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LOS ALBA
 
  Un paseo por la década
 
CONTENIDO
  La linotipia
  «Si se salía el plomo, había que quitarlo a martillazos»
  La fotografía
La linotipia
Antonio g. Encinas
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Hacia 1920 El Norte adquiere cuatro ‘Linograph’ que permiten abandonar la composición manual de los textos e inauguran la era mecánica
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LA TÉCNICA
Avance
El periódico utilizó las linotipias hasta la llegada de la cinta perforada.
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La llegada de la linotipia revoluciona la forma en la que se confecciona el periódico. El Norte de Castilla la introduce en torno al año 1920, cuando adquiere cuatro máquinas ‘Linograph’, aunque en algunos periódicos nacionales, sobre todo de Barcelona y Madrid, ya existían varias desde unos años antes. El creador de la linotipia, Otto Mergenthaler, patentó su invento en 1886. Era el primer proceso de composición mecánica; tras él vendrían las cintas perforadas y la fotocomposición.
El funcionamiento de las linotipias difiere en un elemento crucial de la composición con tipos móviles. Los cajistas creaban las líneas de composición escogiendo uno por uno los caracteres. Las linotipias funcionan con matrices. Una especie de moldes sobre los que se vertía plomo fundido, que una vez frío formaba la línea. El proceso era el siguiente. El redactor escribía el texto y el titular, que pasaban al regente. Este, a su vez, distribuía el texto a los linotipistas con una referencia anotada, la misma que figuraba en el titular, que pasaba al cajista. La máquina estaba preparada tan solo para imprimir cuerpos pequeños, por lo que los titulares se componen con tipos móviles hasta casi hasta la entrada de la informática. Miguel de Torre, cajista en sus inicios (1969) y ahora jefe de Producción de El Norte, recuerda que esto daba lugar a algunos problemas en diarios más modestos. «La ‘Hoja del Lunes’ se hacía en una imprenta pequeña de la Asociación de la Prensa. No tenía tantos medios como El Norte, y muchas veces, al hacer un titular, faltaban tipos. A lo mejor querías titular ‘Ocho victorias consecutivas’, y te decía el cajista ‘pon el ‘ocho’ con número que no hay más que tres ‘oes’».
La única limitación era la del cuerpo, aunque en El Norte, en los últimos años, ya había una que permitía confeccionar titulares de hasta un cuerpo 32. Además, tenía la limitación del ancho. No podían hacerse a más de dos columnas. En caso contrario, había que hacer una pequeña trampa, «componerlo de dos veces», explica De Torre. Esto daba lugar a que el justificado del titular fuera más amplio en un lado que en el otro.
El avance, sin embargo, fue espectacular. La linotipia llevaba adosado un almacén en el que se guardaban las matrices. Noventa caracteres, que se distribuían por el teclado en tres zonas de la misma forma en que lo hacían en los chibaletes de los cajistas. A la izquierda, la ‘caja baja’, las minúsculas; a la derecha, la ‘caja alta’, mayúsculas, y en el centro, los signos de puntuación y otros.
Las matrices tenían unas guías diferentes en función del carácter que representaban. Y además, igual que sucede con las máquinas de escribir antiguas, había una palanca que permitía escoger entre dos tipos de letra, negrita y redonda, o cursiva y redonda. Una estaba situada encima de la otra. Conforme se tecleaba, las matrices se ordenaban en el componedor. Una vez completa la línea, se rellenaban con el plomo que derretía un crisol. El metal fundido estaba compuesto de una aleación de plomo (sobre el 80%), antimonio (15%), que servía para dar dureza al ojo de la letra, y estaño (5%). Una vez enfriado, lo que sucedía en pocos segundos, la línea de plomo caía al galerín, donde se iba formando una columna de texto. Después, las matrices volvían al almacén gracias a un sinfín. Las mismas guías que permitían su caída al ser tecleadas valían para que se volvieran a colocar en su sitio.
Era el comienzo de la composición mecánica, una forma que perduró en El Norte desde 1920 hasta la llegada de la cinta perforada, preludio de la gran revolución de las artes gráficas, la informática.

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«Si se salía el plomo, había
que quitarlo a martillazos»
pepe espeso y rafael frades ex linotipistas
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Pepe Espeso, de pie, y Rafael Frades, en la linotipia. / G. Villamil

 

Son supervivientes de ‘talleres’, esa parte invisible para el exterior de los periódicos, pero imprescindible para que el papel impreso llegue cada día a los quioscos. Pepe Espeso (Valladolid, 1944) y Rafael Frades (Valladolid, 1943) han vivido la evolución tecnológica más brutal de la historia de la prensa, la que va de lo mecánico a lo digital. Ellos, junto a algunos otros, fueron los últimos en hacer funcionar las linotipias en El Norte de Castilla.
Pepe Espeso comenzó a trabajar en Miñón como aprendiz de cajista. Tenía 16 años. Tras el obligado paso por el servicio militar, desembocó en el periódico como linotipista de noche. «Iba para aprender a manejar la linotipia», explica. Rafael Frades llegó un poco más tarde, en 1970, como linotipista. Cuando ellos llegaron, casi cinco décadas después de las primeras ‘Linograph’, la sala de las linotipias no tenía ya nada que ver. «Había nueve máquinas», comenta Espeso, «una de ellas para hacer titulares y otra ‘Electron’, que ya tenía componentes electrónicos». El escenario de aquel cuarto de máquinas era una sala cuadrada, con el piso de alquitrán y brea y con nueve máquinas que desprendían un calor insoportable por los crisoles que fundían el plomo.
Un linotipista no era un simple operario. Estaban muy bien considerados, como también ocurría con los correctores, y tanto Espeso como Frades recuerdan las palabras del entonces gerente del diario, Fernando Altés. «Decía que era admirable que una persona sin conocimientos pudiera escribir sin faltas de ortografía ni errores. Dentro del oficio, los linotipistas eran gente muy bien considerada». Había que tener un talante especial para meterse entre aquellas máquinas humeantes día tras día, con la toxicidad del plomo envolviéndolo todo. «Había que tomar leche para eliminar la toxicidad del plomo», recuerda Espeso, «aunque aquí nadie lo hacía». Algunas averías se solucionaban vertiendo aceite sobre las máquinas, lo que desprendía una humareda aún mayor.
Y es que el personal de las linotipias no se reducía solo a los encargados de componer los textos. También había tres mecánicos –Ramón Margarida, Abdón Rioseco y Leandro Lozano– encargados de solucionar los atascos de las matrices cuando se pulsaban las teclas demasiado rápido. Aunque, según recuerdan, esas averías no eran las peores.
–Pepe Espeso: Lo peor eran las proyecciones.

–¿Y eso qué era?
–P. E.: Si la línea estaba mal ajustada, el plomo fundido no encontraba resistencia y se salía y se desparramaba por toda la máquina. Solidificaba enseguida y había que quitarlo con un cincel o un cortafríos y un martillo.
–Rafael Frades: Teníamos que trabajar con calcetines por si saltaba el plomo. Nos dejamos muchos pantalones allí.
Cada máquina tenía cuatro almacenes de matrices, de cuatro medidas diferentes. Y en cada matriz podía haber dos tipos de letra de la misma familia y cuerpo. Es decir, la negrita y la redonda, o bien la redonda y la cursiva. Eso sí, para cambiar de familia había que desmontar un almacén y poner el que correspondiera a la nueva.
Otro trabajo artesanal, que ahora con los ordenadores consiste en un simple ‘click’, era ajustar la longitud de la línea y después, justificarla. «La rueda de la linotipia tenía cuatro moldes, y para cambiar la medida de la línea se ajustaba con un destornillador, si era de cuerpo 12, o de cuerpo 6», explica Pepe Espeso. «Había una máquina para titulares pequeños, de un cuerpo 32 todo lo más. Los titulares grandes los hacían los cajistas con el componedor», añade. Las líneas se justificaban con unos espacios «de cuña» que se intercalaban entre las palabras. El proceso era largo. «Ángel de Pablos se iba a un pleno, por ejemplo, y se llevaba la máquina de escribir y las cuartillas». Cuartillas que pasaban por las manos de los linotipistas, que las tecleaban. «La media normal era de entre 6.000 y 7.000 matrices –pulsaciones– a la hora. En cada línea entraban 30 ó 32 matrices», explica Frades.

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la fotografía
Javier Aguiar
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En 1906 el periódico reproduce imágenes con motivo del especial
de Ferias, y en 1927 inaugura su taller de fotograbado
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LA PRIMERA. Fachada del Ayuntamiento (Ferias).

 

Una vez más, las Ferias son el acontecimiento que permiten observar una novedad en El Norte. En 1906, cumpliendo con lo anunciado días antes, el periódico incluye una fotografía firmada por Bordallo, autor que colaboraba con la revista ‘Blanco y Negro’ y que durante ese mes de septiembre publicó algunas imágenes en El Norte. La primera de ellas mostraba la entonces nueva fachada del Ayuntamiento de Valladolid.
En un principio, la reproducción de imágenes se limita a grabados o dibujos, que apenas tienen una función ilustrativa, pero no informativa. Sirven simplemente para decorar y acompañar la información. Las únicas ilustraciones útiles son las que corresponden a los anuncios, y estas se realizan a través de procedimientos de grabado o mediante litografías.
El Norte tarda un poco en adoptar la técnica fotográfica si se compara con algunos de los periódicos de la época, aunque tampoco los más adelantados consiguieron que el proceso fuera rentable económicamente hasta pasados muchos años. Así, el diario ‘Las Provincias’ contó con taller de fotograbado en 1888, lo que le sirvió para ser el primero del Levante. Sin embargo, no publica su primera foto en el periódico hasta 1909. Indudablemente, contar con un taller de fotograbado propio permitía obtener unos ingresos adicionales sumamente interesantes. Hay que recordar que la imprenta no podía vivir únicamente de lo que ingresaba por parte del periódico. Otros ejemplos fueron el ‘Heraldo de Aragón’, que contó con taller propio en 1895. El ‘Diario de Navarra’ lo fundó en 1920.

Llega Foto Castilla
El Norte de Castilla se retrasa ligeramente, hasta 1927. Y curiosamente no le otorga a este paso una relevancia especial en sus páginas. El 25 de marzo incluye un anuncio en el que explica: «Instalación única en Valladolid, brevemente apertura de Foto Castilla». Ese brevemente se confirma apenas cinco días después con un anuncio bastante más explícito. «Foto Castilla. Ofrece desde hoy a cuantos se relacionan con las Artes Gráficas, como periodistas, imprentas, fotógrafos y publicidad en general, sus grandes talleres de fotograbado, instalaciones espléndidas y únicas en Valladolid y provincias limítrofes». Foto Castilla funcionó como empresa ligada, aunque independiente, a El Norte de Castilla hasta diciembre de 1994, y abasteció durante todos esos años de material a casi todas las imprentas de Valladolid. Algunos de los trabajadores de Foto Castilla permanecen aún hoy en la sección de talleres de El Norte, en el polígono de Argales.

 

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