La redacción
del 26. De pie, Francisco de Cossío,
Federico Santander, Jacinto Altés,
Eduardo López Pérez, José
Chicote, Ángel Martínez Carrasco,
Francisco Carmona y Carlos Rodríguez
Díaz. En la tercera fila, Emilio
Cerrillo, Gregorio Hortelano y José
Antonio Santelices. Sentados, José
Vela, Juan A. Bellogín, Pedro Carreño,
Nicolás Pedrosa y Francisco Galiardo.
.
Noble SANTANDER
Fernando Bravo
.
Los años de la dictadura
de Primo de Rivera y la Segunda República
tienen un doble referente: Federico Santander
y Francisco de Cossío, dos promotores de
la cultura apartados del periódico por
razones políticas
.
LAS
PERSONAS
Federico Santander
Dirigió el suplemento
cultural ‘Castilla’,
que inauguró Unamuno.
Formó sociedad con Cossío
para convertirse en empresario
del Teatro Calderón.
Dejó la dirección
del periódico con la
República y murió
fusilado en Paracuellos.
...................................
Monárquico.
Sus ideas monárquicas
le alejaron del periódico
y le llevaron a la muerte en
Paracuellos.
A las cuatro menos cuarto de la tarde
del 15 de abril de 1931 hizo su entrada
en la estación de Valladolid el
tren real que llevaba a la frontera con
Francia a la reina Victoria Eugenia y
a sus hijos, los infantes Jaime, Gonzalo,
Beatriz y Cristina. El ambiente en la
estación era tenso porque el convoy
real podía coincidir con un ‘rápido’,
que hacía el recorrido inverso
y trasladaba a Madrid a los nuevos ministros
del Gobierno Provisional, y había
una multitud dispuesta a saludarles y
a mostrar su entusiasmo por la nueva república.
Aunque el recibimiento a la familia real
fue respetuoso, se oyeron algunos insultos.
Entonces, un hombre vestido elegantemente
y con un ramo de flores en la mano se
abrió paso entre la gente y subió
al vagón a cumplimentar a la reina.
Era Federico Santander, personaje muy
conocido porque había sido alcalde
de Valladolid en dos ocasiones, la última
hasta hacía dos días, y
era director del periódico desde
1926».
Este episodio, relatado por la periodista
María Aurora Viloria en ‘Personajes
Vallisoletanos’, retrata cabalmente
la personalidad de Federico Santander
Ruiz-Giménez (Madrid, 14 de abril
de 1883; Paracuellos del Jarama, 2 de
diciembre de 1936).
Santander, que residía en Valladolid
desde los tres años y se había
doctorado en Derecho en su universidad
con una tesis titulada ‘Organización
política de España’,
en la que dejaba claramente fijada su
ideología monárquica, había
tomado el relevo a Ricardo Allué
al frente de la redacción de El
Norte de Castilla en junio de 1926. Aquel
15 de abril de 1931, el desafío
a la multitud para saludar a la reina
no fue su único gesto de adhesión
a la monarquía. La República,
él lo sabía, hacía
inviable su permanencia al frente de un
periódico al que solo podría
causar problemas, por lo que decidió
dejar la dirección del diario.
«Nobilísima
exageración» Su decisión de dejar El
Norte fue inmediata y personal, tanto
que la sorpresa en la redacción
queda reflejada en una nota publicada
en la primera página de El Norte
de la edición del 25 de abril.
Bajo el escueto título de ‘Federico
Santander’, la redacción,
ya bajo la responsabilidad de Francisco
de Cossío, pone de manifiesto su
estupor por la decisión de Santander
de abandonar el periódico y la
esperanza de volver a contar con él:
«Aunque alejado durante unos días
de nosotros nuestro entrañable
amigo Federico Santander, no creíamos
que su temporal apartamiento de nuestras
tareas tuviera la trascendencia que le
dan algunos periódicos. Tenemos
esperanza de que cuando transcurra algún
tiempo, muy poco, y se serenen todos los
espíritus, justificadamente conturbados
con los últimos sucesos políticos,
nosotros volveremos a disfrutar de la
grata compañía de nuestro
ilustre compañero y nuestros lectores
saborearán de nuevo la prosa brillante
de su envidiable pluma».
La nota tiene tintes editorialistas y
en ella El Norte admite que «quienes
combatieron a los candidatos republicanos
y socialistas considerando su triunfo
como el pórtico de la revolución
anárquica y sangrienta, se van
rindiendo a la realidad y reconocen sinceramente
que el actual gobierno es la única
garantía posible del orden y de
la tranquilidad pública y que es
un deber patriótico y ciudadano
apoyarle resuelta, leal y desinteresadamente.
»Entre los que escriben en El Norte
no es Federico Santander el único
monárquico, pero ninguno ha reaccionado
con tan nobilísima exageración
ante la soberana voluntad del pueblo,
acatada discretamente por el mismo don
Alfonso.
»Monárquicos singuen siendo
algunos de nuestros compañeros
pero creen que cumplen con su deber de
españoles y de castellanos posponiendo
sus convicciones políticas a los
altos intereses de Castilla y España».
Víctima
de la censura La confianza de la redacción
en su ya ex director no fue correspondida.
Federico Santander, que 16 años
antes se había adscrito al partido
de Santiago Alba y había fundado
poco después la Juventud de Izquierda
Liberal Monárquica, no volvió
a El Norte de Castilla. Pero su decisión
estaba justificada porque era consecuente
con sus ideas y había experimentado
los efectos de la censura desde poco antes
de asumir la máxima responsabilidad
en la redacción del periódico.
Santander se había incorporado
como redactor en junio de 1915, procedente
del ‘Diario Regional’, para
ponerse al frente del suplemento literario
‘Castilla’, que se publicó
los domingos durante seis años,
hasta 1921. Tras una brillante trayectoria
como coordinador de aquel suplemento y
redactor literario, en las semanas previas
a su nombramiento como director, el 29
de abril de 1926, El Norte dejó
de salir a la calle durante casi un mes.
El 21 de mayo volvía el periódico
a encontrarse con sus lectores, pero en
su primera página no aparecía
ya nota explicativa alguna, como había
ocurrido en ocasiones anteriores en las
que el Gobierno había clausurado
el diario.
Un escueto suelto anunciaba únicamente
una compensación para los suscriptores:
«Al reanudar la publicación
de El Norte de Castilla, ponemos en su
conocimiento que en compensación
a los días que han dejado de recibir
el periódico, les serán
prorrogadas por un mes sus suscripciones».
Era la etapa del Directorio Civil de la
Dictadura de Primo de Rivera y estas situaciones
eran relativamente frecuentes. De hecho,
la edición del 28 de abril, la
última antes de esta clausura,
en la primera página recogía
la siguiente nota:
»De Santander (la ciudad)
»‘La Atalaya, suspendida’
»Nuestro colega de Santander ha
dirigido a sus abonados la siguiente circular,
con fecha 24 del actual:
»Nuevamente, el Gobierno Civil de
nuestra provincia se ha fijado en nuestra
modesta labor y ha suspendido por ocho
días la publicación de ‘La
Atalaya’.
»Solamente la lesión material
que a nuestros abonados les causa nos
contrista en el momento actual.
Nuevamente apelamos a su amistad, para
que acepten esta forzada suspensión...
El director, José del Río;
el administrador, Federico Andrés».
El Norte apenas añadió:
«Lamentamos de todo corazón
lo que ocurre al colega santanderino».
Al día siguiente, se produjo la
clausura durante casi un mes de El Norte
de Castilla.
Político,
empresario, periodista Federico Santander había
sido concejal de Valladolid ya en 1915
y posteriormente simultaneó su
condición de alcalde con las labores
de redactor entre 1919 y 1922. Pero además,
Santander era un verdadero agitador cultural
y, junto con los colaboradores del suplemento
‘Castilla’, mantenía
una estrecha relación con los autores
dramáticos que estrenaban sus obras
en Valladolid, con pintores y músicos,
y las tertulias que se celebraban en la
sede del periódico así lo
acreditaban.
Sin embargo, Santander estaba especialmente
interesado por el teatro y, cuando fue
elegido alcalde en noviembre de 1919,
formó una sociedad con su compañero
de redacción y sucesor en la dirección
del periódico, Francisco de Cossío,
para convertirse en empresario del Teatro
Calderón. Las amistades que Cossío
había hecho como crítico
con actores y directores, como María
Guerrero, Fernando Díaz de Mendoza,
Benavente, Arniches o Muñoz Seca,
permitieron a los nuevos empresarios programar
en el Calderón teatro clásico,
moderno, ópera y conciertos.
Antes de llegar a la Alcaldía,
Federico Santander, siendo concejal, tuvo
una actuación decisiva en la compra
por parte del Ayuntamiento de la casa
en la que nació José Zorrilla.
Mariano Cañas, funcionario municipal,
publica en El Norte, 88 años después,
los detalles de aquel acuerdo municipal
del 2 de febrero de 1918, por el que se
decide pagar 13.000 pesetas en cinco plazos
anuales al entonces propietario de la
Casa de Zorrilla, Norberto Adulce. Algunos
concejales se habían opuesto a
la compra, por considerar que no estaba
suficientemente probado que en la vivienda
hubiera nacido José Zorrilla. Federico
Santander acredita documentalmente este
extremo y convence a la mayoría
para efectuar la compra.
Santander logró fundir la actividad
periodística y cultural en un escenario,
El Norte, que dio cobijo a los personajes
y acontecimientos culturales más
relevantes de principios de siglo.
El 9 de abril de 1926 publica el periódico
en primera la reseña de la lectura
de poesías por Federico García
Lorca en el Ateneo:
«Mejor que un comentario propio
y un análisis personal, preferimos
recoger el fondo del admirable trabajo
de representación que leyó
otro gran maestro de hoy, Jorge Guillén
[...] notabilísima página
de nuestro distinguido colaborador.
Pero la actividad cultural promovida o
apoyada desde El Norte, atendía
también a los protagonistas de
la cultura doméstica. Cierto que
algunas convocatorias como la siguiente
describían perfectamente la sociedad
vallisoletana de aquellos días:
»Ateneo de Valladolid
»Lectura de poesías
»Esta tarde, a las ocho, organizada
por la ‘Sección escolar’
del Ateneo y en la biblioteca de la «docta
casa», dará una lectura de
versos de su libro inédito ‘Brisas’
el joven poeta Nicomedes Sanz Ruiz de
la Peña. A este acto pueden concurrir
los socios del Ateneo, las señoras
y señoritas que lo deseen y las
personas especialmente invitadas».
Los otros redactores La decena larga de redactores
con que contaba el periódico atendía
también aquella otra información
más pegada a la actualidad local,
las ‘Notas municipales’ o
la ‘Crónica local’,
que eran un fresco de la actividad diaria
de una ciudad provinciana, con secciones
que contenían una información
insólita y probablemente inadmisible
en nuestros días. La altura intelectual
y literaria de los Cossío, Santander,
Vela o Bellogín no estaba reñida
con la información de servicio
o los sucesos.
Bajo el epígrafe de ‘Crónica
local’, el 9 de febrero de 1926,
se publica, como era habitual, en primera
página y tras el tiempo, la sección
‘Viajes’:
«Han salido: Para Palencia, doña
Cristeta Ramos, viuda de Fernández.
»Para Madrid, el gerente de la Sociedad
de Empresarios de Espectáculos,
señor Argilés.
»Para San Sebastián, la señorita
Fermina Alarcón y doña Josefa
Niño y Moyano, viuda de Izquierdo.
»Para Gijón, don Sotero Rico.
»Para San Sebastián, los
industriales don Demetrio y don Juan Ramírez
y don Abudemio Renedo.
»Para Lourdes, el comerciante Valentín
Caderot, con su hija Lolita.
»Han llegado
»De Madrid, después de haber
obtenido plaza de inspector de Sanidad
e Higiene, el doctor en medicina, nuestro
paisano don Luis Suárez de Puga.
»De Salamanca, doña Pilar
Gutiérrez de Prada Lagarejos, con
sus hijas Carmen y Rosario.
»De Irún, el empleado don
Manuel Pareja.
»De Madrid, el abogado don José
Burgos de Orellana.»
Los asuntos del campo, la política
y la corresponsalía de Madrid dejaban
también espacio preferente para
otro tipo de información local,
los sucesos, donde la denuncia o detención
era una patente de corso para que los
redactores identificaran con pelos y señales
a quienes (presuntamente) habían
infringido la ley.
Las ‘Notas municipales’ del
10 de febrero de aquel mismo año
describen las fechorías documentadas
por los guardias municipales y la multa
impuesta:
«Relación oficiosa de las
denuncias hechas por los guardias municipales
por infracción a las ordenanzas
durante las últimas 24 horas:
»A don José de la Riva, por
pasar con el autocamión M-7.764
por la Avenida Alfonso XIII, 5,35
»Al señor vizconde de Torresecas,
por circular sin matrícula en la
parte posterior del automóvil M-50.604,
25,35
»A don Severiano Gómez, por
circular con tres caballerías enganchadas
al carro número 108, por Fuente
Dorada, 5,35
»A don Ricardo Fernández,
por vender leche aguada, 25,35
»A doña Guadalupe Parro,
por recogerla cinco panes con la falta
de 120 gramos, 10,35.»
Fusilado en Paracuellos Los meses previos a la proclamación
de la República y su abandono de
la dirección de El Norte no fueron
fáciles para Santander. El 13 de
marzo de 1930 se constituye de nuevo el
Ayuntamiento, tras la conclusión
de la dictadura militar, y es designado
de nuevo alcalde Federico Santander. En
su toma de posesión asegura: «Falta
el sector socialista. Hemos hecho todo
lo posible para que estuviera aquí
representado, procurando salvar sus escrúpulos.
La concesión de libertad al Ayuntamiento
para la elección de los tenientes
de alcalde demuestra los buenos deseos
del Gobierno. [...] Si después
de esto no vienen a la Corporación,
no será por nuestra culpa»
En abril de ese mismo año, una
nota publicada en el periódico
hace referencia a una agresión
al todavía alcalde Federico Santander
por parte de un empleado de la Diputación.
Cuando, tras la proclamación de
la República Santander abandona
Valladolid, se instala en Madrid, donde
colabora con el ‘ABC’ y posteriormente
inicia un viaje «alrededor del mundo»,
a cuyo regreso, después de haber
hecho más de 30.000 kilómetros,
es recibido en Valladolid. De nuevo en
Madrid, sus conferencias y artículos
en favor de la monarquía le llevaron
a la Cárcel Modelo, de la que no
saldría hasta el 2 de diciembre
de 1936, víctima de una ‘saca’
que los exaltados hicieron en la prisión,
para morir fusilado en Paracuellos del
Jarama.
.
Cossío, el maestro
Fernando Bravo
.
Su definición de
la profesión periodística le valió
el premio Mariano
de Cavia. Sus ensayos le costaron el confinamiento
en Chafarinas. Unamuno le reprocha que ceda «ante
el terror blanco» de la Dictadura
.
Francisco
de Cossío. «No
hay que dejar que se mueran
las palabras» era su
máxima para la profesión.
LAS
PERSONAS
Francisco
de Cossío
El ensayo ‘Andrenio
o el periodismo’ le
valió el premio Mariano
de Cavia. Dirigió el
periódico durante la
Segunda República y
la Guerra Civil y en 1943
fue sustituido por un hombre
más afecto al Régimen.
...................................
Todos los que escribimos en los periódicos
tenemos confianza en el periódico.
De que aquello tan complejo y complicado
no falle nunca... Gracias a esta fe puede
subsistir un periódico, que ha
de salir todos los días a su hora.
En los Altos Hornos creo que hay una continuidad
semejante. Allí es el fuego; no
hay que dejar que se apague el fuego;
aquí son otras cosas aún
más sutiles que el fuego, las palabras;
no hay que dejar que se apaguen las palabras.
»De esta máquina complicadísima
ha surgido un hombre que se parece mucho
a la máquina: el periodista. El
periodista es el hombre de los esfuerzos
efímeros pero continuos. Hay algunos
escritores para quienes el periodismo
no es sino un medio de difusión.
Escriben un libro, publican en un periódico
sus capítulos como si fuesen artículos
y creen que con eso cumplen una función
periodística. Para ser periodista
es necesario un desinterés mayor.
El periodista ha de entregarse a lo efímero
con una convicción absoluta y ni
por un momento ha de pensar que escribe
para la posteridad...
»Esa emoción de abrir un
papel a la mañana, en medio de
la calle, en el tranvía, en el
café, y encontrarnos de pronto
con unas ideas ofrecidas así, de
momento, como punto de apoyo para nuestros
comentarios del día, a sabiendas
de que aquello tiene un instante de actualidad,
que pasa y que una vez pasado no hay medio
de recuperarlo. Oficio que muere y renace
cada día».
Francisco de Cossío y Martínez
Fortún (Sepúlveda, Segovia,
1887; Segovia, 1975) esboza en este ensayo
‘Andrenio o el periodismo’,
publicado el 25 de diciembre de 1929,
un autorretrato que revela su idea del
periodismo, apenas un par de años
antes de asumir la dirección de
El Norte de Castilla. Este ensayo le valió,
además, el premio Mariano de Cavia.
Desencuentros Cossío no era un periodista
más. Llevaba ocho años como
redactor y otros siete, antes, como colaborador.
Había formado parte del equipo
de Federico Santander tanto en la redacción,
con especial protagonismo en el suplemento
cultural ‘Castilla’, como
en otras iniciativas de promoción
cultural, entre las que no era la menor
la gestión del Teatro Calderón.
Y formaba parte del Consejo de Administración,
aun antes de ocupar el cargo de director.
Pero su éxito como periodista estuvo
trufado de desencuentros con el poder,
cualquiera que fuera el régimen
o el gobierno establecido a lo largo de
su larga trayectoria profesional. Antonio
Corral Castanedo describe en ‘Personajes
vallisoletanos’ sus vaivenes con
la censura:
«Le gustaba cultivar el periodismo
en calidad de francotirador, sin someterse
a nada ni a nadie. Y aquella sinceridad,
aquella libertad de pensamiento –que
a veces era necesario disimular sirviéndose
de la fábula, de la descripción
humanizadora de un paisaje, de un mundo
de metáforas, para burlar la censura–
le rodeó de un prestigio grande
dentro y fuera de su profesión.
»Y esa censura descubría
críticas e ironías donde
no las había; tachaba, sin llegar
a saber por qué, pero por si acaso,
unos artículos en los que hablaba
de los cauces de los ríos, de la
diferencia entre cribar y cerner. O permitía
la publicación completa de un artículo
sobre los ‘Cazadores de gorras’
en el que valiéndose de Tartarín
de Tarascón, satirizaba sobre el
Cuerpo de Somatenes, creado por el dictador
Primo de Rivera. Lo que, al ser desvelado,
le obligaría a exiliarse en París,
burlando el destierro que ya estaba decretado.
Por un largo ensayo en elogio de Santiago
Alba, publicado en la prensa extranjera,
fue confinado en las islas Chafarinas.
La censura del franquismo, que examinaba
con lupa sus escritos, permitía,
sin embargo, la publicación íntegra
de un ensayo titulado ‘Contradecirse
y marcharse’ al final de los años
cincuenta, que era un análisis
muy sutil sobre el régimen y sobre
la conveniencia de su cambio de trayectoria...»
Sobre su exilio en Chafarinas, Luis Játiva
García, comandante médico
retirado, escribe en la ‘Revista
del Colegio Médico de Asturias:
«Como hecho curioso, en el año
de 1926 estuvieron confinados, pero no
presos, cuatro disidentes políticos
y periodistas: Francisco de Cossío,
Luis Giménez de Asúa, que
fue diputado socialista y en 1936 vicepresidente
de las Cortes españolas; Arturo
Casanova, escritor, y Salvador María
Vila, que estuvo 15 días deportado.
Vivieron en completa libertad dentro de
las islas, e incluso hicieron amistades
con los isleños».
El Norte recogió también
en sus páginas, el 25 de abril
de 1926, la orden de confinamiento:
«Don Francisco de Cossío,
confinado en Chafarinas. Nuestro compañero,
el consejero delegado del Consejo de Administración
de El Norte de Castilla, don Francisco
de Cossío, recibió ayer
a mediodía la orden del gobernador
civil de esta provincia para que en el
término de veinte horas saliese
en dirección a Chafarinas, donde
ha de permanecer desterrado.
»El señor Cossío ha
marchado esta madrugada, acompañado
por dos agentes de vigilancia».
«Le leo en
El Norte, casi siempre con pena» Pero Cossío sí se
sometió al régimen y a la
censura. Miguel de Unamuno, con quien
tuvo una íntima relación
desde sus discrepancias a través
de diversos artículos y, posteriormente
de forma personal, le envía una
carta a Cossío en noviembre de
1936 en la que, según Castanedo,
«deja clara la manera de actuar
de Cossío en aquel conflicto».
«Hace tiempo, mi querido, que deseaba
escribirle a usted para desahogarme –comienza
la carta–. Le vengo leyendo a usted
casi siempre con pena en El Norte de Castilla
y viendo que no puede usted decir la verdad,
su verdad toda. Lo que es un modo de mentir.
Lo impone el terror blanco, tan feroz
como el rojo».
Unamuno, que le notifica el fusilamiento
en Granada de «nuestro Salvador
Vila», compañero de destierro
de Cossío en Chafarinas, concluye
su carta compadeciéndole. «Y
siga diciendo lo que le dejen decir»,
añade.
Francisco de Cossío, que había
estudiado en el colegio San José
de Valladolid, donde se aficionó
al periodismo y al teatro, estudió
después Derecho. Su discurso inaugural
del curso del Ateneo, cuando era secretario
de la sección de Ciencias Sociales,
versó sobre ‘El sentimiento
Castellanista’ y su intervención
llamó la atención de Santiago
Alba, que le abrió las puertas
de El Norte, uniéndoles desde entonces
una gran amistad. La defensa de Alba le
costaría años más
tarde el destierro.
Cossío colaboró en el ‘ABC’
y llegó a ser subdirector del rotativo
madrileño. En noviembre de 1941,
la Delegación Nacional de Prensa
incoa expediente a Francisco de Cossío
«por vivir en Madrid, siendo director
de un periódico vallisoletano».
Un largo trámite que concluyó
en marzo de 1943, cuando Juan Aparicio,
delegado nacional de Prensa, firma su
desvinculación de El Norte, y nombra
como sustituto a Gabriel Herrero Herrero,
sacerdote y colaborador hasta entonces
del periódico del Movimiento ‘Libertad’.
El cese se formaliza el 6 de abril de
aquel 1943. En 1946 Fernando Altés
intenta recuperar a Cossío, sin
éxito, pero en 1952 ingresa de
nuevo como redactor de primera hasta su
jubilación.
Santelices, Cerrillo,
Martín Hernández, Carmona Cossío heredó una
redacción que había compartido
con Federico Santander, en la que a los
Antón Casaseca, Borrás y
Bayonés o Rodríguez Díaz,
hay que añadir nombres de periodistas
relevantes víctimas de la Guerra
Civil. Altabella recoge el caso del abogado
José antonio G. Santelices, redactor
durante varios años y más
tarde redactor jefe, que también
ocupó el cargo de secretario de
la Confederación Hidrográfica
del Duero. «Murió trágicamente
en 1936», asegura Altabella.
Francisco Carmona Álvarez, jefe
de negociado del Cuerpo de Telecomunicaciones,
redactor jefe de El Norte de Castilla
y miembro de la directiva de la Asociación
de la Prensa, desarrolló durante
más de treinta años su labor
periodística en El Norte. El 23
de julio de 1936 una nota con su fotografía
informa de su fallecimiento, «víctima
de una rapidísima dolencia»,
y tres esquelas atestiguan que era un
hombre popular.
En aquella redacción trabajaron
durante muchos años periodistas
como Emilio Cerrillo de la Fuente, que
fue crítico teatral y taurino y
que firmaba sus revistas de toros con
el seudónimo de ‘Pepe Alegrías’.
Su ficha de El Norte dice de Emilio Cerrillo
de la Fuente (Madrid, 1899) que comenzó
a trabajar el 8 de diciembre de 1927 como
redactor y que se jubiló en mayo
de 1969, pero «continuó voluntario
hasta 1980». Entre los periodistas
de la época que superaron varias
décadas en El Norte figura también
el sacerdote Martín Hernández,
que se inició en los periódicos
locales ‘El Porvenir’ y ‘Diario
Regional’ y que desembarcó
en El Norte en 1930, donde años
más tarde fue nombrado redactor
jefe y llegó a desempeñar
el cargo de subdirector.
.
La redacción
de 1931. Sentados, Nicolás
Pedrosa, Jacinto Altés, Eduardo
López Pérez, Francisco
Antón Casaseca y Pedro Carreño.
De pie, Emilio Cerrillo, Juan Manuel
Bellogín, José R. Chicote,
Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña,
Carlos Rodríguez Díaz,
Gregorio Hortelano, José Castro
y Francisco Carmona.