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El diario informa sobre la proclamación de la República.

El Heraldo recibió con júbilo la proclamación de la República y a sus
«paladines», Galarza y Unamuno


El diario informa sobre la proclamación de la República.

M. J. pascual / ZAMORA

El 13 de abril de 1931, El Heraldo de Zamora, a 10 céntimos el número suelto, abría en primera página con el triunfo de la candidatura republicana. ‘Sol de ciudadanía’ era el título del jubiloso editorial firmado por el director del diario, Luis Calamita, todo un encendido elogio a los zamoranos por su civilizado comportamiento en las urnas.

Efectivamente, las elecciones municipales fueron en general tranquilas en la provincia, a excepción del asalto aislado a un colegio electoral en Fermoselle, donde un guardia civil resultó herido de un garrotazo y un joven vecino de la villa tuvo que ser traslado al Hospital de la Encarnación al ser herido de bala por un disparo realizado por su novia, que perdió los nervios en un tumulto.

En la capital zamorana la nueva Corporación resultante de los comicios estaba integrada por siete monárquicos y quince republicanos. Al día siguiente, la confusión y los rumores sobre la marcha del rey Alfonso XIII predominaban en portada, aunque no por ello el periódico dejo de tener un espacio para un nuevo y emocionante capítulo de su folletín, titulado ‘Los náufragos del Liguria’. A ese ejemplar se añadió una página de última hora donde se daba cuenta del acuartelamiento de las tropas del Regimiento de Toledo y de una reunión de autoridades en la sede del Gobierno civil.
La «grandiosa» manifestación popular de la proclamación de la República en Zamora, el miércoles 15 de abril, fue contada con pelos y señales por el redactor desde que la primera bandera tricolor, enarbolada por los socios del Centro republicano, se asomó por la calle de San Torcuato.

El retrato del rey
El desfile triunfante se desarrolló sin incidentes pero hubo un momento de tensión casi al término de la manifestación y de los discursos, en el Ayuntamiento, «cuando un grupo de exaltados pedían la fotografía del ex monarca, y no hubieran bastado los guardias que custodiaban la puerta para detener a los que querían ponerle una dedicatoria al retrato». Desde el balcón municipal, el catedrático Mariano Quintanilla consiguió calmarles.

El sábado 18 de abril una fotografía de Ángel Galarza y Gago, «uno de los paladines más constantes y fervorosos de la República» presidía la primera página. El Gobierno provisional «premiaba» al zamorano con los cargos de procurador general y fiscal del Supremo. En un suelto de ese mismo día se informaba que el prócer llegaría al día siguiente a Zamora en el tren correo para estar unas horas en su pueblo natal.

Galarza, Miguel de Unamuno, Cañizo y Ladrón de Guevara fueron escoltados por una caravana de miembros de la Agrupación Republicana desde El Cubo del Vino hasta la capital zamorana donde «el gentío formaba una manifestación verdaderamente grandiosa, que no cesaba en sus gritos y vivas». Con bastantes dificultades, cuenta El Heraldo llegaron al Ayuntamiento acompañados del nuevo alcalde, Cruz López García.

A las dos de la tarde, en los salones altos del Café París, el pueblo de Zamora daba un banquete en honor de Galarza «que desde la cárcel, a donde le llevó el sacrificio de un ideal, ha salido triunfante para ocupar el puesto preeminente de procurador general y fiscal del Supremo, cargo que es la encarnación de la Justicia, bajo cuyos auspicios se impondrá el floreciente régimen esperanzador», reza la crónica.

El 23 de abril, el Ayuntamiento de Zamora celebraba su segunda sesión. Se aprobó sustituir los nombres de las calles de Alfonso XIII por la de avenida de la República; el paseo de San Martín, por calle Pablo Iglesias; Alfonso XII, por calle de Ángel Galarza. Mientras en la capital había debate por el cambio del callejero, los agricultores se echaban las manos a la cabeza: las heladas habían acabado con la cosecha de uva en Villaralbo y en Toro. Pocos eran los que entonces, en el Teatro Principal, podían ir a ver ‘La Lola se va a los puertos’.

Un mes después de la proclamación del «esperanzador régimen» comenzó la quema de conventos.

 

 
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