Una descomunal Goss pone
fin a la edad del plomo y da el primer paso hacia
el ‘offset’, aunque apenas tarda seis
años en quedarse anticuada y ser sustituida
.
Mastodóntica.
A la izquierda, la vieja estructura
de la Goss, semienterrada en el suelo,
en pleno proceso de desmontaje. Al
fondo, a la derecha, asoman los cinco
cuerpos de la Harris.
Felicitación.
La Goss protagonizó un ‘christmas’.
LA TÉCNICA
Enorme
Pesaba casi 340 toneladas cuando
se desmontó. Tenía
seis cuerpos, pero la máquina
original la formaban 18, además
de seis plegadoras.
Capacidad
Podía tirar hasta 192 páginas
simultáneas, aunque el periódico
nunca hizo más de 96 con
ella.
...................................
El ‘submarino’
fue la rotativa de vida más corta
de El Norte de Castilla. Quizá
porque cuando se adquirió ya estaba
condenada a dejar paso a máquinas
mucho más perfeccionadas. Había
que sustituir la vieja Wifag, «que
se caía a pedazos», según
algunos componentes de talleres que la
conocieron, y dar el paso al ‘offset’,
que ya se manejaba en algunos diarios
nacionales, quizá sonaba demasiado
costoso en aquellos momentos.
El Norte buscó un paso intermedio.
Se hizo a buen precio con una máquina
procedente de un periódico inglés
–algunas versiones hablan de Manchester
y otras de Liverpool– y la adaptó
a un nuevo sistema, las planchas de napp,
cercano al ‘offset’ pero algo
más económico.
La máquina era una Goss enorme,
apodada ‘el submarino’. El
mote se debía a su enorme envergadura,
que obligó a semienterrarla en
el suelo de la nave del polígono
de Argales. Y eso que, según recuerdan
los más veteranos, no era sino
la tercera parte de una más grande.
Víctor Yáñez, hoy
jefe de Impresión, la conoció
al entrar en el periódico, un año
antes de que fuera sustituida. «Era
una máquina de 18 cuerpos con seis
plegadoras, y se compró entre tres
periódicos que se la repartieron
a partes iguales, seis cuerpos y dos plegadoras
para cada uno», recuerda. Esos diarios
eran El Norte, ‘El Faro de Vigo’
y ‘Sur’, de Málaga.
El cambio de la Wifag por el ‘submarino’
se hizo efectivo con la entrada en el
año 1978. El día 3 de enero,
el primero en que se publicó El
Norte ese año, los lectores se
encontraron con un diario más pequeño
en cuanto a formato, pero más abundante
en cuanto a número de páginas.
‘Nueva rotativa
inglesa’ «Obedece el cambio a una
serie de razones técnicas y a demandas
muy concretas. Entre las primeras, la
puesta en funcionamiento de la nueva rotativa
inglesa, marca Goss, compuesta de seis
cuerpos que permiten la impresión
simultánea de hasta 192 páginas,
a una velocidad de 20.000 ejemplares a
la hora, y su entrega por dos plegadoras»,
explicaba el entonces director, Fernando
Altés Bustelo, en un breve artículo
a modo de presentación el 31 de
diciembre de 1977.
No tuvo una vida demasiado larga. De hecho,
es la rotativa que menos tiempo ha durado
en servicio de las que han pasado por
los talleres de El Norte. Cuando llegó
ya estaba condenada a caer en desuso en
cuanto el ‘offset’, un sistema
mucho más preciso y limpio en la
impresión, diera el paso definitivo.
Desde 1978 a 1984 prestó servicio
en el polígono de Argales, en la
calle Vázquez de Menchaca. Los
locales de Duque de la Victoria, ya escasos
desde hace tiempo, eran incapaces de acoger
a semejante monstruo.
La máquina, sin embargo, dio algunos
problemas de acoplamiento, sobre todo
porque era una rotativa de la edad del
plomo que tenía que ponerse al
día. El ‘offset’ estaba
en camino, y el periódico empezaba
a dar carpetazo a las linotipias y la
composición caliente. «No
fue posible, una vez montada, ni con calzos
ni sin ellos, encajar las tejas de plomo
en los cilindros de la nueva máquina,
hasta que se adaptaron las planchas de
Napp», explicaba un especial del
periódico en el año 1984.
El Norte aprovechó el cambio de
año para lanzar el ‘nuevo’
periódico. Sin embargo, el número
de páginas no aumentó inmediatamente
respecto a las semanas anteriores. Hacia
final del año 1977, el periódico
ya tiraba con cierta asiduidad 32 páginas,
aunque lo usual eran 24. Con la nueva
máquina, poco a poco se atrevió
con las 40 páginas, pero durante
un par de años solo superó
ese número con motivo de la publicación
de algunos especiales, sobre todo durante
la celebración de las Ferias de
San Mateo, en septiembre.
Anticipo del cambio
de sede El cambio de maquinaria anticipó
además lo que después sería
un cambio de sede radical. El periódico,
siempre instalado en el centro de la ciudad
desde sus inicios en la imprenta de Perillán,
comenzaba a dar sus primeros pasos hacia
la periferia. Un camino que la irrupción
de la ‘maquinaria pesada’
obligó a realizar a muchos de los
diarios regionales y nacionales.
«La compra de esta maquinaria y
su instalación en las naves que
el periódico tiene en la calle
Vázquez de Menchaca, del polígono
de Argales, es fruto de largos y profundos
estudios sobre el estado actual de la
tecnología y las tendencias más
avanzadas en la confección de diarios»,
explicaba Altés Bustelo.
Por entonces, aclaraba el propio director
del periódico, el cambio se limitaba
«a la impresión, es decir,
las operaciones de movimiento, desde el
papel en bobinas hasta su salida y distribución
convertido en periódicos».
La sede de Montero Calvo, empero, seguía
operativa, como continuó hasta
el año 1994, cuando se mudó
todo el periódico, incluida la
redacción. «En estos talleres
de Montero Calvo seguirán realizándose
todas las demás operaciones necesarias
para la confección del periódico,
fotocomposición, reproducción,
etcétera, así como las de
redacción, administración
y publicidad», explicaba Fernando
Altés.
La Goss siguió alojada en los talleres
del polígono de Argales incluso
tiempo después de puesta en marcha
su sustituta, la Harris. «La desmontamos
entre octubre de 1988 y marzo de 1989»,
recuerda Víctor Yáñez.
Los propios trabajadores de talleres se
encargaron de su despiece, «tornillo
a tornillo, porque había aceite,
tintas y cosas así, y meter un
soplete podía ser peligroso»,
recuerda el jefe de Impresión.
El riesgo estaba en las dimensiones del
‘submarino’. «Ocho días
después de empezar el desmontaje
–recuerda Yáñez repasando
su antigua libreta de apuntes– se
cayó el puente grúa y nos
dio un susto tremendo. Hay que tener en
cuenta que un cilindro impresor de aquella
máquina pesaba cuatro mil kilos».
El periódico ganó dinero,
incluso, con el desmontaje del ‘submarino’,
que dejó 340 toneladas de hierro
fundido, cobre, aluminio y bronce.
Un último
servicio La Goss todavía brindó
un último servicio una vez que
su sucesora, la Harris Marinoni, ocupó
su lugar. «Hubo un problema técnico
en la plegadora de la Harris, y tuvimos
que poner otra vez en marcha la Goss durante
un mes», cuenta Víctor Yáñez.
El final del ‘submarino’ supuso
la entrada definitiva en la era del ‘offset’
por parte de El Norte de Castilla. Adiós
a la impresión directa y bienvenida
a una mayor calidad, más nitidez
y mayores posibilidades técnicas,
sobre todo en cuanto a la utilización
del color.
.
Las planchas de napp
Antonio g. Encinas
.
Las planchas de napp
fueron la base de un procedimiento que
algunos diarios españoles, entre
ellos El Norte, adoptaron. El Heraldo
de Aragón, La Vanguardia, Diario
de Navarra o El Comercio coincidieron
en intentar imponer un sistema que, aunque
más barato que el ‘offset’,
ya entonces en plena implantación,
presentaba algunas carencias, sobre todo
en cuanto a la calidad final de la impresión.
La diferencia respecto al ‘offset’
radicaba en que el napp aún era
un procedimiento de impresión directa.
Es decir, la plancha se entintaba y sobre
ella se ‘presionaba’ el papel.
Con el ‘offset’, la plancha
ya no toca directamente el papel, sino
que lo hace a través de unos rodillos
de caucho. «Las planchas eran de
chapa, de latón, y no de aluminio»,
recuerda Luis Vargas, de la sección
de fotomecánica, «y llevaban
una emulsión de polímero».
Se conseguía un negativo de la
página, previamente montada ya
mediante fotocomposición, y se
colocaba sobre la plancha de napp. Se
hacía el vacío para que
no quedaran burbujas de aire entre ambas,
y a continuación se le daba luz
con una insoladora. «El polímero
se endurecía.
Lo que no había recibido luz se
eliminaba metiendo la plancha en unas
‘grabadoras’ con ácido
a una temperatura alta», explica
Vargas, quien trabajó en ese proceso
durante los años en los que se
utilizó el napp. La plancha quedaba
en relieve, y acto seguido se colocaba
en unos hornos para endurecerla aún
más. Una vez hecha la plancha,
se ajustaba a los cilindros de la rotativa.
El procedimiento obligó al periódico
a un curioso cambio. «Los ácidos
para grabar las planchas se comían
los rasgos de la letra que se utilizaba,
la Times, y durante un tiempo se cambió
el tipo de letra por la Helvética»,
recuerda Francisco Peláez, hoy
jefe de Sección de Diseño.
El periódico utilizó las
planchas de napp durante algo más
de seis años, luego pasó
al ‘offset’. Para entonces,
la ‘Goss’ era historia.
.
Perforistas.
Sala en la que trabajaban los perforistas,
con teclados sin pantalla. En el despacho
que aparece al fondo se encontraban los
dos ‘cabezotas’ que interpretaban
las cintas.
.
‘Los cabezotas’
Antonio g. Encinas
.
La cinta perforada sirve
como anticipo a la llegada de los primeros terminales
e inaugura la fotocomposición en El Norte
.
Leer
sobre cinta. Tarjeta en la
que se especifican las claves, en
agujeros, que corresponden a cada
carácter.
Cabezota.
Máquina con el disco de fuentes.
/ MEC
LA TÉCNICA
Poco duradero
La cinta perforada se utilizó
en El Norte desde la llegada de
la Goss, en 1978, hasta los primeros
terminales, a primeros de los ochenta.
Códigos
Los textos se ‘picaban’;
cada letra se correspondía
con una combinación de agujeros.
...................................
Existen
varias versiones sobre el porqué
del apodo, pero la más imaginativa
es la que explica que ‘los cabezotas’
se llamaban así por su obstinación
en hacer caso omiso de las instrucciones
del personal que los manipulaba. Funcionaban
mediante códigos, y cualquier error,
como ocurre con los ordenadores, daba
problemas. Otra explicación más
pragmática habla de que eran cuadrados
y enormes. En la realidad, el adjetivo
daba nombre a los primeros aparatos de
cinta perforada, que llegaron al mismo
tiempo que las planchas de napp y la Goss.
Incluso se intentaron adaptar a las linotipias
para aprovechar la maquinaria un poco
más. «El intento duró
unos días, salían unas proyecciones
terribles», explica Paco Peláez,
que vivió el cambio del teclado
de la linotipia al de la cinta perforada.
No fue un relevo sencillo. A los linotipistas
se les ofreció un curso para aprender
a golpear con los diez dedos en el nuevo
teclado, y unas tarjetas que contenían
las claves que utilizaba la máquina
para identificar los caracteres.
El teclado era de lo más sencillo.
Un carril central arrastraba el papel,
que tenía tres posiciones a un
lado y tres posiciones al otro. Según
la tecla oprimida se agujereaban unas
u otras posiciones. Las combinaciones
acababan por conformar los diferentes
caracteres. Así, un único
agujero en la posición cinco pertenecía
a la ‘t’. «Para anular
había una tecla que perforaba las
seis posiciones. Cuando la máquina
lo leía, pasaba por encima sin
fotografiar la letra».
También había que estar
atento a las mayúsculas y a las
minúsculas. A la máquina
había que indicarle cuándo
empezaban las mayúsculas, pero
también cuándo volvían
a comenzar las minúsculas. Si no,
se corría el riesgo de echar a
perder todo el trabajo.
El teclado era ciego, es decir, no había
una pantalla en la que se viera lo que
se estaba ‘picando’. La expresión
‘picar un texto’ ha quedado
como reminiscencia de aquellos tiempos,
y todavía hoy se emplea cuando
hay que transcribir una entrevista, por
ejemplo. «Aprendimos a leer sobre
la cinta perforada», recuerdan los
perforistas de entonces.
Una vez picado el texto, llegaba la hora
de que los ‘cabezotas’ entraran
en acción. Había dos, que
servían para interpretar los textos
de las seis o siete máquinas perforadoras
que tecleaban todo el periódico.
Los enormes cubos no eran sino cámaras
oscuras en las que se convertían
los símbolos agujereados de la
cinta en letras impresas sobre papel fotográfico.
Un láser, un disco en el que aparecían,
transparentes, los caracteres de la fuente
elegida, y el papel eran los elementos
que lo componían.
Por un lado entraba la cinta perforada.
El lector óptico interpretaba a
qué carácter correspondía
y el disco giraba hasta situarse a la
altura del láser. Este disparaba
y ‘fotografiaba’ la letra
sobre el papel que estaba detrás
del disco. Todo este proceso a una velocidad
de 1.200 revoluciones por minuto, que
era a la que giraba el disco.
El sistema tenía sus limitaciones.
«Teníamos ocho fuentes»,
explica Paco Peláez. Y además
había que tener en cuenta que el
papel fotográfico es caro. Para
transcribir los textos, que los redactores
entregaban en talleres en folios escritos
a máquina, se utilizaban cartuchos
que contenían tiras de papel fotográfico
de un ancho solo ligeramente superior
al de una columna. Todo el texto se transcribía
seguido y, salvo en las máquinas
de fotocomposición más primitivas,
se ajustaba ya automáticamente.
Cuando había que componer titulares,
se introducía el papel fotográfico
del ancho deseado, hasta cuatro columnas.
La tarea era inmensa. «Todos los
días picábamos los anuncios
clasificados. Con los pisos salían
unos rollos de cinta tremendos»,
comenta Peláez.
La cinta perforada duró bastante
tiempo en el periódico, sobre todo
si se compara con lo rápido que
se quedan obsoletas ahora generaciones
enteras de ordenadores. La informática,
en los primeros años de la década
de los ochenta, acabó con este
sistema en El Norte de Castilla.
.
Montaje.
José María González
e Isidro Ferrero, en pleno proceso de confección
de una página.
.
en frío
Antonio g. Encinas
.
La fotocomposición
destierra el plomo, las tejas y la estereotipia,
pero obliga al personal de talleres a convertirse
en artesanos de las tijeras y la cera caliente,
montadores de páginas a modo de rompecabezas
.
Fotomecánica.
Los trabajadores de talleres montan
los astralones en película
para hacer la plancha de aluminio.
Gráficos
artesanales. Las infografías
se dibujaban sobre el papel. Las palabras
y frases se ‘picaban’
en papel fotográfico, después
se recortaban y se pegaban sobre el
dibujo. Luego, se colocaba todo en
la página con el tamaño
que se indicaba al margen. Fue un
trabajo casi artesanal (como el de
la imagen, de Pedro Guerra) hasta
que entró el Macintosh.
LA TÉCNICA
Época
Coincide con la cinta perforada
y las planchas de napp, y persiste
en los primeros tiempos del ‘offset’.
Personal
Doce personas trabajaban en fotocomposición,
y otras seis, en la sección
de montaje. Era frecuente tirar
96 páginas.
...................................
La fotocomposición
se inicia en El Norte con la cinta perforada,
y pervive hasta que irrumpe la siguiente
fase en esta evolución de la impresión,
la de los negativos, astralones y demás
componentes. Según un estudio de
Díaz Nosty, en 1975 una treintena
de diarios españoles había
introducido ya el sistema de fotocomposición,
mientras que 78 continuaban componiéndose
en plomo. En 1977, 48 periódicos
utilizaban la fotocomposición.
El Norte se incorpora poco después
a este sistema.
La fotocomposición se inicia con
el periódico aún en Duque
de la Victoria. A pesar de las linotipias,
las cintas perforadas y demás avances
de la maquinaria, la plantilla de talleres
seguía siendo enorme y absolutamente
necesaria para la confección del
diario. Habían cambiado los oficios,
pero no su importancia. Los cajistas habían
derivado a linotipistas, y de ahí
a perforistas, y la reconversión
seguía inexorable, pero solo en
la sección de fotocomposición
había 12 personas, además
de otras 6 en la de montaje, «con
turnos de mañana y de tarde-noche»,
recuerda Zósimo Villalba, que fue
jefe de la sección de Fotocomposición.
Él, Isidro, Teo –aún
en talleres–, Paco y Cuenca –hoy
en Diseño– son los supervivientes
de aquella planta. El plomo, y por tanto
la composición caliente, habían
acabado con la Wifag. Llegaba la era de
la Goss con las planchas de napp, y con
ellas la composición en frío.
Era 1978, y llegaba la hora del ‘cortar
y pegar’, un concepto que la informática
copiaría con bastantes matices.
La clave de todo el sistema era el papel
fotográfico, por lo que tampoco
resultaba un proceso demasiado barato.
«Se sacaban las noticias en tiras
escritas en columnas, se recortaba y se
pegaba en maquetas a tamaño real,
se tiraban filetes y se ponía la
publicidad», resume Zósimo.
En realidad todo comenzaba por aquello
que sustenta el periódico, la publicidad.
«Fernando de la Torre distribuía
la publicidad en planillos pequeños,
de tamaño folio, y se iba colocando
por las páginas. Las que iban en
página par o impar, en un sitio
o en otro».
Una vez repartida la publicidad, en la
redacción ya se sabía de
qué espacio se disponía
ese día. Mientras los redactores
se ocupaban de las noticias, en fotocomposición
y montaje comenzaba la ardua labor de
confeccionar los clasificados, «los
económicos» en el argot de
talleres. «Lo primero eran los clasificados,
salían unas tiras larguísimas
que después había que cortar
y pegar en columnas. Y meter, además,
la publicidad que iba en esas páginas».
Cada página tenía asignada
una carpeta. «Colocábamos
la maqueta y después se iba metiendo,
y tachando, lo que iba llegando de esa
página. Una noticia, una foto,
la publicidad… Hasta que se completaba».
Cuando todo estaba listo, se enviaba a
montaje. Las mesas de montaje eran translúcidas
e iluminadas desde abajo. Sobre ellas
se colocaba una plantilla con lo que hoy
sería la rejilla base de la página
a tamaño real. «Se cortaba
el texto, que venía en tiras, con
un ‘cutter’, se enceraba y
se pegaba. Después se pegaban las
fotos y la publicidad». Cada parte
de aquel puzle tenía su dificultad
añadida. Por un lado, los textos
podían quedarse cortos o ser demasiado
largos. «Entonces Fernando de la
Torre cortaba por un lado, luego por otro
ponía el punto y lo cuadraba»,
cuenta Zósimo Villalba. «Peor
era cuando faltaba una línea. Había
que cortar el texto por líneas
y separarlas un poco más hasta
completar el hueco». Por otro lado
estaban las fotos y la publicidad. De
cada foto o anuncio había que hacer
otra foto. Si sobraba foto, se podía
recortar. Si faltaba, no había
más remedio que repetirla. Las
fotos, además, se recuadraban con
un boli bic negro, y con ese mismo artilugio
se hacían los filetes y las rayas
de las páginas. «Después
se utilizaron líneas de trama,
que se pegaba, pero había que tener
mucha maña para que no quedaran
torcidas, y además resultaba muy
caro. También se utilizaron los
‘rottring’, de 0,5 y 1 milímetros».
Completado el puzle, comenzaba la filmación.
Negativo de la página, insolación,
plancha de polímero o de ‘offset’…
Una tarea ingente en una época,
los primeros ochenta, en la que tirar
periódicos de 96 páginas
era moneda corriente.
.
fotomecánica
Antonio g. Encinas
.
El tratamiento de imágenes
varía radicalmente desde el procedimiento
casi artesanal de las planchas de zinc a la era
de los ordenadores
.
Plancha
de zinc. Una caricatura,
lista para su impresión.
FOTOMECÁNICA fue durante mucho
tiempo parte de una empresa anexa al diario,
Foto Castilla, que se deshizo cuando el
Grupo Correo entró en el accionariado
del periódico. La sección
de fotomecánica pasó a pertenecer
al periódico, algunos trabajadores
se recolocaron y otros continuaron en
otra empresa, Edito, que se hizo con las
máquinas de Foto Castilla con el
compromiso de mantener a los 12 trabajadores
que quedaban durante un mínimo
de tres años.
Carlos y Luis Herrero y Antonio y Francisco
Quintero son los cuatro supervivientes
de Foto Castilla que hoy continúan
en la sección de fotomecánica
de El Norte. Su función, tratar
las fotos y anuncios publicitarios, apenas
ha variado. Sin embargo, el proceso ha
cambiado drásticamente en los últimos
años.
Tratar una foto era un trabajo sumamente
artesanal. «Se utilizaban unas planchas
de zinc de un metro cuadrado, aproximadamente.
Se cortaban en dos o tres tamaños
y se aprovechaba cada uno para hacer al
mismo tiempo varias fotos», explican.
El proceso comenzaba con la foto original.
Se colocaba en una especie de cámara
fotográfica gigante y se conseguía
un negativo tramado del tamaño
que se estableciera previamente, a dos
columnas de ancho, a tres, a cuatro o
al ancho de la página. Ese cliché
se colocaba sobre una plancha de zinc
emulsionada y se insolaba. «La exposición
duraba tres o cuatro minutos», señalan.
La luz endurecía la plancha en
aquellas zonas que la permitían
pasar. Después colocaba la plancha
en las grabadoras, en las que recibía
un baño de ácido nítrico
que se ‘comía’ el zinc
en aquellas zonas que habían quedado
en sombra. «La duración del
baño dependía del estado
de los ácidos. Si la plancha pesaba
antes de meterla un kilo y medio, y después
solo pesaba 800 gramos, había 700
gramos de zinc que se habían quedado
en el ácido, así que había
que echar un poco más de aditivo,
o más ácido, para que resultara
efectivo». En todo caso, media hora
era el tiempo mínimo para que la
plancha estuviera lista. El resto del
proceso era similar al de los textos.
Todas las piezas se colocaban en la forma
y pasaban a la sección de estereotipia
para crear las tejas que después
se colocarían en la rotativa.
Si había un error de tamaño,
solo se podía cortar, con una guillotina,
una parte de la foto, nunca ampliarla
a no ser que se repitiera todo el proceso.
La llegada del napp y del ‘offset’
cambió todo el proceso. Comenzó
la fotocomposición, y las fotos
comenzaron a añadirse a los textos
en papel, aunque previamente pasadas por
un proceso de tramado para permitir su
reproducción. Las filmadoras de
‘offset’ han evolucionado
vertiginosamente. «La filmación
ha cambiado mucho, y el revelado, también.
Antes se revelaba a mano». Ahora,
imágenes y textos se componen en
un ordenador y desde allí se envían
a la máquina, que revela y saca
la plancha lista para pasar a la rotativa.
.
Impresión.
Empleados de la rotativa montan el papel
para que la máquina empiece a funcionar
en una imagen de 1988.
.
La Harris
Antonio g. Encinas
.
La última rotativa
de El Norte llega al polígono de Argales
en 1984 y permite empezar a imprimir en ‘offset’.
Es ya la segunda más longeva en los 150
años de historia del periódico
.
LA
TÉCNICA
Historia
La Harris se adquiere en
1983 y comienza a funcionar
en 1984.
Producción
Cada día imprime,
en tres horas, una media
de cuarenta mil periódicos
de 80 páginas en
sistema ‘offset’
.
Tras un breve periodo de tanteo con la
Goss, el periódico decide dar un
paso más y ponerse a la altura
de otros grandes diarios de la época.
Escoge para ello una máquina de
gran éxito en los ochenta, la Harris
N-845. Supone el desembarco del sistema
‘offset’ de impresión
en el diario, y coincide con el desarrollo
vertiginoso de la informática en
los años siguientes. De hecho,
el día que se anuncia este cambio
a los lectores se explica en la primera
página: «En los últimos
meses ha empezado a utilizarse un moderno
equipo electrónico, de los que
se consideran vanguardia en este campo,
compuesto por dos ordenadores y las terminales,
teclado y pantalla, que cada número
exige por ahora». La Harris protagoniza,
por tanto, la época de avances
más espectaculares en los procesos
de impresión del periódico.
Con la compra de la N-845, El Norte sigue
la estela de periódicos como ‘El
Alcázar’, que adquiere cinco
grupos de un modelo igual en 1976, ‘Diario
de Barcelona’ (1976), ‘Ya’
(1980), ‘Cinco Días’
(1983) y ‘El Comercio’ (1983).
‘El País’, que nace
en 1975, también opta por esta
firma, aunque actualiza la máquina
continuamente en sus primeros años
con la compra de nuevos cuerpos.
El Norte comienza su periplo con el ‘offset’
con la adquisición de cinco grupos
de impresión de la Harris N-845.
La máquina cuesta, según
un primer presupuesto, cerca de ocho millones
de francos, al cambio de la época
unos 150 millones de pesetas, y traducido
al actual, 900.000 euros. La cifra parece
menor, pero en aquel entonces un coche
de tamaño pequeño, un Opel
Corsa, se anunciaba en el periódico
por 661.000 pesetas, y un piso de 150
metros cuadrados en la céntrica
calle Felipe II se ponía en venta
en la sección de Clasificados por
seis millones de pesetas.
Tres meses tardaron en montarse los cinco
cuerpos, dos de ellos en ‘Y’,
como se observa en el gráfico,
que componían la rotativa. «Desde
el 15 de enero de 1984 hasta el 1 de mayo,
en que sale el primer número publicado
con la nueva máquina», recuerda
Víctor Yáñez. Hubo
que superar, además, algunos problemas
logísticos. «Tuvimos que
reforzar el suelo con una bancada de hormigón
de doce centímetros por el exceso
de peso y por las vibraciones de la máquina»,
explica Yáñez.
Mantenimiento y
longevidad La Harris Marinoni ha cumplido
en mayo del 2006 los 22 años de
servicio al periódico, aunque con
algunos matices incorporados por el obligado
progreso tecnológico. «Está
dando una calidad de impresión
muy buena y tiene ya más de veinte
años. La vida de una rotativa depende
del mantenimiento, y se está muy
encima de ella», asegura el jefe
de Impresión.
Con dos décadas a sus espaldas,
la Harris ya es la segunda máquina
más longeva en la vida de El Norte
de Castilla. La primeriza Koenig&Bauer,
con casi cincuenta años (1912-1960)
de tiradas, será difícil
de superar en una época en la que
los ordenadores se quedan obsoletos en
apenas unos meses. La Wifag (1960-1978)
y la Goss (1978-1983) no resistieron tanto
tiempo como la actual.
Poner el ‘monstruo’ en marcha
exige un esfuerzo ímprobo, tanto
material como humano. Por eso, el manido
tópico de las películas
en el que el redactor llega con una noticia
de última hora y grita «¡Paren
las máquinas!» es bastante
irreal. La tirada media actual de El Norte
de Castilla, con todas sus delegaciones,
es de cerca de cuarenta mil ejemplares,
y mayor aún los domingos. Un ejemplar
medio tiene 80 páginas, aunque
las supera los lunes con el suplemento
de deportes o cuando se produce algún
acontecimiento especial. Tomando estas
cifras como referencia, la rotativa gastará
entre 16 y 20 bobinas de papel para tirar
el periódico. La cifra asusta más
si se traduce a kilómetros, puesto
que cada bobina tiene 11 kilómetros
de largo. Es decir, el papel que se usa
para imprimir un ‘norte’ normal,
de diario, cubriría la distancia
entre Valladolid y Madrid por carretera.
El papel tiene un gramaje de 45 gramos,
estandarizado para toda España,
aunque algunos encargos especiales se
imprimen con otro diferente. La razón
está en que las máquinas
no trabajan bien con ‘preimpresos’
de 8 ó 12 páginas, y es
necesario aumentar el gramaje para subsanar
este defecto. En publicaciones así
se utiliza papel de 55 gramos.
Preparar las bobinas de papel tampoco
es una cuestión sencilla. Hay que
despojarlas del cartón que las
recubre y transportarlas hasta el lugar
en el que se colocan por un proceso automático.
Cada bobina de 84 centímetros de
ancho pesa 500 kilos. Antes de acoplarlas
a la máquina se preparan. Se sitúa
en el extremo una cinta de pegar doble.
Cuando la bobina tiene poco papel, la
velocidad a la que gira es mayor. De esa
forma sería difícil cambiar
la bobina. Así que la máquina
disminuye el ritmo y, en un momento dado,
captura el nuevo papel, que queda pegado
con la cinta al anterior en el punto en
el que la rotativa lo corta. Ese periódico
queda impreso con dos páginas pegadas
entre sí, por lo que los operarios
deben estar atentos para retirarlo.
Velocidad variable La rotativa no trabaja prácticamente
nunca a su velocidad máxima. Según
las especificaciones de la Harris, podría
tirar hasta 25.000 periódicos a
la hora, una cantidad que nunca se alcanza.
Normalmente oscila entre los 16.000 y
los 18.000 ejemplares por hora. Hay que
tener en cuenta que los ochocientos o
mil primeros solo sirven para calibrar
la máquina y encontrar el nivel
de tinta adecuado. «La impresión
depende del equilibrio tinta-agua. Arrancamos
con ella casi equilibrada, sobre todo
en la tinta negra, pero hasta que se ajusta
el color y demás se pierden algunos
ejemplares», explican los trabajadores
de la rotativa.
La tinta es fresca, «porque los
tinteros no se lavan y si se utilizara
otra tinta se secaría». Al
mes se utilizan unos 3.000 litros de tinta.
Un depósito de mil litros alimenta
a través de una especie de sistema
de tuberías a los tinteros, para
evitar tener que rellenarlos continuamente
a mano, como se hacía antiguamente
en la edad del plomo.
La máquina nunca para una vez que
ha empezado el proceso. Es tan rápida
que para realizar las tiradas de las delegaciones,
menores que la de Valladolid, casi se
tarda más en colocar las planchas
que en realizar la impresión. Si
se produce una avería en un sector,
todo se desvía hacia otro punto
en el que los periódicos se enrollan
mientras se soluciona el incidente. En
apenas tres horas de funcionamiento, la
Harris prepara, imprime, pliega y encarta
los cuarenta mil ejemplares de 80 páginas
de media que El Norte tira un día
cualquiera. Y así continúa
22 años después.
El ‘offset’
Antonio g. Encinas
.
En 1984 el periódico
comienza a utilizar la impresión indirecta,
un sistema que se inicia quince años antes
y que se populariza en la década de los
ochenta en Estados Unidos y Europa
En la década de los ochenta comienza
su expansión imparable un método
de impresión más limpio
y eficaz, el ‘offset’. En
1980, tres de cada cuatro periódicos
de Estados Unidos utilizan ya esta técnica,
después de un arranque algo tímido
diez años antes. El Norte de Castilla
opta por el ‘offset’ cuando
cambia de rotativa y adquiere la Harris
Marinoni. El 1 de mayo de 1984 sale a
la calle el primer ‘norte’
con este procedimiento, aún en
blanco y negro. Coincide, además,
con la llegada de los primeros terminales,
que hacen sucumbir definitivamente la
cinta perforada, y permite obtener una
mayor limpieza en el resultado final de
la impresión.
Ese primer número en ‘offset’
consta de 56 páginas, cifra que
se mantendrá durante algún
tiempo, aunque algunos días bajará
a 40.
El procedimiento de impresión es
el mismo desde entonces hasta hoy, pero
lo que ha cambiado profundamente ha sido
el modo de obtener las planchas. Las filmadoras,
procesadoras y demás máquinas
han evolucionado de un modo radical en
los últimos años. El Norte,
de hecho, ha dado el último paso
en este proceso hace apenas unos meses,
con el cambio de las filmadoras por otras
más modernas que agrupan varios
pasos en uno solo. «La preimpresión
antes se hacía en la calle Duque
de la Victoria, donde estaban la redacción,
la administración y el taller de
preimpresión. Allí se hacían
las planchas, y una furgoneta las traía
hasta el polígono de Argales. En
Vázquez de Menchaca solo estaban
la planta de impresión, la distribución
y el almacén de papel, y así
fue desde 1983 hasta 1995», explica
Víctor Yáñez, jefe
de Impresión.
«Antes había que hacer la
película, colocar el negativo sobre
las planchas, insolar durante treinta
segundos, se metían a revelar y
se pasaba a la dobladora de planchas,
que primero era manual; después;
semiautomática; y actualmente ya
es totalmente automática. Ahora,
en cambio, desde el ordenador se envía
la página a talleres, allí
se añade la publicidad y se manda
a filmar directamente». Las nuevas
máquinas cogen la información
por un lado y sacan la plancha, doblada
y lista, por el otro.