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El autor del libro,
Jorge Urdiales, ayer en Valladolid. / G. VILLAMIL |
EL NORTE/ VALLADOLID
Han sido cuatro años buceando en la narrativa
y en la obra ensayística de Miguel Delibes. Cuatro
años de examinar con lupa cada párrafo
en busca de esas palabras y expresiones propias de un
mundo rural, con sus tradiciones, sus trabajos, su forma
de vida. Esas palabras que nombraban funciones hoy en
desuso con el consiguiente peligro para su supervivencia.
Jorge Urdiales (Madrid, 1969) es profesor de Lengua
y Literatura en los colegios de la institución
SEK, licenciado en Filología Hispánica
y doctor en Ciencias de la Información y, casi
no hay que decirlo, admirador de la obra del autor vallisoletano.
Hace unos años se propuso hacer un inventario
no solo de las palabras sino también de las expresiones
y refranes propios de la zona donde Delibes sitúa
su narrativa. Una parte de ese trabajo, que es su tesis
doctoral, aparece ahora en forma de libro. Un diccionario
que es, asimismo, un viaje por la geografía y
el mundo delibeano. De las más de mil palabras
que quedaron después de sucesivas cribas, para
su 'Diccionario del castellano rural en la narrativa
de Miguel Delibes', desechó todas aquellas que
figuran en el de la Real Academia Española. Quedaron
329 palabras, cuyo rastro siguió sin descanso.
«Fue la parte más emocionante del trabajo.
Por decirlo así, el trabajo de campo. Yo era
consciente de que muchas de esas palabras podían
tener usos distintos según las zonas, por eso,
para que de verdad fueran la definición exacta
según la había empleado Delibes en sus
obras, tenía que ir a los pueblos que él
había recorrido y donde había situado
la acción de sus novelas y cuentos».
Del Esgueva al Duero
La mayoría, según cuenta Jorge Urdiales,
están situados en una zona que comprende el Valle
del Esgueva y el del Duero, de Valladolid a Peñafiel.
«Delibes iba de pequeño a Renedo, a pescar
con su padre. Fui buscando a la gente mayor que pudiera
conocer el significado de las palabras que usaba, tanto
en casas particulares como en residencias de ancianos,
venciendo la natural reticencia castellana. Era emocionante
cuando conseguía reunir a seis u ocho ancianos
debatiendo sobre el significado de ciertas palabras».
De lo concienzudo del trabajo da idea el que Urdiales
no aceptaba una definición hasta que diez personas
dieran la misma definición de un término.
«Los lectores de Delibes van a encontrar la definición
digamos exactas según la empleó el autor,
porque la encontró en esa misma zona».
Son términos como 'humeón', un utensilio
de los apicultores utilizado para hacer humo y ahuyentar
las abejas. El término no ha desaparecido pero
ahora designa un objeto parecido a un fuelle y en origen
era una teja sobre la que el apicultor quemaba un cagajón
de caballo con lo que provocaba el humo necesario. O
'engañapastor', un pájaro que en el crepúsculo
revoloteaba los rebaños de ovejas en busca de
los insectos que suelen acompañarlos y que dado
su colorido grisáceo a los pastores les costaba
verlo. La caza y la pesca, el contacto con la naturaleza,
que ha sido fundamental en la obra de el autor de 'El
camino', es una fuente inagotable de términos
de los que Urdiales está enamorado. Palabras
como 'apeonar', esa manera de caminar de la perdiz cuando
se ve amenazada por el cazador, justo antes de echarse
a volar. O 'amonarse', esa forma de agazaparse que tiene
la liebre cuando también ve el peligro cerca.
«Son términos que Delibes usaba con total
naturalidad, sin afectación, porque los había
escuchado en directo. Me lo contaba Paulino, uno de
los escasos personajes de sus libros ('Mis amigas las
truchas' está dedicado a él') que aún
vive, en un pueblo del norte de León. 'Yo pescaba
con él y siempre cantaba mientras tanto. En el
campo es feliz'».
También ha habido palabras complicadas de rastrear
como 'piedralipe', un sulfato de cobre que se compraba
en las droguerías de Valladolid y que, disuelto
en agua, se rociaba al caer la tarde sobre el cereal
que al día siguiente iba a ser sembrado para
evitar una enfermedad, por lo que cogía un color
azulado. Ahora el producto se vende ya mezclado con
lo que el nombre ha desaparecido en favor de la marca
que lo comercializa. «Pero por fin encontré
lo que significaba en Castrillo Tejeriego, donde los
hermanos Daniel y Abdón me sacaron del apuro».
A pesar de tanto recorrido, aún se encontró
con 28 palabras imposibles de descifrar para lo que
solicitó ayuda a la fuente principal. Miguel
Delibes, de su puño y letra, le facilitó
las definiciones que le faltaban. El Instituto Castellano
y Leonés de la Lengua ha corrido con la edición
de este libro que pretende ser una guía para
los lectores de la obra más personal de Miguel
Delibes, aquella que pone al lector en contacto con
un mundo que retrocede.
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