Remitido
Madrid. Miércoles, 31
«La comitiva regia regresaba
de la iglesia de San Jerónimo,
sin que incidente alguno desagradable
hubiese turbado la brillantez de la fiesta
nupcial, ni el desfile del suntuoso cortejo.
La carroza de la corona real que ocupaban
don Alfonso XIII y la reina Victoria llegaba
por la calle Mayor, a la esquina de la
del Sacramento, cerca de la Capitanía
general, donde se había instalado
una tribuna pública, que estaba
atestada de gente, como las aceras de
la calle y todos los balcones; el monarca,
satisfecho y sonriente, contestaba a las
aclamaciones estruendosas sacando la mano
por la ventanilla de la carroza.
De pronto, de un balcón alto de
la casa en cuyo piso principal habita
el duque de Ahumada, cayó un ramo
de flores que fue a dar junto a la carroza
regia, por el lado derecho, en que iba
montada la reina Victoria.
Las flores ocultaban la muerte. Dentro
del ramo había escondida una bomba.
Ésta, al tocar en el suelo, estalló.
La detonación fue formidable.
Una densa nube de humo y polvo envolvió
la carroza real, a los jinetes más
próximos y a las filas de soldados
inmediatas.
Fue un momento espantoso de trágica
confusión.
Por entre el polvo y el humo se vio caer
al suelo a muchas personas.
Al ruido seco de la explosión siguió
un instante de silencio al que siguió
un clamoreo de alaridos y gritos. La multitud
excitó en un movimiento de pavor.
Viose en el primer momento caer a tierra
a varios soldados de los que formaban
a ambos lados de la calle y a algunos
espectadores que se hallaban junto a las
hileras de tropa.
Uno de los palafreneros de la carroza
real cayó horriblemente destrozado
por los cascos de la bomba. El caballo
que montaba quedó hecho jirones
de carne sanguinolenta.
Los demás caballos que arrastraban
el coche regio también fueron heridos.
Los animales se encabritaban, asustados
por el dolor. Los servidores de la carroza
real se apresuraron a desengancharles;
de alguno se cortaron los correajes.
En el instante de la explosión
el rey se abalanzó al lado en que
iba su augusta esposa para defenderla
con su cuerpo.
Fue un segundo. Apenas se disipó
la nube trágica de polvo y humo,
el rey abrazó a su esposa y la
besó en el rostro.
El primer beso de los regios novios ha
sido dado en terrible momento.
Inmediatamente, viendo el estado de los
caballos y que también la carroza
real había sufrido daños,
el rey y la reina se apearon avanzando
hasta
donde se hallaba el coche de respeto,
que precedía al de los reyes.
Los cocheros bajaron las cortinillas;
pero el rey las levantó y, con
el semblante sereno, sonriente, saludó
al público, mostrando admirable
sangre fría.
La marcha de la comitiva se interrumpió
durante largo rato, en medio de espantoso
tumulto.
La confusión y el pánico
han sido tales que milagrosamente no han
sumado algunas víctimas al terrible
número de las causadas por la bomba
anarquista.
El movimiento de pánico se propagó
con rapidez asombrosa, produciéndose
confusión inmensa en todo el trayecto
de la comitiva. En la Puerta del Sol fue
el tumulto indescriptible» [...]. |