tres ediciones diarias, pierde un poco el orden de sus secciones y vuelve a hacerse algo caótico. Tres años antes se quedó en el camino uno de sus elementos clásicos, el folletín, que dijo solo hasta luego. En poco tiempo la fotografía se va haciendo con su espacio y en 1912 ya es frecuente su presencia en primera plana.
En plena Primera Guerra Mundial el periódico no parece mostrar por el conflicto el interés que parecería lógico, si bien es probable que entre la censura y la escasez de información sus posibilidades se vieran muy mermadas. Aun así, casi todos los días le dedica una breve sección telegráfica que titula ‘La guerra europea’. Por detrás, desfilan otras secciones que coinciden más con los objetivos del diario. Son ‘Intereses de Castilla’, ‘Cosas de Valladolid’ (con una ilustración del perfil de la ciudad como cabecera propia) y la ‘Crónica local’, que incidía en la información más cercana a los lectores. En esta línea, el 2 de septiembre de 1915 titula en primera a cinco columnas y un cuerpo descomunal: «Los daños de las tormentas en Castilla La Vieja», y subtitula «Más de 48 millones de pesetas perdidas». El extraordinario, de seis páginas, detalla las consecuencias de la catástrofe de una forma increíblemente pormenorizada.

Invasión callejera
En estos años es ya muy popular una figura aparecida en las postrimerías del siglo pasado y que, como casi siempre, llega a provincias después de haberse implantado con éxito en las calles de la capital de España. El vendedor ambulante de periódicos, popularmente conocido como ‘vocero’, invade las calles de Valladolid gritando al aire las noticias más importantes del periódico del día. Se trata de una figura simpática de la fauna callejera. Era una picaresca socialmente aceptada porque todos conocían la necesidad que les empujaba a inventar argucias para de vender más diarios y, también, el intermediario natural entre el periodista y el lector. Sin embargo, su realidad no tenía nada que ver con la leyenda.
En su mayoría niños de muy corta edad y mujeres, de una extracción social por debajo del proletariado, en muchos casos se veían obligados a pagar por adelantado los periódicos que después debían de vender en las calles para no perder el escaso margen de beneficio que les quedaba. Otras veces tenían la posibilidad de devolver los ejemplares que no habían conseguido ‘colocar’.
En España comienzan a aparecer al tiempo que los quioscos, en el último tercio del siglo XIX, cuando las ventas de periódicos crecen hasta hacer comprender a los propietarios de las empresas que la distribución por ejemplar puede ser muy rentable. Antes, el negocio era fundamentalmente la publicidad y las suscripciones, cuya cuantía permitía fijar las tarifas. La sede del diario y unas pocas librerías indicadas en la mancheta eran los únicos puntos en los que se podían adquirir ejemplares sueltos, inicialmente a un precio muy elevado.
Distorsiones
«¡El Norte de hoy! ¡Con las últimas noticias!» Los voceros solían buscar los puntos más concurridos de la ciudad para que sus mensajes llegaran al mayor público posible. Mercados, plazas, las salidas de los espectáculos (el teatro o los toros) o las calles más comerciales y transitadas eran sus lugares de trabajo favoritos. Cuando la concentración humana merecía el esfuerzo, de sus gargantas salían, a grito pelado, los titulares más destacados.
Pero, como las informaciones no eran siempre igual de atractivas y la necesidad acuciaba lo mismo, había que añadir una aportación personal que convenciera a los compradores indecisos. Así, el ingenio de estos humildes buscavidas descubrió, sin saberlo, una técnica que después se extendería como la pólvora bajo la denominación de sensacionalismo. En efecto, y movido por el mismo afán que la prensa amarilla, el griterío que rebotaba en las fachadas engordaba muchas veces las noticias hasta el punto que el lector incauto luego no las reconocía en letra impresa. Como luego nadie les pedía cuentas y hasta era parte del juego –igual que se acepta el regateo– los más espabilados deformaban los hechos de tal forma que, en no pocas ocasiones, lo cantado era más fruto de su imaginación que de la realidad contada negro sobre blanco.
Su efecto en las multitudes y en los grupos menos numerosos era tan contundente que en los momentos más críticos de aquella época –guerras, levantamientos o asonadas– varios gobiernos dictaminaron leyes que prohibían su trabajo, como si, por airearlos, fueran instigadores de las ideas revolucionarias. Al fin y al cabo, la vieja costumbre de matar al mensajero. La última prohibición se prolongó durante toda la dictadura de Primo de Rivera, desde 1923 a 1930, y aunque reaparecieron en los años treinta, su regreso fue fugaz y poco a poco su figura fue desapareciendo de las calles. Con todo, el paso del tiempo ha dejado de ellos un recuerdo entrañable y les ha hecho justicia convirtiéndolos en símbolos remotos de la prensa. El Norte les homenajea cada año al reproducir en bronce su figura en los premios que entrega anualmente a los personajes más relevantes de la región.

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Javier Aguiar
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Los voceros se convierten en un elemento más, casi indispensable, de las calles de la ciudad, gritando las últimas noticias para vender periódicos
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Ostentación. Contraportada del suplemento de bienvenida al siglo XX. Medía 43 x 60 centímetros.

 

Sección. Una última del periódico de los años veinte. Se llamó ‘Sección de anuncios’ casi desde 1856.

El Norte de Castilla ha sabido casi desde su fundación y hasta hoy en día que la independencia debía ser la bandera del periódico. Era, y es, la única forma de obtener credibilidad a fuerza de ofrecer una información fidedigna. El único camino que apunta a la objetividad. Para conseguirla es necesario tener una economía saneada, y a eso en una empresa periodística se le llama publicidad. Desde aquel lejano número de octubre de 1856 ha tenido en el periódico una presencia constante, incluso en los tiempos de crisis, que hoy puede servir de termómetro de la sociedad española del último siglo y medio.
En los primeros tiempos, anuncios y noticias se sucedían sin distinción alguna, escritas muchas veces por el mismo redactor, pese a que desde el primer número se concentró en la popular ‘Cuarta plana’, titulada ‘Sección de anuncios’, y que durante años fue testigo y fiel reflejo de las modas, las preocupaciones y los hábitos de consumo.
Tónicos y pócimas curativas de todo tipo de males –tuberculosis, consunción, borrachera o sífilis– la maquinaria agrícola más diversa –desde el arado o las sembradoras y segadoras a tracción animal, hasta la aventadoras o los famosos molinos Plansichters–, o las últimas remesas de los tejidos más sofisticados llegadas a los almacenes de la ciudad. La publicidad de El Norte ha sido un reflejo de cómo evolucionaba la sociedad y los nuevos inventos adquirían aplicación práctica. Las primeras máquinas de coser y de escribir, los primeros coches...
El más sencillo, y a veces ingenuo, mensaje publicitario, escrito en tres líneas, la aparición de los grabados, luego dibujos e ilustraciones, de las fotografías...; la separación de la información, la pugna por los mayores y mejores espacios, la llegada de los clasificados, de las grandes campañas. Todo con tal de vender, pero dejando, inconscientemente, una huella viva del paso por la piel de toro de cinco generaciones de seres humanos.

 

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