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Manuel Saravia, ayer,
en el centro de Valladolid. / R. OTAZO |
E. S. Escribano / Valladolid
Coordinó los trabajos del Plan General de Ordenación
Urbana de Valladolid de 1996 y es arquitecto y profesor
de Urbanismo de la Escuela de Arquitectura de la Universidad
vallisoletana. Manuel Saravia (Valladolid, 1953) será
el encargado de conducir a los asistentes al Aula de
Cultura de EL NORTE a través del último
siglo y medio de ciudad. La cita será a las 20.00
horas, en la sala de Las Francesas, dentro del ciclo
de conferencias de celebración del 150 aniversario
del periódico. Después, habrá coloquio.
–¿Qué decisiones urbanísticas
han cambiado la ciudad en estos 150 años?
–Por ejemplo, el proyecto de saneamiento de Uhagón,
de la primera década del siglo XX, que todavía
está en uso, los polígonos municipales
de vivienda de la postguerra y, recientemente, el acondicionamiento
de las riberas del Esgueva.
–Usted se ha mostrado partidario de mantener
el tren en superficie, integrado en la ciudad, ¿sigue
prefiriéndolo al soterramiento?
–Lo veo clarísimo y no es por tozudez.
Es una cosa que no se ha discutido. Hay mil soluciones
de integración, pero creo que somos cuatro los
que pensamos así. Es una cuestión decidida
y asumida, pues adelante.
–Y una vez decidido, ¿qué
supone el soterramiento para un urbanista?
–Puede ser una operación muy buena, pero
viene ya forzada. Hay que sacar una rentabilidad determinada
y los costes que hay que sufragar son tan elevados que
se corre el riesgo fracasar y de tener que buscar soluciones
que dejen a la ciudad hipotecada muchos años.
Aquí estamos muy acostumbrados a ver propuestas
faraónicas fracasadas.
–¿Por ejemplo?
–Ahí está la Catedral, que es un
trozo espantoso con remiendos. La torre, el Corazón
de Jesús, una puerta de Chueca, en fin... El
Alcázar de Cristo Rey, la Ciudad Militar, la
Ciudad Deportiva, la Ciudad Universitaria, de la que
queda el seminario junto al río, ahora la Ciudad
de la Comunicación. Yo desconfío.
–Durante este siglo y medio, ¿qué
épocas han marcado el urbanismo de Valladolid?
–Hay luces y sombras, momentos interesantes y
tenebrosos y esto no es siempre matemático. Me
parece un periodo estupendo el de los años ochenta.
Por hacer más cosas no es mejor urbanismo. En
los años sesenta y setenta se construyó
una enorme cantidad de ciudad y la herencia no ha sido
buena y es posible que vaya a pasar igual con estos
años de principios del siglo XXI.
–¿Valladolid es una ciudad saludable?
–No. Es una ciudad muy bien comunicada, con servicios,
se vive muy bien; ahora, podía ser infinitamente
mejor. Todo el disparate que se hace con los coches,
con multitud de aparcamientos, alguno rescatado de 1970,
en el corazón de la ciudad, es un disparate.
El tráfico echa a perder la ciudad.
–¿El crecimiento del alfoz beneficia al
ciudadano o se crean espacios para pernoctar y no para
vivir?
–Nos lleva a un callejón sin salida. La
población no crece, se redistribuye. Hay verdaderos
barrios ‘al sol’, secándose, abandonados.
Las áreas nuevas se hacen sin planificación
lógica. Resulta que soterramos el tren porque
es una barrera y se construye al otro lado de la Ronda
Exterior. ¿No es una barrera? Más que
el tren y además se va a pagar con dinero público
y no por quien se va a beneficiar.
–Es usted bastante crítico con
las planificación actual.
–Sí, soy crítico. Me parece que
se ha retrocedido, aunque naturalmente hay cosas que
mejoran, pero con el tono de este urbanismo no se puede
ser optimista. Desde luego, está dando lugar
a un negocio inmenso, pero para quien no tiene nada
que ver con los negocios inmobiliarios estamos en un
periodo triste.
–¿Quedará algo que ordenar
cuando se apruebe la futura Ley de Directrices de Ordenación
del Territorio que aún no se ha presentado en
las Cortes?
–Pues poco, pero siempre ha pasado así.
Se construye en momentos de expansión y cuando
la cosa baja, se ordena.
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