Guardar al Silencio

REYES MATÉ

(Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Filosofía)

JOSÉ Jiménez Lozano no es un escritor convencional por eso el Premio Cervantes de este año es diferente. Escritores que dominen el lenguaje o que sepan contar historias hay muchos; menos, sin embargo, son los que consiguen llevar la escritura hasta el silencio, de suerte que la palabra guarde al silencio. Jiménez Lozano es uno de ellos.

«¿Termina en silencio toda escritura?», se pregunta él, y responde así: «La vida de uno mismo, que algunas metodologías siguen creyendo que tiene tanta importancia, aparece como no-nada. Es en la asunción de la realidad, en la vida interior de donde nace todo.No la cotidianeidad de uno mismo que, como digo, no es nada». Lo que sorprende en su obra es la idea que tiene de la escritura, idea amasada en años de reflexión y gracias a una inmensa curiosidad intelectual.

Lo que primero llama la atención es la búsqueda del misterio, de lo oculto en la narración, aspecto éste que tan bien domina en sus relatos cortos. Sus historias no acaban redondas. Los finales, por el contrario, asaltan al lector, creando unas veces desasosiego, otras una sonrisa compasiva o bien un recuerdo solidario. ¡Cuántas familias no podrán poner rostro al Luisillo de 'El grano de maiz rojo', el bufón que acompañaba a los condenados a muerte para que divirtiera a los asesinos con sus chanzas y que luego recitaba ante los familiares los nombres de los fusilados a modo de letanía!

Para escribir así hay que convertir a la escucha en talante, esto es, hay que desplazar el centro de gravedad de la escritura del yo al otro. Jiménez Lozano formaliza esa figura bajo la fórmula del escritor privado, en 'El Mudejarillo', por ejemplo, que tiene que escribir, cuando la Inquisición le priva de documentos y apuntes, poniéndose a la escucha de los que no tienen la palabra.

Una vez que se ha emprendido este camino del abandono no se puede parar hasta convertir la escritura en un momento de verdad. Las teorías de la verdad al uso sitúan lo verdadero en la correspondencia entre la palabra y la realidad. Pero cuando la escritura parte del otro, de la escucha a ese otro que no tiene voz, esa teoría de la verdad puede ser la peor de las tiranías pues proclama la verdad al costo del silencio. La verdad de la escritura sólo puede consistir, si quiere ser moral, en traer a la presencia del lector lo oculto, lo acallado, las ruinas y escombros sobre los que se ha construido la pujante realidad que ha llegado a ser.

Jiménez Lozano, al declarar que su escritura no puede mentir, sobre todo cuando fabula, lo que está diciendo es que la razón de ser de la escritura es la de poner voz a los que no la tienen, o, si se prefiere, la de convertir al sufrimiento en un momento de la realidad y, por tanto, de la verdad que quiera comprenderla.

Esa inmensa tarea -que es la que carga de sentido moral al hecho de escribir- supone la complicidad de la memoria. La escritura moral es anamnética. Toda la escritura trabaja con la memoria, pero, insisto, lo que hace moral a la escritura es la memoria del olvido que produce la memoria de los triunfadores.

Hay una memoria que olvida cuando recuerda -y suele ser la memoria de los grandes escritores de éxito- que cuentan historias para legitimar al presente. La memoria moral es la de quienes perdieron y se perdieron, es decir, la memoria que denuncia las ausencias del presente, como vemos en relatos tales como 'El cliente' o la ayudadora en 'El cogedor de acianos'.

Que un escritor así, como es Pepe Jiménez Lozano, logre el reconocimiento general es uno de esos signos que, según Emmanuel Kant, muestran el progreso moral de la humanidad.