Hacia 1920 El Norte adquiere
cuatro ‘Linograph’ que permiten abandonar
la composición manual de los textos e inauguran
la era mecánica
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LA TÉCNICA
Avance
El periódico utilizó
las linotipias hasta la llegada
de la cinta perforada.
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La llegada de la linotipia revoluciona
la forma en la que se confecciona el periódico.
El Norte de Castilla la introduce en torno
al año 1920, cuando adquiere cuatro
máquinas ‘Linograph’,
aunque en algunos periódicos nacionales,
sobre todo de Barcelona y Madrid, ya existían
varias desde unos años antes. El
creador de la linotipia, Otto Mergenthaler,
patentó su invento en 1886. Era
el primer proceso de composición
mecánica; tras él vendrían
las cintas perforadas y la fotocomposición.
El funcionamiento de las linotipias difiere
en un elemento crucial de la composición
con tipos móviles. Los cajistas
creaban las líneas de composición
escogiendo uno por uno los caracteres.
Las linotipias funcionan con matrices.
Una especie de moldes sobre los que se
vertía plomo fundido, que una vez
frío formaba la línea. El
proceso era el siguiente. El redactor
escribía el texto y el titular,
que pasaban al regente. Este, a su vez,
distribuía el texto a los linotipistas
con una referencia anotada, la misma que
figuraba en el titular, que pasaba al
cajista. La máquina estaba preparada
tan solo para imprimir cuerpos pequeños,
por lo que los titulares se componen con
tipos móviles hasta casi hasta
la entrada de la informática. Miguel
de Torre, cajista en sus inicios (1969)
y ahora jefe de Producción de El
Norte, recuerda que esto daba lugar a
algunos problemas en diarios más
modestos. «La ‘Hoja del Lunes’
se hacía en una imprenta pequeña
de la Asociación de la Prensa.
No tenía tantos medios como El
Norte, y muchas veces, al hacer un titular,
faltaban tipos. A lo mejor querías
titular ‘Ocho victorias consecutivas’,
y te decía el cajista ‘pon
el ‘ocho’ con número
que no hay más que tres ‘oes’».
La única limitación era
la del cuerpo, aunque en El Norte, en
los últimos años, ya había
una que permitía confeccionar titulares
de hasta un cuerpo 32. Además,
tenía la limitación del
ancho. No podían hacerse a más
de dos columnas. En caso contrario, había
que hacer una pequeña trampa, «componerlo
de dos veces», explica De Torre.
Esto daba lugar a que el justificado del
titular fuera más amplio en un
lado que en el otro.
El avance, sin embargo, fue espectacular.
La linotipia llevaba adosado un almacén
en el que se guardaban las matrices. Noventa
caracteres, que se distribuían
por el teclado en tres zonas de la misma
forma en que lo hacían en los chibaletes
de los cajistas. A la izquierda, la ‘caja
baja’, las minúsculas; a
la derecha, la ‘caja alta’,
mayúsculas, y en el centro, los
signos de puntuación y otros.
Las matrices tenían unas guías
diferentes en función del carácter
que representaban. Y además, igual
que sucede con las máquinas de
escribir antiguas, había una palanca
que permitía escoger entre dos
tipos de letra, negrita y redonda, o cursiva
y redonda. Una estaba situada encima de
la otra. Conforme se tecleaba, las matrices
se ordenaban en el componedor. Una vez
completa la línea, se rellenaban
con el plomo que derretía un crisol.
El metal fundido estaba compuesto de una
aleación de plomo (sobre el 80%),
antimonio (15%), que servía para
dar dureza al ojo de la letra, y estaño
(5%). Una vez enfriado, lo que sucedía
en pocos segundos, la línea de
plomo caía al galerín, donde
se iba formando una columna de texto.
Después, las matrices volvían
al almacén gracias a un sinfín.
Las mismas guías que permitían
su caída al ser tecleadas valían
para que se volvieran a colocar en su
sitio.
Era el comienzo de la composición
mecánica, una forma que perduró
en El Norte desde 1920 hasta la llegada
de la cinta perforada, preludio de la
gran revolución de las artes gráficas,
la informática.
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«Si se salía el
plomo, había
que quitarlo a martillazos»
pepe espeso y rafael frades
ex linotipistas
.
Pepe Espeso,
de pie, y Rafael Frades, en la linotipia.
/ G. Villamil
Son supervivientes
de ‘talleres’, esa parte invisible
para el exterior de los periódicos,
pero imprescindible para que el papel
impreso llegue cada día a los quioscos.
Pepe Espeso (Valladolid, 1944) y Rafael
Frades (Valladolid, 1943) han vivido la
evolución tecnológica más
brutal de la historia de la prensa, la
que va de lo mecánico a lo digital.
Ellos, junto a algunos otros, fueron los
últimos en hacer funcionar las
linotipias en El Norte de Castilla.
Pepe Espeso comenzó a trabajar
en Miñón como aprendiz de
cajista. Tenía 16 años.
Tras el obligado paso por el servicio
militar, desembocó en el periódico
como linotipista de noche. «Iba
para aprender a manejar la linotipia»,
explica. Rafael Frades llegó un
poco más tarde, en 1970, como linotipista.
Cuando ellos llegaron, casi cinco décadas
después de las primeras ‘Linograph’,
la sala de las linotipias no tenía
ya nada que ver. «Había nueve
máquinas», comenta Espeso,
«una de ellas para hacer titulares
y otra ‘Electron’, que ya
tenía componentes electrónicos».
El escenario de aquel cuarto de máquinas
era una sala cuadrada, con el piso de
alquitrán y brea y con nueve máquinas
que desprendían un calor insoportable
por los crisoles que fundían el
plomo.
Un linotipista no era un simple operario.
Estaban muy bien considerados, como también
ocurría con los correctores, y
tanto Espeso como Frades recuerdan las
palabras del entonces gerente del diario,
Fernando Altés. «Decía
que era admirable que una persona sin
conocimientos pudiera escribir sin faltas
de ortografía ni errores. Dentro
del oficio, los linotipistas eran gente
muy bien considerada». Había
que tener un talante especial para meterse
entre aquellas máquinas humeantes
día tras día, con la toxicidad
del plomo envolviéndolo todo. «Había
que tomar leche para eliminar la toxicidad
del plomo», recuerda Espeso, «aunque
aquí nadie lo hacía».
Algunas averías se solucionaban
vertiendo aceite sobre las máquinas,
lo que desprendía una humareda
aún mayor.
Y es que el personal de las linotipias
no se reducía solo a los encargados
de componer los textos. También
había tres mecánicos –Ramón
Margarida, Abdón Rioseco y Leandro
Lozano– encargados de solucionar
los atascos de las matrices cuando se
pulsaban las teclas demasiado rápido.
Aunque, según recuerdan, esas averías
no eran las peores.
–Pepe Espeso: Lo peor eran las proyecciones.
–¿Y eso qué
era? –P. E.: Si la línea
estaba mal ajustada, el plomo fundido
no encontraba resistencia y se salía
y se desparramaba por toda la máquina.
Solidificaba enseguida y había
que quitarlo con un cincel o un cortafríos
y un martillo.
–Rafael Frades: Teníamos
que trabajar con calcetines por si saltaba
el plomo. Nos dejamos muchos pantalones
allí.
Cada máquina tenía cuatro
almacenes de matrices, de cuatro medidas
diferentes. Y en cada matriz podía
haber dos tipos de letra de la misma familia
y cuerpo. Es decir, la negrita y la redonda,
o bien la redonda y la cursiva. Eso sí,
para cambiar de familia había que
desmontar un almacén y poner el
que correspondiera a la nueva.
Otro trabajo artesanal, que ahora con
los ordenadores consiste en un simple
‘click’, era ajustar la longitud
de la línea y después, justificarla.
«La rueda de la linotipia tenía
cuatro moldes, y para cambiar la medida
de la línea se ajustaba con un
destornillador, si era de cuerpo 12, o
de cuerpo 6», explica Pepe Espeso.
«Había una máquina
para titulares pequeños, de un
cuerpo 32 todo lo más. Los titulares
grandes los hacían los cajistas
con el componedor», añade.
Las líneas se justificaban con
unos espacios «de cuña»
que se intercalaban entre las palabras.
El proceso era largo. «Ángel
de Pablos se iba a un pleno, por ejemplo,
y se llevaba la máquina de escribir
y las cuartillas». Cuartillas que
pasaban por las manos de los linotipistas,
que las tecleaban. «La media normal
era de entre 6.000 y 7.000 matrices –pulsaciones–
a la hora. En cada línea entraban
30 ó 32 matrices», explica
Frades.
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la fotografía
Javier Aguiar
.
En 1906 el periódico
reproduce imágenes con motivo del especial
de Ferias, y en 1927 inaugura su taller de fotograbado
.
LA PRIMERA.
Fachada del Ayuntamiento (Ferias).
Una vez
más, las Ferias son el acontecimiento
que permiten observar una novedad en El
Norte. En 1906, cumpliendo con lo anunciado
días antes, el periódico
incluye una fotografía firmada
por Bordallo, autor que colaboraba con
la revista ‘Blanco y Negro’
y que durante ese mes de septiembre publicó
algunas imágenes en El Norte. La
primera de ellas mostraba la entonces
nueva fachada del Ayuntamiento de Valladolid.
En un principio, la reproducción
de imágenes se limita a grabados
o dibujos, que apenas tienen una función
ilustrativa, pero no informativa. Sirven
simplemente para decorar y acompañar
la información. Las únicas
ilustraciones útiles son las que
corresponden a los anuncios, y estas se
realizan a través de procedimientos
de grabado o mediante litografías.
El Norte tarda un poco en adoptar la técnica
fotográfica si se compara con algunos
de los periódicos de la época,
aunque tampoco los más adelantados
consiguieron que el proceso fuera rentable
económicamente hasta pasados muchos
años. Así, el diario ‘Las
Provincias’ contó con taller
de fotograbado en 1888, lo que le sirvió
para ser el primero del Levante. Sin embargo,
no publica su primera foto en el periódico
hasta 1909. Indudablemente, contar con
un taller de fotograbado propio permitía
obtener unos ingresos adicionales sumamente
interesantes. Hay que recordar que la
imprenta no podía vivir únicamente
de lo que ingresaba por parte del periódico.
Otros ejemplos fueron el ‘Heraldo
de Aragón’, que contó
con taller propio en 1895. El ‘Diario
de Navarra’ lo fundó en 1920.
Llega Foto Castilla El Norte de Castilla se retrasa
ligeramente, hasta 1927. Y curiosamente
no le otorga a este paso una relevancia
especial en sus páginas. El 25
de marzo incluye un anuncio en el que
explica: «Instalación única
en Valladolid, brevemente apertura de
Foto Castilla». Ese brevemente se
confirma apenas cinco días después
con un anuncio bastante más explícito.
«Foto Castilla. Ofrece desde hoy
a cuantos se relacionan con las Artes
Gráficas, como periodistas, imprentas,
fotógrafos y publicidad en general,
sus grandes talleres de fotograbado, instalaciones
espléndidas y únicas en
Valladolid y provincias limítrofes».
Foto Castilla funcionó como empresa
ligada, aunque independiente, a El Norte
de Castilla hasta diciembre de 1994, y
abasteció durante todos esos años
de material a casi todas las imprentas
de Valladolid. Algunos de los trabajadores
de Foto Castilla permanecen aún
hoy en la sección de talleres de
El Norte, en el polígono de Argales.