150 años de historia
LA TÉCNICA
LOS ORÍGENES
  1856-1866
  1867-1876
  1877-1886
LOS ALBA
  1887-1896
  1897-1906
  1907-1916
  1917-1926
  1927-1936
  1937-1946
  1947-1956
  1957-1966
ROYO-VILLANOVA Y ALTÉS
  1967-1976
  1977-1986
GRUPO CORREO-VOCENTO
  1987-1996
  1997-2006
 
 
LOS ALBA
 
  Un paseo por la década
mario bedera | regente
«Para llegar a regente comencé con la escoba
en la mano»
Antonio g. Encinas
.
LA TÉCNICA

Regente
Era el encargado del taller. Distribuía y supervisaba el trabajo y era el enlace con la redacción.

Personal de taller
Cajistas, linotipistas, maquinista de la rotativa, estereotipistas, correctores, ajustadores.

...................................

 

 

De vuelta al taller. Mario Bedera posa frente a la rotativa Harris Marinoni. / Ramón Gómez

¿Conoció la rotativa actual?», pregunta Miguel de Torre, quien le sucedió al frente de los talleres del periódico. La cuestión se le plantea frente a la Harris Marinoni, en la que se afanan, a la una y media de la tarde, tres operarios.
–«Sí, pero habéis incorporado algún cuerpo más», responde Mario Bedera (Valladolid, 1923). Y acierta. Cuando él dejó el periódico, en 1988, la Harris tenía seis cuerpos. Ahora las pegatinas doradas con números negros adosadas a los laterales la delatan. Ha crecido hasta los ocho.
Su abuelo Pedro ya trabajaba en El Norte en 1894, y su padre, ferroviario de profesión, pasaba por el periódico un día sí y otro también para saludarle. Era inevitable que Mario Bedera, entonces un imberbe de 14 años, diera con sus huesos en el edificio de la calle Duque de la Victoria. Fue un testigo privilegiado del paso de la ‘edad del plomo’, como él la llama, a la era de la informática. De hecho, fue el último regente que tuvo el periódico. Tras él, Miguel de Torre pasó a ocupar el cargo de responsable del taller. Un taller que entonces poco tenía que ver con lo que él conoció.
«Comencé en la Imprenta Castellana. Lo normal era que, según se iban jubilando en El Norte, la gente de la Imprenta pasaba al periódico, era la tradición», explica. Por supuesto, en el camino que va desde los 14 años hasta su jubilación como regente, con 65, le tocó recorrer todo el escalafón de un taller. Para decirlo gráficamente, le gusta recordar que para llegar a regente comenzó «con la escoba en la mano». «Al aprendiz que llegaba nuevo le decían ‘cuando acabes diez minutos antes, coges esa escoba de ahí y barres el suelo’, que era de tarima, no como el de las máquinas, que era de cemento». Dentro de la misma Imprenta Castellana trabajó como cajista y pasó más tarde a linotipista, puesto en el que comenzó a trabajar en El Norte. Y de paso, también como solución improvisada cuando los avatares cotidianos lo exigían. «Cuando tenía 15 o 16 años había días que a lo mejor no venían a trabajar algunos porque les habían detenido por motivos políticos, y había que sustituirles para salvar el bache, aunque a los aprendices no se nos permitía hacer eso legalmente».
Tenía ansia por aprender. Lo hacía a través de los libros para adquirir la cultura que no pudo adquirir por vía académica, puesto que se puso a trabajar nada más acabar la escuela. Y también lo llevaba a la práctica en el trabajo. Sobre todo con la linotipia. «Me hice un cartón con la colocación de las teclas de la linotipia para poder practicar en casa con los diez dedos».
El personal de los talleres siempre fue una especie aparte de la redacción. Al contrario de lo que ocurre ahora, cuando el número de redactores cada vez es mayor y el de la gente de talleres cada vez menor por la proliferación de máquinas, entonces la imprenta era un mundo. «Trabajaban unas cuarenta personas», rememora Bedera. En medio de esos dos ambientes tan antagónicos como complementarios se encontraban los directores y administradores, muchas veces auténticos mediadores entre unos y otros.
«Mi relación con los redactores era buena, creo que me llevaba bien», recuerda Mario Bedera, y lo explica con una anécdota que tiene por protagonista a Miguel Delibes. «Siempre fue muy afectuoso conmigo, y creo que cuando hubo que poner un nuevo regente por la jubilación del anterior fue uno de los que intervino a mi favor. Mi primera relación con él fue cuando yo era linotipista. Se fue a Chile y todos los días mandaba unos artículos por carta de lo que vivía allí. La secretaria me llamó y me dijo que cuando llegara un artículo por avión lo dejara todo y me pusiera con ello. Lo tenía que hacer rápido porque tenía que salir para Madrid, porque se publicaba en el ‘Ya’ y en El Norte».
Ya como regente, sin embargo, tenía capacidad para reclamar a quien fuera necesario un poco más de cuidado a la hora de escribir los textos. Y en varios sentidos. «Los redactores tenían un vicio enorme con eso de escribir a mano. Cuando yo entré ya había máquinas de escribir en El Norte, de esas grandes, pero no las utilizaban. Tenían que bajar los textos a máquina y a doble espacio, yo se lo decía al redactor jefe, pero nada». Parecía que la cosa se arreglaba cuando entraron redactores jóvenes, menos reacios a la tecla mecánica, pero esta pasión por la maquinaria, unida a sus ansias por escribir y destacar, también daba quebraderos de cabeza a los talleres. «Siempre querían escribir más de lo que les pedía el redactor jefe, y lo que hacían era juntar las líneas. Al final, si les habían pedido 60, hacían 120, y claro, luego había que cortar porque no cabía».
El regente, sin embargo, no tenía que lidiar tan solo con las embarulladas caligrafías de los redactores, sino con algo aún más peligroso, la censura. Hasta que no llegaba el ejemplar con el tampón verde que autorizaba la publicación del periódico no se podían poner en marcha las máquinas. «Bueno, a veces se hacía», admite Bedera. Y es que a fuerza de luchar contra ella se acababa por entender su forma de funcionar.
Mario Bedera conocía bien lo que era la censura. Se lo había explicado su padre, rememorando una anécdota que le sucedió a su abuelo, Pedro Bedera, años antes. «Francisco de Cossío había escrito un artículo que se llamaba ‘Cazadores de gorras’. Era en plena dictadura de Primo de Rivera, y criticaba a aquellos que iban a África solo para medrar, para después poder hacer carrera como militares. Mi abuelo subió para componer y le avisó: ‘Don Paco, que esto puede ser peligroso’. Cossío le dijo que no pasaba nada, que lo publicara, y acabó desterrado en Chafarinas», cuenta.
Camuflar mensajes entre líneas era una opción. La otra era lanzarse a tumba abierta y esperar a que cayera la multa o la reprimenda. El propio Mario Bedera lo vivió en sus carnes. «Era un artículo sobre el conde de Barcelona, una plana que había escrito José María Gironella. Me llama Fernando Altés y me dice ‘cuando la censura vea esto no lo va a pasar. Se lo digo para que no se asuste’. Me dijo que cuando fueran a la oficina, que entonces daba a dos calles, Duque de la Victoria y Montero Calvo, les hiciera entrar por la puerta de Duque de la Victoria. ‘Usted discuta allí con ellos, luego me llama, yo también bajo a discutir con ellos. Como usted no va a parar las máquinas, que la rotativa siga funcionando y que por la otra puerta salgan las sacas para Madrid’», explica Bedera. La censura nunca se presentó y todas las sacas salieron a tiempo, las de Madrid y las de Valladolid.
Los tiempos modernos se llevaron por delante una forma de entender la confección de un periódico que tenía mucho de heroico. «Ahora un periódico se hace muy fácilmente», asevera, y matiza con rapidez para evitar malentendidos. «Antes era imposible hacer más de 40 páginas. Si hacíamos un número extra había que prepararlo con antelación. Entonces no se podían hacer estos periódicos de 80 páginas».

 

© El Norte de Castilla
El Norte de Castilla Digital S.L. B-47468152
C/ Vázquez de Menchaca 10, Polígono de Argales, 47008 Valladolid
Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción, distribución, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa.