|
LAS
PERSONAS |
Gabriel
Herrero
Fue impuesto como director
por la Delegación Nacional
de Prensa durante 15 años
Martín Hernández
También sacerdote,
fue relevado como subdirector
Eduardo López Pérez
y J. María Rodríguez
Redactores represaliados por
la Dirección de Prensa |
................................... |
|
La Delegación Nacional de Prensa
pretendía controlar más
de cerca aún a este periódico.
No se había atrevido a incautarlo
y procuraba ahora ocuparlo».
El profesor de periodismo José
Francisco Sánchez describe de forma
pormenorizada y muy documentada en su
obra ‘Miguel Delibes, periodista’
una de las etapas más controvertidas
del periódico, ya centenario, significada
por la presencia al frente de la redacción
del sacerdote Gabriel Herrero Herrero.
La Ley de Prensa de abril de 1938 establecía
la censura previa e imponía a los
periódicos las consignas que emanaban
de las autoridades del nuevo régimen.
Pero, además, daba al ministerio
correspondiente la atribución de
nombrar a los directores, a propuesta
de la empresa.
Juan Aparicio, delegado nacional de Prensa,
fue el protagonista de aquel control que
casi llegó a asfixiar a El Norte,
pero que tuvo a Fernando Altés
como hábil contrapunto, que logró
mantenerlo a flote. Aparicio separó
a Francisco de Cossío de la dirección
el 26 de marzo de 1943 y lo sustituyó
por el sacerdote Gabriel Herrero Herrero
(Castromonte, Valladolid, 1899). Un nombramiento
que vulneró la ley en la que se
apoyaba, por cuanto se hizo contra el
criterio de la empresa, cuyo gerente era
ya Fernando Altés Villanueva.
Pero, cuenta José Francisco Sánchez,
el descabezamiento de El Norte no quedó
ahí. «Un día después,
el 27 de marzo, es removido de su cargo
el subdirector, Martín Hernández
González, también sacerdote.
La empresa interpuso el recurso pertinente,
pero el 20 de julio del mismo año,
la Delegación Nacional ratificó
la destitución de Hernández
como subdirector, si bien le permitió
permanecer en el periódico como
redactor de cultos». Martín
Hernández (Villanueva de Duero,
Valladolid, 1982) había entrado
en El Norte como redactor de cultos en
1931 y era subdirector desde abril de
1938.
Masones y comunistas
El control del Estado llegaría
aún más lejos. El 6 de diciembre
de 1943, los redactores Eduardo López
Pérez y José García
Rodríguez fueron separados de sus
cargos, bajo el pretexto de que se hallaban
sometidos al Tribunal Especial de Represión
de la Masonería y el Comunismo.
Para cubrir las vacantes, el 15 de enero
de 1944 ingresó como redactor jefe
otro hombre ajeno a la casa: Ángel
de Pablos Chapado, que había sido
redactor del ‘Diario Regional’.
De Pablos, que en 1967 llegaría
a ocupar la dirección del periódico,
tenía, como casi todos los redactores
de El Norte, otra profesión: era
uno de los funcionarios encargados de
ejercer la censura previa de la prensa
de la Delegación Provincial de
Educación Popular.
De esta forma, Gabriel Herrero, hombre
del régimen, dirigía una
redacción en la que se había
renovado a la mitad de sus miembros y
en la que solo quedaban dos periodistas
de los que ejercían antes de la
Guerra Civil: Carlos Rodríguez
Díaz y Emilio Cerrillo de la Fuente.
La empresa solo había podido colocar
a un joven Miguel Delibes como redactor
de segunda para tratar de compensar la
‘ocupación’ de El Norte
por parte del Gobierno.
Gabriel Herrero Herrero, «antiguo
jonista» según Altabella,
había sido hasta entonces colaborador
del diario ‘Libertad’. Dice
su ficha de El Norte que este sacerdote
nacido en Castromonte en 1899, hijo de
Policarpo y Genoveva, que oficialmente
entró en nómina el 1 de
abril de 1943, recibió inicialmente
un sueldo de mil pesetas por su cargo
de director. Figura también en
la ficha su carné de periodista,
de 1950, con el número 1057.
Enfrentado a todos
La posición de Gabriel
Herrero no fue cómoda durante los
15 años que estuvo al frente de
El Norte. Sabía que la empresa
no le quería y que le consideraban
incompetente para dirigir El Norte. Es
más, ostentó el cargo de
director de forma interina hasta el 27
de noviembre de 1956, fecha en la que
el ministerio accede a nombrar a Delibes
redactor sustituto y, acaso como precaución,
nombra a Herrero director en propiedad,
aunque apenas ostentaría el cargo
un par de años más. Para
entonces, además, Delibes era ya
subdirector y ejercía como jefe
de redacción, lo que dejaba a Gabriel
Herrero en una situación casi de
desamparo.
En esa época ya habían menudeado
los enfrentamientos con quien le relevaría
al frente de la redacción en 1958.
Pero, además, Gabriel Herrero tuvo
también desencuentros con la Delegación
Provincial de Información y Turismo.
En 1954, según José Francisco
Sánchez, El Norte había
sufrido cuatro severas amonestaciones.
La primera lo fue «por haber destacado
insuficientemente la conmemoración
del Primero de Abril, aniversario de la
Victoria». El periódico ‘solo’
había publicado una fotografía
de Franco a dos columnas y un pequeño
editorial, también a dos.
A favor de los
agricultores
La segunda amonestación
es mucho más significativa, por
cuanto demostraría que, a pesar
de ser un hombre del régimen, Gabriel
Herrero habría mantenido algo del
espíritu de El Norte al salir en
defensa de los agricultores ante una ley
de difícil cumplimiento para los
hombres del campo. Se trata de un texto
publicado en la primera página
del 21 de abril de 1954, que Sánchez
atribuye a Herrero, aunque no está
firmado. En forma de editorial, aunque
titulado con un anodino ‘Comentario’,
hace referencia a una notificación
enviada al parecer a numerosos agricultores
que habrían faltado al artículo
cuarto de una ley de noviembre de 1942.
«Una ley –dice el comentario–
que casi todos ignorarían y tampoco
saben por qué, después de
más de once años, alguien
se ha acordado de aplicar, para desventura
de estos hombres que no quieren más
que trabajar para producir. Por la citada
disposición se ordena que el día
31 de marzo todas las tierras en pajas
tienen que haber sido aradas. Como siempre,
la intención legisladora es magnífica,
loable. Pero el agricultor no puede en
treinta días, o poco más,
alzar todo el barbecho...». Y añade,
tras hacer algunas consideraciones sobre
el clima que «aquí, en nuestra
Castilla y en León, no es posible
cumplir el artículo cuarto de esta
ley que se va a hacer famosa».
Para la prensa de la época aquello
era poco menos que desacato y el periódico
recibió una severa advertencia,
mientras que la figura de Gabriel Herrero
y su autoridad en la redacción
podía ser cuestionada en la Delegación
Provincial de Información y Turismo.
Despido tormentoso
Si la llegada de Herrero a El
Norte de Castilla constituyó un
verdadero descalabro para la empresa,
al suponer la ocupación ideológica
directa y desprestigiar el diario debido
a su inexperiencia, la salida no fue tampoco
discreta.
Ni Juan Aparicio, ni Juan Beneyto Pérez,
que le sustituyó en 1957 como director
general de Prensa, accedieron a los requerimientos
de El Norte para sustituir a Herrero en
la dirección. Fue Adolfo Muñoz
Alonso, que asumió el cargo en
enero de 1958, quien tras una visita a
El Norte, donde atendió a los requerimientos
de Fernando Altés y de los consejeros,
firmó el 27 de marzo de ese mismo
año la rescisión del contrato
de Gabriel Herrero.
Pero a Gabriel Herrero ya le habían
despedido, sin que surtiera efecto legal
alguno, casi un año antes. Cuando
Beneyto tomó posesión del
cargo de delegado nacional de Prensa,
El Norte le remitió un escrito
proponiendo a Delibes como director. Sin
esperar la respuesta, el consejo de El
Norte, según José Francisco
Sánchez, decidió en mayo
de 1957 rescindir el contrato con Gabriel
Herrero, y se lo comunicaron por escrito
el 22 de ese mes.
«Herrero no lo acepta porque estima
que su nombramiento no lo debe a la empresa,
sino a la antigua Delegación Nacional
de Prensa, por lo que consideraba que
El Norte carecía de facultades
para despedirle. Por supuesto, tampoco
aceptó la indemnización
acordada». Para entonces, Herrero
apenas tenía autoridad en la redacción,
pero aún estuvo casi un año
antes de abandonarla.
Poeta,
bibliófilo, historiador...
Nicomedes siguió
vinculado a El Norte hasta su
muerte. |
La
sombra de Altés.
María Luisa Lovingos
lo fue todo en la administración
del periódico. |
|
Sanz y Ruiz de la
Peña
La redacción de Gabriel
Herrero se modificó de forma sustancial
a lo largo de sus quince años –al
menos nominalmente– al frente de
de aquel equipo. Al margen de los periodistas
impuestos por la Delegación de
la Prensa, en los primeros años
continuó parte de la redacción
que había trabajado con Cossío.
Entre ellos figuran algunos nombres que
tuvieron una gran trascendencia, acaso
no tanto en el periódico como en
la vida cultural vallisoletana. Es el
caso de Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña
(Valladolid, 1905-1989).
Altabella fija su estancia en la redacción
del rotativo entre los años 1931
y 1943, aunque en los archivos de El Norte
de Castilla su baja está fechada
en 1948. Durante este periodo, desempeñó
algún tiempo el cargo de redactor
jefe. Nicomedes entró en el periódico
tras el nombramiento de Francisco de Cossío
como director y permaneció vinculado
al rotativo hasta su muerte.
José Manuel Parrilla define a Nicomedes
en ‘Personajes vallisoletanos’
como «poeta, bibliófilo,
historiador, periodista, labrador de secano,
áspero, tierno, socarrón,
dominador de la ironía y buen dialéctico.
Viejo y niño. Aproximadamente».
Y añade, «en Valladolid,
mentar a Nicomedes era decirlo todo, no
hacía falta acumular los apellidos,
aunque estos, en la altura de su árbol
genealógico, llegaran a la época
de Juan II de Castilla».
Director de la Casa de Cervantes, Nicomedes
leía todos los días El Quijote
en edición distinta. «Para
su uso, dice Parrilla, poseía 150
ediciones de la obra inmortal, algunas
de ellas ‘príncipe’
y otras con anotaciones de personajes
ilustres».
Sanz y Ruiz de la Peña, que tenía
una doble vinculación con El Norte
por haber sido director literario de la
Editorial Santarén, fue académico
de Bellas Artes de la Purísima
Concepción y corresponsal de la
Real Academia de la Historia, entre otros
cargos dentro del mundo de la cultura.
Sobre su carácter, Parrilla lo
define con la forma en que resolvía
situaciones en cualquier circunstancia:
«Un día le soltó a
un purpurado vallisoletano, que comentaba
su ascendencia humilde: Usted no desciende,
eminencia, usted asciende. El que desciendo
soy yo, que vengo por línea directa
de un rey de Castilla».
Un puñado
de alias
En aquella redacción seguía
escribiendo Ángel Lera de Isla,
un funcionario de Agricultura, especialista
en temas agrícolas, que firmaba
con el seudónimo de Arel. Trasladado
a Madrid, trabajó durante los años
sesenta como corresponsal en la capital
de España, desde donde enviaba
casi a diario su crónica.
Entre los años 1939 y 1941 ejerció
como redactor jefe José García
Rodríguez, que firmaba con el seudónimo
García Platón y que suscribe
en ocasiones la sección ‘En
tres minutos’. García Rodríguez,
que era funcionario del Museo Nacional
de Escultura, permaneció en el
periódico entre 1934 y 1963.
Rienzi era la referencia deportiva del
diario. Tras este seudónimo se
esconde Manuel Gómez Domingo, crítico
deportivo. También desempeñó
esta función Carmelo Sabater Varona,
que permaneció en la redacción
entre 1938 y 1967.
C. Kellex, o Coronel Kellex, fue otra
de las firmas de la posguerra y su verdadero
nombre era Conrado Sabugo. Aunque Altabella
le define por sus crónicas de campaña,
oficialmente no entró en El Norte
como articulista hasta 1940. Dos años
después deja la redacción
al tener que trasladarse a Gijón,
aunque mantiene sus colaboraciones. En
1959 desempeña la corresponsalía
de Palencia hasta 1973.
Antonio Hernández Higuera, (Valladolid,
1912) ingresó en agosto de 1939
en El Norte como tipógrafo, con
un jornal de 300 pesetas y se jubiló
en 1981 como redactor. De él dice
altabella que fue un buen taquígrafo,
excelente cronista municipal y crítico
de cine.
Las otras secciones
La guerra produjo estragos en
todos los ámbitos y, por supuesto,
también en el personal del periódico.
En esta década ingresaron en la
empresa nuevos trabajadores en todas las
secciones. Algunos llegaron a tener un
gran peso en El Norte, a pesar de no haber
publicado una sola línea.
Una de estas personas fue María
Luisa Lovingos de la Fuente (Valladolid,
1915). Entró en nómina en
abril de 1938 como mecanógrafa
secretaria, con un salario de 150 pesetas.
Su trabajo empieza a hacerse indispensable
en la administración de la empresa
y asciende sucesivamente a oficial de
2� y de 1�, hasta que en 1971 fue nombrada
jefe de sección. Lo cierto es que
la categoría profesional de María
Luisa no reflejaba la dependencia que
la administración del periódico
tenía de su trabajo. Su vinculación
y fidelidad a Fernando Altés le
colocaron en un lugar de privilegio. La
correspondencia más delicada, los
archivos de personal de varias décadas
y las gestiones más comprometidas
del primer ejecutivo del periódico,
Fernando Altés, pasaban por sus
manos. María Luisa Lovingos se
jubiló en enero de 1982.
La nómina de empleados de esta
época es larga: M� Nieves Álvarez
Salvador, que entró como auxiliar
administrativo en 1945 y se jubiló
en 1990.
Emiliano Argüello Redondo, ‘caballero
mutilado’, que fue ordenanza nocturno
entre 1940 y 1982.
Ángeles Carmona Prada, mecanógrafa
entre 1937 y 1979, año en el que
se retiró, al cumplir los 65. Cuatro
días después de jubilarse,
se casó y en su liquidación
le incluyeron 100.000 pesetas de ‘premio
de nupcialidad’.
La administración de El Norte casi
nunca era un lugar de paso. Lo demuestran
trabajadores como José Colina Martín,
que entró en nómina en 1926
y se jubiló en 1979. Una situación
que se reproducía en los talleres,
donde cajistas como Ángel Rojo
López acumularon más de
cinco décadas de antigüedad.
|