La Primera Guerra Mundial
y la dictadura de Primo de Rivera marcan una década
en la que El Norte lucha por convertirse en un
diario moderno sin perder sus señas de
identidad
.
Acontecimiento.
El 14 de septiembre de 1923 El Norte
informaba del levantamiento de Primo
de Rivera, pero apenas llenó
4 de las 6 columnas de su primera.
EL PRODUCTO
Características
Pasa de cuatro a ocho páginas
y,
en ocasiones, a 16. Seis columnas.
Precio
El 1 de julio de 1920 sube de cinco
céntimos a diez.
Suplementos
‘Castilla’, dedicado
a la vida literaria; ’Vida
rural’ y
‘Vida en la
escuela’.
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La Europa
desarrollada vive la locura de los veinte
y en Castilla, mientras tanto, se sigue
luchando por soltar los lastres que la
atan al pasado. Aquí, sin duda,
los vientos no soplan tan felices y el
progreso se encuentra con la ancestral
resistencia al cambio. El Norte parece
querer sumarse al sino de los tiempos
y es, en 1916, un periódico muy
parecido al de la década anterior.
Subtitulado, como desde hace años,
‘Diario independiente de Valladolid’
y con el tradicional añadido de
‘El que más circula en la
región castellana’, sigue
ofreciendo las mismas cuatro páginas
que medio siglo antes como norma general,
si bien los días que edita un suplemento
–dos o tres a la semana– amplía
a seis. Su precio es también el
mismo que desde hace años, cinco
céntimos.
En su primera, a seis columnas, puede
encontrarse, en ligero desorden, un poco
de todo. Lo mismo abre –si así
puede decirse cuando se trata más
de una lista que de una selección–
la cartelera de espectáculos que
la sección ‘Valladolid hace
50 años’ o la información
sobre mercados. El seguimiento de la ‘Guerra
Europea’ es escaso y muchas veces
obtiene peor tratamiento que la hemeroteca
o las efemérides.
Sin embargo, el diario sigue mostrando
esa capacidad de reacción que siempre
ha demostrado. Cuando hay que echar el
resto cuenta con un resorte especial y
el periódico sale del aparente
letargo, sufre una metamorfosis y pone
en funcionamiento todos sus recursos.
Nada más empezar la década
vemos un ejemplo. El domingo 16 de enero
de 1916 dos trenes expresos colisionan
en la estación de Gomeznarro y
causan varios muertos y heridos. El día
siguiente, El Norte ofrece una información
amplia y detallada del suceso desde diferentes
perspectivas y puntos de seguimiento,
envía redactores y corresponsales
al lugar de los hechos, a los hospitales
que acogen a los heridos, a los pueblos
de los que procedían las víctimas.
Hace, en definitiva, una labor periodística
de primer orden, bien elaborada y con
un concepto moderno de la información.
Las secciones empiezan a tratar de distinguirse
unas de otras. Para ello, los epígrafes
copian la gótica de la cabecera
y utilizan otros tipos de letra. Las más
significadas cuentan con una pequeña
ilustración. El perfil de la torre
de la Antigua para ‘cosas de Valladolid’
y, para ‘Notas deportivas’,
un ingenuo dibujo en el que aparecen una
esquiadora con falda hasta los pies, un
futbolista con su balón y algo
que parece un coche de época familiar,
pero que debía de ser la Fórmula
1 del momento.
Aires marciales
El día de la claudicación
de Alemania se da por terminada la Primera
Guerra Mundial. El Norte de Castilla abre
a seis columnas pero apenas llega a completar
cuatro de ellas con la información.
Una esquela, un pequeño comunicado
y un artículo sobre ‘Incautaciones
de trigo’ se llevan el resto.
Los titulares, salvo el inevitable ‘La
Guerra Europea ha terminado’, despiden
un tufo inequívoco de lenguaje
militar que ya impregnaba otros rincones
del periódico –una sección
llamada ‘Notas militares’
en la que varios mandos del ejército
contaban cosas de su mundo–. El
de mayor tamaño decía: ‘A
las once de la mañana de ayer se
han suspendido las hostilidades en tierra,
mar y aire’. En el ambiente predominaba
lo castrense, la campaña de Marruecos
vivía sus postrimerías y
la Dictadura de Primo de Rivera era inminente.
A mediados de 1920 el periódico
se estabiliza en las seis páginas.
En el mes de junio empieza a avisar a
lectores y suscriptores de que el 1 de
julio se aplicarán las nuevas tarifas
aprobadas por Real Orden. Días
antes ha desaparecido de la cabecera el
precio que durante muchos años
destacaba a ambos costados: cinco céntimos.
El día anunciado, en su tercera
columna y destacado entre grecas, anuncia
el nuevo precio: diez céntimos.
Ese año hay más novedades,
por ejemplo, vuelve el folletín
que, pese a ver reducido su tamaño
a la mitad –el faldón de
una sola plana– asume el aumentativo
para pasar a llamarse ‘folletón’.
La primera entrega, ‘Rinconete y
Cortadillo’, del «insigne
Miguel de Cervantes». En cuanto
a la información, la sección
de mercados sigue llenando los faldones
de la 2 y la 3 y la dedicada a Castilla
ocupa cada vez un mayor espacio. Las dos
últimas planas se van en publicidad,
pero también dan datos de lo que
se cuece en el mundo. Por ejemplo, aparecen
anuncios de los neumáticos United
States –«cinco tipos diferentes»,
destacaba– y, casi inmediatamente,
el del «auto universal», el
Ford T, modelo que se alquilaba en Valladolid
–al parecer su compra estaba en
manos de solo unos pocos ciudadanos acaudalados–
a una peseta el kilómetro.
‘Notas regionales’ En los años siguientes,
la información regional adquiere
paulatinamente volumen hasta llegar a
ocupar una plana completa con cabecera
propia. ‘Información de Castilla:
notas regionales’, se llama y, por
supuesto, incluye noticias de Santander
y Logroño, que son parte de ella.
Además, resulta más fácil
de encontrar porque en estos meses, en
1922, se ha empezado a foliar las páginas
que ya aparecen numeradas, aunque la fecha
sigue apareciendo únicamente en
la primera.
El 14 de septiembre de 1923 se informa
del levantamiento de Primo de Rivera con
un antetítulo significativo: «Un
momento crítico para España».
Aunque el titular va a seis columnas,
se recurre a un artículo –sobre
la afición de los españoles
a la historia– para llenar la primera.
Un pequeño editorial, moderado
pero crítico y arriesgado, se pregunta:
«¿Son esos los hombres que
necesita España?».
Las trazas de El Norte de Castilla de
mediados de los años veinte apuntan
al germen de un periódico moderno.
Tiene muchos de los elementos que hoy
perviven y se aprecian tímidos
intentos de ordenarlos de un modo más
racional. Empiezan a aparecer dibujos
–firmados por Geache–, las
secciones tienen cabeza propia (‘Información
General de España y el Extranjero’)
y se agrupan con más criterio,
y sigue estando muy atento a los grandes
acontecimientos y a las oportunidades
comerciales. Por ejemplo, se edita antes
del estío un extraordinario dedicado
a Santander, con publicidad recabada en
Cantabria, para los muchos vallisoletanos
que allí veranean. Se amplía
a ocho páginas y, en ocasiones
concretas, a 16.
Pero, con todo, el esfuerzo resulta baldío
las más de las veces y el desorden
vuelve a triunfar. La publicidad manda,
eso siempre ha sido así, pero cuando
abunda invade cualquier espacio y se mezcla,
si es menester, con la información.
El folletón se usa como recurso
para ajustar cuando no hay textos o anuncios
y aparece con una irregularidad pasmosa.
Para abrir vale lo mismo la guerra de
Marruecos que una crítica de teatro.
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Esquelas a debate
Javier Aguiar
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Controversia.
La presencia de esquelas en
primera plana propició
un debate sobre cuál
debía de ser su espacio
en el periódico, que
a veces monopolizaban, como
se aprecia en los dos ejemplos
de 1920 y 1922.
En las primeras páginas de estas
décadas se aprecia una lucha sin
cuartel. Pugnan por los espacios principales
los anuncios y las esquelas y suelen estas
últimas salir ganadoras. En los
años veinte las necrologías,
que muchos días son el verdadero
protagonista del diario hasta el punto
de ocupar la primera casi por completo,
se han convertido en el método
habitual de comunicar a amigos y conocidos
un fallecimiento. Pero también
de demostrar a la sociedad local y regional
la importancia de una familia y su posición
social. Y así empieza a crecer
el tamaño de las esquelas, el grosor
de sus marcos, y, como consecuencia, a
restar espacio a otros contenidos del
periódico
A los responsables de El Norte no les
preocupa esta competición, que
al fin y al cabo alimenta la contabilidad
del negocio, pero intentan controlar su
presencia para evitar que el periódico
se convierta en un mero boletín
de defunciones. Y lo hacen a la manera
empresarial: subiendo los precios. En
1916 la esquela estándar medía
doce por nueve centímetros y costaba
veinte pesetas en primera plana, doce
en tercera y seis en la cuarta, con un
descuento del 25% para suscriptores. Pero
la nota aclaraba que el exceso de tamaño
se pagaría según la tarifa
general de publicidad.
Como puede apreciarse abriendo cualquier
tomo de la hemeroteca, la medida tardó
tiempo en hacer efecto, sobre todo porque
los adinerados de la ciudad podían
así hacer notar más la diferencia.
No solo en El Norte: el debate sobre qué
debía hacerse con las esquelas
se prolongó durante años.
El de ‘The Times’, de Londres,
fue famoso.
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Los suplementos
Javier Aguiar
.
La necesidad de llegar a un
público más amplio
y la de profundizar
en los temas estrella de El
Norte mueven al diario a lanzar
una serie de extraordinarios
de gran éxito y con un
alto grado de especialización
Intereses.
La literatura, el
mundo agrario o la enseñanza
fueron siempre preocupaciones
del diario.
Las antiguas ambiciones de Santiago Alba
de hacer de El Norte un periódico
cultural, que pusiera el énfasis
en la literatura, tuvieron su concreción
el 20 de julio de 1915, fecha de aparición
del suplemento literario ‘Castilla’.
El responsable de la hoja que se repartía
los domingos, con la irregularidad propia
de los tiempos, fue Federico Santander
–que años después
dirigiría el periódico–
y contó con las colaboraciones
de otros hombres de la casa que, como
él, gozaban de un merecido prestigio
intelectual. Entre ellos, el entonces
director, Ricardo Allué; el presidente
del Consejo, Antonio Royo Villanova; otro
futuro director, Francisco de Cossío,
y César Alba, José María
Vela y algunos más. ‘Castilla’
solía insertarse en la página
tres del diario aunque casi siempre ‘coleaba’
en la siguiente. Cualquier artículo
de interés literario tenía
cabida en la hoja de los domingos, que
en todas sus entregas incluía versos
escritos por poetas locales y los propios
redactores del suplemento, y que contaba
con algunas secciones fijas como la titulada
‘Estampas’, con líricas
descripciones de paisajes o ciudades castellanas
o españolas, o la crítica
literaria firmada la mayoría de
las veces por Cossío y que llevó
títulos como ‘Crítica
al vuelo’ o ‘El libro de la
semana’.
Antonio Valbuena se encargó de
una pieza curiosa de ‘Castilla’,
denominada ‘Dislates académicos’,
en la que se dedicaba nada menos que a
enmendar la plana a la Real Academia Española.
«Un artículo del diccionario
académico sobre el término
‘aceite’, con ser largo, de
más de media columna, deja mucho
que desear por lo que le falta y por lo
que le sobra», dice un día.
En el número 151 del suplemento,
de enero de 1921, aseguraba Valbuena:
«Que el último diccionario
de la Academia es el peor de todos, no
es menester decirlo». Audaz, como
poco.
«En aquellas columnas, fámulas
al viento de exaltación castellanista
y tribuna sensible de proteicas afirmaciones
literarias se dieron cita no solo las
firmas de la casa […] y tantos otros
que en los cenáculos literarios
de la época planteaban aquella
incruenta batalla del neorromanticismo
contra el modernismo». Así
describe el profesor José Altabella
en su libro sobre El Norte el espíritu
de aquel suplemento, en el que destacaron
firmas como Maeztu, Unamuno o Pardo Bazán,
que cobraban 20 pesetas por pieza.
Precisamente uno de los últimos
ejemplares de ‘Castilla’ –el
número 154, del 15 de mayo de 1921–
estuvo dedicado monográficamente
‘A la memoria de la Condesa de Pardo
Bazán’. En su ‘Responso’,
Federico Santander daba una emotiva despedida
a la escritora gallega que, en el fondo,
era también la de la página
literaria de El Norte que en los últimos
meses había venido languideciendo.
Vida rural El interés del periódico
por los temas agrarios tuvo como consecuencia
natural la aparición, en el año
1914, de otro suplemento de gran éxito
titulado ‘Vida Rural’ y subtitulado
‘Revista agrícola’.
La histórica preocupación
de los responsables del diario por los
asuntos del campo y el enorme interés
que despertó entre los lectores
hicieron de ‘Vida rural’ el
suplemento más longevo de los que
lanzó el periódico y también
el que más ejemplares llegó
a tirar, hasta 20.000 en el momento de
mayor seguimiento. De hecho, El Norte
se volcó en la promoción
de su nueva creación y le dedicó
la mayor campaña que había
hecho hasta la fecha. Entre otras iniciativas,
colgó unos grandes carteles publicitarios
en todas las estaciones de la línea
ferroviaria del norte.
De la mano de Darío Velao, ‘Vida
Rural’ tocaba todos los aspectos
del quehacer agrario, pero con el acento
en las cuestiones técnicas. Así,
encadenaba secciones como ‘Mecánica
agrícola’, que firmaba el
propio Velao; ‘Práctica rural’,
que trataba asuntos de tanto interés
como saber cuál es el momento ideal
para la siega, o ‘Del extranjero’,
en la que Gastón Lavedán
daba cuenta de la evolución de
los mercados, las cosechas y la meteorología
en casi todos los países de Europa
central y del este.
Había una ‘Sección
técnica’, otra de ‘Ecos
agrícolas’, una jurídica,
otra de consejos y un ‘Consultorio
agrícola’. Los hombres del
campo no podían pedir más.
Ricardo Allué, director y articulista
en el suplemento literario, responde en
el ‘Consultorio’ a un ganadero:
«Es indudable que el ganado cabrío
de vd. está invadido por el piojo».
Por ello le recomienda «esquilar,
luego bañar a los animales en días
de calor y en seguida darles una fricción
con petróleo» y, por último,
«jabonaduras con jabón de
Marsella». ¿Podría
hoy dar tal consejo el director de algún
periódico?
Otro lector, que firma Juan Labrador –¿sospechoso
nombre?– requiere al autor de un
artículo sobre el ‘Dry farming’
alguna aclaración. «¿Es
o no conveniente aplicar esa técnica?
Pues vd escribe con palabras cultas, y
nosotros no podemos entenderle dada nuestra
rusticidad», se justifica. En la
‘Sección jurídica’,
José María Vela, que también
escribe poemas en ‘Castilla’,
pone al día a los agricultores
sobre los ‘pósitos’
–los actuales seguros agrarios–
recomendando su contratación a
aquellos que aún no lo hubieran
hecho. Como ocurrió con el suplemento
literario ‘Castilla’, ‘Vida
rural’ dejó de publicarse
en el año 1921 después de
haberse tirado más de 150 números.
Las cosechas Mención aparte merece el
número extraordinario que cada
año publicaba El Norte sobre la
cosecha de cereales, un especial que se
ofrecía gratuitamente a los lectores
–normalmente a finales de año–
desde finales del siglo XIX y que fue
creciendo en tamaño y calidad hasta
los años veinte. En esta década
llegó a tener hasta diez páginas
de formato sábana, con una información
muy detallada sobre las cosechas en la
provincia, la región, en España
y el resto del mundo. Los datos se enriquecían
con artículos técnicos y
valorativos, firmados por los especialistas
de la redacción –casi todos–
así como con grandes cuadros estadísticos,
mapas y todos los elementos propios de
un monográfico. Si bien el trigo
era la estrella, el seguimiento se extendía
a leguminosas hoy desconocidas –como
los yeros o las muelas–, las algarrobas
o a cualquier producto. Desde que, en
los años ochenta del XIX, el periódico
se adelantara a descubrir el potencial
del mercado vitivinícola, la vendimia
ocupó lugar destacado tanto en
los especiales como en el tratamiento
diario de la información.
El maestro de primera enseñanza
don Sidonio Pintado dirigió entre
los años 1915 y 1921 una hoja de
divulgación pedagógica e
intereses del Magisterio titulada ‘Vida
en la escuela’, que empezó
como una pequeña sección
dentro del diario y acabó ocupando
el espacio –casi fijo– de
los otros suplementos.
Vida en la escuela Pintado enviaba los originales
desde la localidad palentina de Baltanás,
en la que ejercía su profesión.
‘Vida en la escuela’ tenía
secciones como ‘Cuestiones legales’,
‘Didáctica pedagógica’,
‘Álbum para niños’,
con poemas dirigidos a los más
pequeños, ‘Efemérides
pedagógicas’ o ‘Ecos
escolares’. En ‘Comentando
la actualidad’, Pintado vertía
sus opiniones sobre los temas que afectaban
a la profesión. El suplemento ‘Vida
en la escuela’, que puso de manifiesto
durante más de cinco años
un interés por la enseñanza
hoy invisible, empezó a perder
fuerza a lo largo de 1920 y terminó
desapareciendo en 1921, aunque el uso
de su cabecera se mantuvo como epígrafe
durante años.