150 años de historia
LA TÉCNICA
LOS ORÍGENES
  1856-1866
  1867-1876
  1877-1886
LOS ALBA
  1887-1896
  1897-1906
  1907-1916
  1917-1926
  1927-1936
  1937-1946
  1947-1956
  1957-1966
ROYO-VILLANOVA Y ALTÉS
  1967-1976
  1977-1986
GRUPO CORREO-VOCENTO
  1987-1996
  1997-2006
 
 
Royo-VIllanova y altés
 
  Un paseo por la década
 
CONTENIDO
  El submarino
  Las planchas de NAPP
  ‘Los cabezotas’
  En frío
  Fotomecánica
  La Harris
  El ‘Offset’
el submarino
Antonio g. Encinas
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Una descomunal Goss pone fin a la edad del plomo y da el primer paso hacia el ‘offset’, aunque apenas tarda seis años en quedarse anticuada y ser sustituida
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Mastodóntica. A la izquierda, la vieja estructura de la Goss, semienterrada en el suelo, en pleno proceso de desmontaje. Al fondo, a la derecha, asoman los cinco cuerpos de la Harris.

 

 

 

 

 

Felicitación. La Goss protagonizó un ‘christmas’.

 

 

 

 

 

LA TÉCNICA

Enorme
Pesaba casi 340 toneladas cuando se desmontó. Tenía seis cuerpos, pero la máquina original la formaban 18, además de seis plegadoras.

Capacidad
Podía tirar hasta 192 páginas simultáneas, aunque el periódico nunca hizo más de 96 con ella.

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El ‘submarino’ fue la rotativa de vida más corta de El Norte de Castilla. Quizá porque cuando se adquirió ya estaba condenada a dejar paso a máquinas mucho más perfeccionadas. Había que sustituir la vieja Wifag, «que se caía a pedazos», según algunos componentes de talleres que la conocieron, y dar el paso al ‘offset’, que ya se manejaba en algunos diarios nacionales, quizá sonaba demasiado costoso en aquellos momentos.
El Norte buscó un paso intermedio. Se hizo a buen precio con una máquina procedente de un periódico inglés –algunas versiones hablan de Manchester y otras de Liverpool– y la adaptó a un nuevo sistema, las planchas de napp, cercano al ‘offset’ pero algo más económico.
La máquina era una Goss enorme, apodada ‘el submarino’. El mote se debía a su enorme envergadura, que obligó a semienterrarla en el suelo de la nave del polígono de Argales. Y eso que, según recuerdan los más veteranos, no era sino la tercera parte de una más grande. Víctor Yáñez, hoy jefe de Impresión, la conoció al entrar en el periódico, un año antes de que fuera sustituida. «Era una máquina de 18 cuerpos con seis plegadoras, y se compró entre tres periódicos que se la repartieron a partes iguales, seis cuerpos y dos plegadoras para cada uno», recuerda. Esos diarios eran El Norte, ‘El Faro de Vigo’ y ‘Sur’, de Málaga.
El cambio de la Wifag por el ‘submarino’ se hizo efectivo con la entrada en el año 1978. El día 3 de enero, el primero en que se publicó El Norte ese año, los lectores se encontraron con un diario más pequeño en cuanto a formato, pero más abundante en cuanto a número de páginas.

‘Nueva rotativa inglesa’
«Obedece el cambio a una serie de razones técnicas y a demandas muy concretas. Entre las primeras, la puesta en funcionamiento de la nueva rotativa inglesa, marca Goss, compuesta de seis cuerpos que permiten la impresión simultánea de hasta 192 páginas, a una velocidad de 20.000 ejemplares a la hora, y su entrega por dos plegadoras», explicaba el entonces director, Fernando Altés Bustelo, en un breve artículo a modo de presentación el 31 de diciembre de 1977.
No tuvo una vida demasiado larga. De hecho, es la rotativa que menos tiempo ha durado en servicio de las que han pasado por los talleres de El Norte. Cuando llegó ya estaba condenada a caer en desuso en cuanto el ‘offset’, un sistema mucho más preciso y limpio en la impresión, diera el paso definitivo. Desde 1978 a 1984 prestó servicio en el polígono de Argales, en la calle Vázquez de Menchaca. Los locales de Duque de la Victoria, ya escasos desde hace tiempo, eran incapaces de acoger a semejante monstruo.
La máquina, sin embargo, dio algunos problemas de acoplamiento, sobre todo porque era una rotativa de la edad del plomo que tenía que ponerse al día. El ‘offset’ estaba en camino, y el periódico empezaba a dar carpetazo a las linotipias y la composición caliente. «No fue posible, una vez montada, ni con calzos ni sin ellos, encajar las tejas de plomo en los cilindros de la nueva máquina, hasta que se adaptaron las planchas de Napp», explicaba un especial del periódico en el año 1984.
El Norte aprovechó el cambio de año para lanzar el ‘nuevo’ periódico. Sin embargo, el número de páginas no aumentó inmediatamente respecto a las semanas anteriores. Hacia final del año 1977, el periódico ya tiraba con cierta asiduidad 32 páginas, aunque lo usual eran 24. Con la nueva máquina, poco a poco se atrevió con las 40 páginas, pero durante un par de años solo superó ese número con motivo de la publicación de algunos especiales, sobre todo durante la celebración de las Ferias de San Mateo, en septiembre.

Anticipo del cambio de sede
El cambio de maquinaria anticipó además lo que después sería un cambio de sede radical. El periódico, siempre instalado en el centro de la ciudad desde sus inicios en la imprenta de Perillán, comenzaba a dar sus primeros pasos hacia la periferia. Un camino que la irrupción de la ‘maquinaria pesada’ obligó a realizar a muchos de los diarios regionales y nacionales.
«La compra de esta maquinaria y su instalación en las naves que el periódico tiene en la calle Vázquez de Menchaca, del polígono de Argales, es fruto de largos y profundos estudios sobre el estado actual de la tecnología y las tendencias más avanzadas en la confección de diarios», explicaba Altés Bustelo.
Por entonces, aclaraba el propio director del periódico, el cambio se limitaba «a la impresión, es decir, las operaciones de movimiento, desde el papel en bobinas hasta su salida y distribución convertido en periódicos».
La sede de Montero Calvo, empero, seguía operativa, como continuó hasta el año 1994, cuando se mudó todo el periódico, incluida la redacción. «En estos talleres de Montero Calvo seguirán realizándose todas las demás operaciones necesarias para la confección del periódico, fotocomposición, reproducción, etcétera, así como las de redacción, administración y publicidad», explicaba Fernando Altés.
La Goss siguió alojada en los talleres del polígono de Argales incluso tiempo después de puesta en marcha su sustituta, la Harris. «La desmontamos entre octubre de 1988 y marzo de 1989», recuerda Víctor Yáñez. Los propios trabajadores de talleres se encargaron de su despiece, «tornillo a tornillo, porque había aceite, tintas y cosas así, y meter un soplete podía ser peligroso», recuerda el jefe de Impresión. El riesgo estaba en las dimensiones del ‘submarino’. «Ocho días después de empezar el desmontaje –recuerda Yáñez repasando su antigua libreta de apuntes– se cayó el puente grúa y nos dio un susto tremendo. Hay que tener en cuenta que un cilindro impresor de aquella máquina pesaba cuatro mil kilos». El periódico ganó dinero, incluso, con el desmontaje del ‘submarino’, que dejó 340 toneladas de hierro fundido, cobre, aluminio y bronce.

Un último servicio
La Goss todavía brindó un último servicio una vez que su sucesora, la Harris Marinoni, ocupó su lugar. «Hubo un problema técnico en la plegadora de la Harris, y tuvimos que poner otra vez en marcha la Goss durante un mes», cuenta Víctor Yáñez.
El final del ‘submarino’ supuso la entrada definitiva en la era del ‘offset’ por parte de El Norte de Castilla. Adiós a la impresión directa y bienvenida a una mayor calidad, más nitidez y mayores posibilidades técnicas, sobre todo en cuanto a la utilización del color.

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Las planchas de napp
Antonio g. Encinas
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Las planchas de napp fueron la base de un procedimiento que algunos diarios españoles, entre ellos El Norte, adoptaron. El Heraldo de Aragón, La Vanguardia, Diario de Navarra o El Comercio coincidieron en intentar imponer un sistema que, aunque más barato que el ‘offset’, ya entonces en plena implantación, presentaba algunas carencias, sobre todo en cuanto a la calidad final de la impresión.
La diferencia respecto al ‘offset’ radicaba en que el napp aún era un procedimiento de impresión directa. Es decir, la plancha se entintaba y sobre ella se ‘presionaba’ el papel. Con el ‘offset’, la plancha ya no toca directamente el papel, sino que lo hace a través de unos rodillos de caucho. «Las planchas eran de chapa, de latón, y no de aluminio», recuerda Luis Vargas, de la sección de fotomecánica, «y llevaban una emulsión de polímero». Se conseguía un negativo de la página, previamente montada ya mediante fotocomposición, y se colocaba sobre la plancha de napp. Se hacía el vacío para que no quedaran burbujas de aire entre ambas, y a continuación se le daba luz con una insoladora. «El polímero se endurecía.
Lo que no había recibido luz se eliminaba metiendo la plancha en unas ‘grabadoras’ con ácido a una temperatura alta», explica Vargas, quien trabajó en ese proceso durante los años en los que se utilizó el napp. La plancha quedaba en relieve, y acto seguido se colocaba en unos hornos para endurecerla aún más. Una vez hecha la plancha, se ajustaba a los cilindros de la rotativa. El procedimiento obligó al periódico a un curioso cambio. «Los ácidos para grabar las planchas se comían los rasgos de la letra que se utilizaba, la Times, y durante un tiempo se cambió el tipo de letra por la Helvética», recuerda Francisco Peláez, hoy jefe de Sección de Diseño.
El periódico utilizó las planchas de napp durante algo más de seis años, luego pasó al ‘offset’. Para entonces, la ‘Goss’ era historia.

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Perforistas. Sala en la que trabajaban los perforistas, con teclados sin pantalla. En el despacho que aparece al fondo se encontraban los dos ‘cabezotas’ que interpretaban las cintas.
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‘Los cabezotas’
Antonio g. Encinas
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La cinta perforada sirve como anticipo a la llegada de los primeros terminales e inaugura la fotocomposición en El Norte
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Leer sobre cinta. Tarjeta en la que se especifican las claves, en agujeros, que corresponden a cada carácter.

 

 

 

 

Cabezota. Máquina con el disco de fuentes. / MEC

 

 

 

 

LA TÉCNICA

Poco duradero
La cinta perforada se utilizó en El Norte desde la llegada de la Goss, en 1978, hasta los primeros terminales, a primeros de los ochenta.

Códigos
Los textos se ‘picaban’; cada letra se correspondía con una combinación de agujeros.

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Existen varias versiones sobre el porqué del apodo, pero la más imaginativa es la que explica que ‘los cabezotas’ se llamaban así por su obstinación en hacer caso omiso de las instrucciones del personal que los manipulaba. Funcionaban mediante códigos, y cualquier error, como ocurre con los ordenadores, daba problemas. Otra explicación más pragmática habla de que eran cuadrados y enormes. En la realidad, el adjetivo daba nombre a los primeros aparatos de cinta perforada, que llegaron al mismo tiempo que las planchas de napp y la Goss. Incluso se intentaron adaptar a las linotipias para aprovechar la maquinaria un poco más. «El intento duró unos días, salían unas proyecciones terribles», explica Paco Peláez, que vivió el cambio del teclado de la linotipia al de la cinta perforada. No fue un relevo sencillo. A los linotipistas se les ofreció un curso para aprender a golpear con los diez dedos en el nuevo teclado, y unas tarjetas que contenían las claves que utilizaba la máquina para identificar los caracteres.
El teclado era de lo más sencillo. Un carril central arrastraba el papel, que tenía tres posiciones a un lado y tres posiciones al otro. Según la tecla oprimida se agujereaban unas u otras posiciones. Las combinaciones acababan por conformar los diferentes caracteres. Así, un único agujero en la posición cinco pertenecía a la ‘t’. «Para anular había una tecla que perforaba las seis posiciones. Cuando la máquina lo leía, pasaba por encima sin fotografiar la letra».
También había que estar atento a las mayúsculas y a las minúsculas. A la máquina había que indicarle cuándo empezaban las mayúsculas, pero también cuándo volvían a comenzar las minúsculas. Si no, se corría el riesgo de echar a perder todo el trabajo.
El teclado era ciego, es decir, no había una pantalla en la que se viera lo que se estaba ‘picando’. La expresión ‘picar un texto’ ha quedado como reminiscencia de aquellos tiempos, y todavía hoy se emplea cuando hay que transcribir una entrevista, por ejemplo. «Aprendimos a leer sobre la cinta perforada», recuerdan los perforistas de entonces.
Una vez picado el texto, llegaba la hora de que los ‘cabezotas’ entraran en acción. Había dos, que servían para interpretar los textos de las seis o siete máquinas perforadoras que tecleaban todo el periódico. Los enormes cubos no eran sino cámaras oscuras en las que se convertían los símbolos agujereados de la cinta en letras impresas sobre papel fotográfico. Un láser, un disco en el que aparecían, transparentes, los caracteres de la fuente elegida, y el papel eran los elementos que lo componían.
Por un lado entraba la cinta perforada. El lector óptico interpretaba a qué carácter correspondía y el disco giraba hasta situarse a la altura del láser. Este disparaba y ‘fotografiaba’ la letra sobre el papel que estaba detrás del disco. Todo este proceso a una velocidad de 1.200 revoluciones por minuto, que era a la que giraba el disco.
El sistema tenía sus limitaciones. «Teníamos ocho fuentes», explica Paco Peláez. Y además había que tener en cuenta que el papel fotográfico es caro. Para transcribir los textos, que los redactores entregaban en talleres en folios escritos a máquina, se utilizaban cartuchos que contenían tiras de papel fotográfico de un ancho solo ligeramente superior al de una columna. Todo el texto se transcribía seguido y, salvo en las máquinas de fotocomposición más primitivas, se ajustaba ya automáticamente. Cuando había que componer titulares, se introducía el papel fotográfico del ancho deseado, hasta cuatro columnas.
La tarea era inmensa. «Todos los días picábamos los anuncios clasificados. Con los pisos salían unos rollos de cinta tremendos», comenta Peláez.
La cinta perforada duró bastante tiempo en el periódico, sobre todo si se compara con lo rápido que se quedan obsoletas ahora generaciones enteras de ordenadores. La informática, en los primeros años de la década de los ochenta, acabó con este sistema en El Norte de Castilla.

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Montaje. José María González e Isidro Ferrero, en pleno proceso de confección de una página.
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en frío
Antonio g. Encinas
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La fotocomposición destierra el plomo, las tejas y la estereotipia, pero obliga al personal de talleres a convertirse en artesanos de las tijeras y la cera caliente, montadores de páginas a modo de rompecabezas
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Fotomecánica. Los trabajadores de talleres montan los astralones en película para hacer la plancha de aluminio.

 

 

 

Gráficos artesanales. Las infografías se dibujaban sobre el papel. Las palabras y frases se ‘picaban’ en papel fotográfico, después se recortaban y se pegaban sobre el dibujo. Luego, se colocaba todo en la página con el tamaño que se indicaba al margen. Fue un trabajo casi artesanal (como el de la imagen, de Pedro Guerra) hasta que entró el Macintosh.

 

 

 

LA TÉCNICA

Época
Coincide con la cinta perforada y las planchas de napp, y persiste en los primeros tiempos del ‘offset’.

Personal
Doce personas trabajaban en fotocomposición, y otras seis, en la sección de montaje. Era frecuente tirar 96 páginas.

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La fotocomposición se inicia en El Norte con la cinta perforada, y pervive hasta que irrumpe la siguiente fase en esta evolución de la impresión, la de los negativos, astralones y demás componentes. Según un estudio de Díaz Nosty, en 1975 una treintena de diarios españoles había introducido ya el sistema de fotocomposición, mientras que 78 continuaban componiéndose en plomo. En 1977, 48 periódicos utilizaban la fotocomposición. El Norte se incorpora poco después a este sistema.
La fotocomposición se inicia con el periódico aún en Duque de la Victoria. A pesar de las linotipias, las cintas perforadas y demás avances de la maquinaria, la plantilla de talleres seguía siendo enorme y absolutamente necesaria para la confección del diario. Habían cambiado los oficios, pero no su importancia. Los cajistas habían derivado a linotipistas, y de ahí a perforistas, y la reconversión seguía inexorable, pero solo en la sección de fotocomposición había 12 personas, además de otras 6 en la de montaje, «con turnos de mañana y de tarde-noche», recuerda Zósimo Villalba, que fue jefe de la sección de Fotocomposición. Él, Isidro, Teo –aún en talleres–, Paco y Cuenca –hoy en Diseño– son los supervivientes de aquella planta. El plomo, y por tanto la composición caliente, habían acabado con la Wifag. Llegaba la era de la Goss con las planchas de napp, y con ellas la composición en frío. Era 1978, y llegaba la hora del ‘cortar y pegar’, un concepto que la informática copiaría con bastantes matices.
La clave de todo el sistema era el papel fotográfico, por lo que tampoco resultaba un proceso demasiado barato. «Se sacaban las noticias en tiras escritas en columnas, se recortaba y se pegaba en maquetas a tamaño real, se tiraban filetes y se ponía la publicidad», resume Zósimo.
En realidad todo comenzaba por aquello que sustenta el periódico, la publicidad. «Fernando de la Torre distribuía la publicidad en planillos pequeños, de tamaño folio, y se iba colocando por las páginas. Las que iban en página par o impar, en un sitio o en otro».
Una vez repartida la publicidad, en la redacción ya se sabía de qué espacio se disponía ese día. Mientras los redactores se ocupaban de las noticias, en fotocomposición y montaje comenzaba la ardua labor de confeccionar los clasificados, «los económicos» en el argot de talleres. «Lo primero eran los clasificados, salían unas tiras larguísimas que después había que cortar y pegar en columnas. Y meter, además, la publicidad que iba en esas páginas».
Cada página tenía asignada una carpeta. «Colocábamos la maqueta y después se iba metiendo, y tachando, lo que iba llegando de esa página. Una noticia, una foto, la publicidad… Hasta que se completaba». Cuando todo estaba listo, se enviaba a montaje. Las mesas de montaje eran translúcidas e iluminadas desde abajo. Sobre ellas se colocaba una plantilla con lo que hoy sería la rejilla base de la página a tamaño real. «Se cortaba el texto, que venía en tiras, con un ‘cutter’, se enceraba y se pegaba. Después se pegaban las fotos y la publicidad». Cada parte de aquel puzle tenía su dificultad añadida. Por un lado, los textos podían quedarse cortos o ser demasiado largos. «Entonces Fernando de la Torre cortaba por un lado, luego por otro ponía el punto y lo cuadraba», cuenta Zósimo Villalba. «Peor era cuando faltaba una línea. Había que cortar el texto por líneas y separarlas un poco más hasta completar el hueco». Por otro lado estaban las fotos y la publicidad. De cada foto o anuncio había que hacer otra foto. Si sobraba foto, se podía recortar. Si faltaba, no había más remedio que repetirla. Las fotos, además, se recuadraban con un boli bic negro, y con ese mismo artilugio se hacían los filetes y las rayas de las páginas. «Después se utilizaron líneas de trama, que se pegaba, pero había que tener mucha maña para que no quedaran torcidas, y además resultaba muy caro. También se utilizaron los ‘rottring’, de 0,5 y 1 milímetros». Completado el puzle, comenzaba la filmación. Negativo de la página, insolación, plancha de polímero o de ‘offset’… Una tarea ingente en una época, los primeros ochenta, en la que tirar periódicos de 96 páginas era moneda corriente.

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fotomecánica
Antonio g. Encinas
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El tratamiento de imágenes varía radicalmente desde el procedimiento casi artesanal de las planchas de zinc a la era de los ordenadores
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Plancha de zinc. Una caricatura, lista para su impresión.

 

FOTOMECÁNICA fue durante mucho tiempo parte de una empresa anexa al diario, Foto Castilla, que se deshizo cuando el Grupo Correo entró en el accionariado del periódico. La sección de fotomecánica pasó a pertenecer al periódico, algunos trabajadores se recolocaron y otros continuaron en otra empresa, Edito, que se hizo con las máquinas de Foto Castilla con el compromiso de mantener a los 12 trabajadores que quedaban durante un mínimo de tres años.
Carlos y Luis Herrero y Antonio y Francisco Quintero son los cuatro supervivientes de Foto Castilla que hoy continúan en la sección de fotomecánica de El Norte. Su función, tratar las fotos y anuncios publicitarios, apenas ha variado. Sin embargo, el proceso ha cambiado drásticamente en los últimos años.
Tratar una foto era un trabajo sumamente artesanal. «Se utilizaban unas planchas de zinc de un metro cuadrado, aproximadamente. Se cortaban en dos o tres tamaños y se aprovechaba cada uno para hacer al mismo tiempo varias fotos», explican. El proceso comenzaba con la foto original. Se colocaba en una especie de cámara fotográfica gigante y se conseguía un negativo tramado del tamaño que se estableciera previamente, a dos columnas de ancho, a tres, a cuatro o al ancho de la página. Ese cliché se colocaba sobre una plancha de zinc emulsionada y se insolaba. «La exposición duraba tres o cuatro minutos», señalan. La luz endurecía la plancha en aquellas zonas que la permitían pasar. Después colocaba la plancha en las grabadoras, en las que recibía un baño de ácido nítrico que se ‘comía’ el zinc en aquellas zonas que habían quedado en sombra. «La duración del baño dependía del estado de los ácidos. Si la plancha pesaba antes de meterla un kilo y medio, y después solo pesaba 800 gramos, había 700 gramos de zinc que se habían quedado en el ácido, así que había que echar un poco más de aditivo, o más ácido, para que resultara efectivo». En todo caso, media hora era el tiempo mínimo para que la plancha estuviera lista. El resto del proceso era similar al de los textos. Todas las piezas se colocaban en la forma y pasaban a la sección de estereotipia para crear las tejas que después se colocarían en la rotativa.
Si había un error de tamaño, solo se podía cortar, con una guillotina, una parte de la foto, nunca ampliarla a no ser que se repitiera todo el proceso.
La llegada del napp y del ‘offset’ cambió todo el proceso. Comenzó la fotocomposición, y las fotos comenzaron a añadirse a los textos en papel, aunque previamente pasadas por un proceso de tramado para permitir su reproducción. Las filmadoras de ‘offset’ han evolucionado vertiginosamente. «La filmación ha cambiado mucho, y el revelado, también. Antes se revelaba a mano». Ahora, imágenes y textos se componen en un ordenador y desde allí se envían a la máquina, que revela y saca la plancha lista para pasar a la rotativa.

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Impresión. Empleados de la rotativa montan el papel para que la máquina empiece a funcionar en una imagen de 1988.
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La Harris
Antonio g. Encinas
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La última rotativa de El Norte llega al polígono de Argales en 1984 y permite empezar a imprimir en ‘offset’. Es ya la segunda más longeva en los 150 años de historia del periódico
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LA TÉCNICA

Historia
La Harris se adquiere en 1983 y comienza a funcionar en 1984.

Producción
Cada día imprime, en tres horas, una media de cuarenta mil periódicos de 80 páginas en sistema ‘offset’ .

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  Gráfico en Pdf

 

Tras un breve periodo de tanteo con la Goss, el periódico decide dar un paso más y ponerse a la altura de otros grandes diarios de la época. Escoge para ello una máquina de gran éxito en los ochenta, la Harris N-845. Supone el desembarco del sistema ‘offset’ de impresión en el diario, y coincide con el desarrollo vertiginoso de la informática en los años siguientes. De hecho, el día que se anuncia este cambio a los lectores se explica en la primera página: «En los últimos meses ha empezado a utilizarse un moderno equipo electrónico, de los que se consideran vanguardia en este campo, compuesto por dos ordenadores y las terminales, teclado y pantalla, que cada número exige por ahora». La Harris protagoniza, por tanto, la época de avances más espectaculares en los procesos de impresión del periódico.
Con la compra de la N-845, El Norte sigue la estela de periódicos como ‘El Alcázar’, que adquiere cinco grupos de un modelo igual en 1976, ‘Diario de Barcelona’ (1976), ‘Ya’ (1980), ‘Cinco Días’ (1983) y ‘El Comercio’ (1983). ‘El País’, que nace en 1975, también opta por esta firma, aunque actualiza la máquina continuamente en sus primeros años con la compra de nuevos cuerpos.
El Norte comienza su periplo con el ‘offset’ con la adquisición de cinco grupos de impresión de la Harris N-845. La máquina cuesta, según un primer presupuesto, cerca de ocho millones de francos, al cambio de la época unos 150 millones de pesetas, y traducido al actual, 900.000 euros. La cifra parece menor, pero en aquel entonces un coche de tamaño pequeño, un Opel Corsa, se anunciaba en el periódico por 661.000 pesetas, y un piso de 150 metros cuadrados en la céntrica calle Felipe II se ponía en venta en la sección de Clasificados por seis millones de pesetas.
Tres meses tardaron en montarse los cinco cuerpos, dos de ellos en ‘Y’, como se observa en el gráfico, que componían la rotativa. «Desde el 15 de enero de 1984 hasta el 1 de mayo, en que sale el primer número publicado con la nueva máquina», recuerda Víctor Yáñez. Hubo que superar, además, algunos problemas logísticos. «Tuvimos que reforzar el suelo con una bancada de hormigón de doce centímetros por el exceso de peso y por las vibraciones de la máquina», explica Yáñez.

Mantenimiento y longevidad
La Harris Marinoni ha cumplido en mayo del 2006 los 22 años de servicio al periódico, aunque con algunos matices incorporados por el obligado progreso tecnológico. «Está dando una calidad de impresión muy buena y tiene ya más de veinte años. La vida de una rotativa depende del mantenimiento, y se está muy encima de ella», asegura el jefe de Impresión.
Con dos décadas a sus espaldas, la Harris ya es la segunda máquina más longeva en la vida de El Norte de Castilla. La primeriza Koenig&Bauer, con casi cincuenta años (1912-1960) de tiradas, será difícil de superar en una época en la que los ordenadores se quedan obsoletos en apenas unos meses. La Wifag (1960-1978) y la Goss (1978-1983) no resistieron tanto tiempo como la actual.
Poner el ‘monstruo’ en marcha exige un esfuerzo ímprobo, tanto material como humano. Por eso, el manido tópico de las películas en el que el redactor llega con una noticia de última hora y grita «¡Paren las máquinas!» es bastante irreal. La tirada media actual de El Norte de Castilla, con todas sus delegaciones, es de cerca de cuarenta mil ejemplares, y mayor aún los domingos. Un ejemplar medio tiene 80 páginas, aunque las supera los lunes con el suplemento de deportes o cuando se produce algún acontecimiento especial. Tomando estas cifras como referencia, la rotativa gastará entre 16 y 20 bobinas de papel para tirar el periódico. La cifra asusta más si se traduce a kilómetros, puesto que cada bobina tiene 11 kilómetros de largo. Es decir, el papel que se usa para imprimir un ‘norte’ normal, de diario, cubriría la distancia entre Valladolid y Madrid por carretera.
El papel tiene un gramaje de 45 gramos, estandarizado para toda España, aunque algunos encargos especiales se imprimen con otro diferente. La razón está en que las máquinas no trabajan bien con ‘preimpresos’ de 8 ó 12 páginas, y es necesario aumentar el gramaje para subsanar este defecto. En publicaciones así se utiliza papel de 55 gramos.
Preparar las bobinas de papel tampoco es una cuestión sencilla. Hay que despojarlas del cartón que las recubre y transportarlas hasta el lugar en el que se colocan por un proceso automático. Cada bobina de 84 centímetros de ancho pesa 500 kilos. Antes de acoplarlas a la máquina se preparan. Se sitúa en el extremo una cinta de pegar doble. Cuando la bobina tiene poco papel, la velocidad a la que gira es mayor. De esa forma sería difícil cambiar la bobina. Así que la máquina disminuye el ritmo y, en un momento dado, captura el nuevo papel, que queda pegado con la cinta al anterior en el punto en el que la rotativa lo corta. Ese periódico queda impreso con dos páginas pegadas entre sí, por lo que los operarios deben estar atentos para retirarlo.

Velocidad variable
La rotativa no trabaja prácticamente nunca a su velocidad máxima. Según las especificaciones de la Harris, podría tirar hasta 25.000 periódicos a la hora, una cantidad que nunca se alcanza. Normalmente oscila entre los 16.000 y los 18.000 ejemplares por hora. Hay que tener en cuenta que los ochocientos o mil primeros solo sirven para calibrar la máquina y encontrar el nivel de tinta adecuado. «La impresión depende del equilibrio tinta-agua. Arrancamos con ella casi equilibrada, sobre todo en la tinta negra, pero hasta que se ajusta el color y demás se pierden algunos ejemplares», explican los trabajadores de la rotativa.
La tinta es fresca, «porque los tinteros no se lavan y si se utilizara otra tinta se secaría». Al mes se utilizan unos 3.000 litros de tinta. Un depósito de mil litros alimenta a través de una especie de sistema de tuberías a los tinteros, para evitar tener que rellenarlos continuamente a mano, como se hacía antiguamente en la edad del plomo.
La máquina nunca para una vez que ha empezado el proceso. Es tan rápida que para realizar las tiradas de las delegaciones, menores que la de Valladolid, casi se tarda más en colocar las planchas que en realizar la impresión. Si se produce una avería en un sector, todo se desvía hacia otro punto en el que los periódicos se enrollan mientras se soluciona el incidente. En apenas tres horas de funcionamiento, la Harris prepara, imprime, pliega y encarta los cuarenta mil ejemplares de 80 páginas de media que El Norte tira un día cualquiera. Y así continúa 22 años después.

El ‘offset’
Antonio g. Encinas
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En 1984 el periódico comienza a utilizar la impresión indirecta, un sistema que se inicia quince años antes y que se populariza en la década de los ochenta en Estados Unidos y Europa
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En la década de los ochenta comienza su expansión imparable un método de impresión más limpio y eficaz, el ‘offset’. En 1980, tres de cada cuatro periódicos de Estados Unidos utilizan ya esta técnica, después de un arranque algo tímido diez años antes. El Norte de Castilla opta por el ‘offset’ cuando cambia de rotativa y adquiere la Harris Marinoni. El 1 de mayo de 1984 sale a la calle el primer ‘norte’ con este procedimiento, aún en blanco y negro. Coincide, además, con la llegada de los primeros terminales, que hacen sucumbir definitivamente la cinta perforada, y permite obtener una mayor limpieza en el resultado final de la impresión.
Ese primer número en ‘offset’ consta de 56 páginas, cifra que se mantendrá durante algún tiempo, aunque algunos días bajará a 40.
El procedimiento de impresión es el mismo desde entonces hasta hoy, pero lo que ha cambiado profundamente ha sido el modo de obtener las planchas. Las filmadoras, procesadoras y demás máquinas han evolucionado de un modo radical en los últimos años. El Norte, de hecho, ha dado el último paso en este proceso hace apenas unos meses, con el cambio de las filmadoras por otras más modernas que agrupan varios pasos en uno solo. «La preimpresión antes se hacía en la calle Duque de la Victoria, donde estaban la redacción, la administración y el taller de preimpresión. Allí se hacían las planchas, y una furgoneta las traía hasta el polígono de Argales. En Vázquez de Menchaca solo estaban la planta de impresión, la distribución y el almacén de papel, y así fue desde 1983 hasta 1995», explica Víctor Yáñez, jefe de Impresión.
«Antes había que hacer la película, colocar el negativo sobre las planchas, insolar durante treinta segundos, se metían a revelar y se pasaba a la dobladora de planchas, que primero era manual; después; semiautomática; y actualmente ya es totalmente automática. Ahora, en cambio, desde el ordenador se envía la página a talleres, allí se añade la publicidad y se manda a filmar directamente». Las nuevas máquinas cogen la información por un lado y sacan la plancha, doblada y lista, por el otro.

 

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