Creador de su propio personaje

Hace bastantes meses que Umbral desapareció de escena. Murió Francisco Pérez Martínez

César Coca

 

Felipe de Borbón le entrega el Príncipe de Asturias
En su casa en pijama y bata
Con los Reyes y el matrimonio Aznar tras recibir el Premio Cervantes en 2001
Umbral con Indro Montanelli

 

 

 

«Soy un hombre amortajado en tinta». Un Francisco Umbral triste, amargado por unos años de salud precaria, incapaz ya de mantener vivo al personaje bohemio, provocador y atrabiliario que cultivó con afán durante medio siglo, reconocía hace poco que no era capaz de entender cómo había podido escribir tanto sin dejar de vivir. Después de un centenar de libros y 14.000 artículos periodísticos, físicamente disminuido y consciente de que ningún título nuevo añadiría nada a su biografía literaria, Umbral parecía haber escrito su testamento en forma de crónica novelada. ‘Amado siglo XX’, publicado en primavera, es un repaso por la pasada centuria pero sobre todo por su propia vida, trufado como siempre de datos ciertos junto a invenciones verosímiles. Sin embargo, la pasada madrugada, con el pie en el estribo, aún pidió a su esposa que tomara notas porque iba a dictarle una columna. Así murió.

Francisco Pérez Martínez, como en realidad se llamaba, comenzó a construir su propio personaje como mecanismo de defensa ante una realidad desagradable. Hasta hace unos años, contaba que había nacido en Madrid en 1935, hijo único de un simpatizante de Azaña represaliado por Franco. Gracias a una investigación de la profesora catalana Anna Caballé, ahora se sabe que en realidad vino al mundo en 1932, hijo de madre soltera y padre desconocido. Sus abuelos, deseosos de evitar la vergüenza de la familia, lo enviaron a Valladolid para ser criado por una nodriza. Durante mucho tiempo, su madre fue para él la ‘tía May’.

En la capital castellana, donde comenzó a trabajar de botones en un banco en cuanto cumplió los 14 años, llegó a ser el adolescente más culto pese a que apenas si pasó por la escuela. Allí fue donde dio las primeras pinceladas a su personaje. Un cronista vallisoletano recuerda que en aquella época causó sensación su actitud durante una velada poética en el Teatro Calderón. Subió al escenario para limitarse a repetir: ‘Estoy cansado, estoy cansado’.

Miguel Delibes le dio su primera oportunidad en las páginas de EL NORTE DE CASTILLA, en 1958. Poco después, tras haberse casado con María España –su mejor apoyo en la sombra, haciendo lo mismo de chófer que pasando sus textos al ordenador–, recaló en Madrid y pronto se hizo famoso gracias a sus columnas en periódicos nacionales y regionales.

Chispazo de ingenio

Asiduo a las tertulias literarias del Café Gijón, Umbral siguió perfilando el personaje: su larga melena, pronto encanecida; las bufandas blancas sobre larguísimos abrigos negros; la voz engolada; la pose valleinclanesca; el adjetivo hiriente y el chispazo de genio que iluminaba sus columnas se elevaban sobre una literatura a veces lírica e intimista, que ha quedado sepultada por la crónica brillante pero con frecuencia superficial de una época. Él era consciente de ello y en una entrevista reconoció que bajo su nombre convivían dos escritores: el minoritario, «que mucha gente no reconoce» y el mayoritario, ese que sería identificado al momento por el conductor «del primer taxi que yo cogiera ahora». Este segundo autor era el que pedía el voto para el PCE a comienzos de los ochenta y luego para Tierno Galván, se manifestaba contra la OTAN o reconocía en público su amor por Ana Belén.

El rumor como arte

Aseguraba que nunca se paraba a pensar a qué género correspondían sus textos, quizá por eso fue capaz de crear un modelo de columna de clara raíz literaria alimentada por un lenguaje que contribuyó a renovar y que para muchos críticos es su mejor aportación a las Letras. Por detrás iría la crónica de su tiempo, esa larga serie de libros en los que habla de la España del siglo XX, a partir del relato de su propia biografía. «Yo he difundido muchos rumores. Esta es mi filosofía periodística –confesó en una ocasión–. El rumor, la calumnia sutil, suponen imaginación, adivinación, instinto, inventiva, mientras que la noticia la da mejor una computadora».

Umbral protagonizó polémicas sonadas y episodios esperpénticos. Ayer algunas cadenas de televisión recordaban su desabrida intervención, cortando el coloquio, en un programa de Milá: «Mercedes, tú me dijiste que yo venía a hablar de mi libro». También estuvo en la ‘máquina de la verdad’ de Julián Lago, algo que ningún otro escritor serio habría hecho. Incluso aceptó posar desnudo para una fotografía con la que ilustraron uno de su relatos de verano. Tenía, él mismo lo dijo, «la mala costumbre de ser siempre protagonista».

Tras el personaje público del escritor que no paraba de enviar a la imprenta libro tras libro (llegó a poner en el mercado 11 en un solo año) se escondía un ser triste, finalmente solitario tras haber roto sus relaciones con casi todos sus colegas y a la defensiva contra un mundo que nunca entendió del todo y que le premió con abundancia pero a destiempo.

La vida, que le puso en dificultades en sus primeros años, volvió a golpearle con la muerte de Pincho, su único hijo, cuando apenas tenía seis años. Sus restos serán incinerados hoy y depositados junto al nicho donde se conservan las cenizas del niño, en el cementerio madrileño de La Almudena. Allí, despojado de su propia máscara, ha llorado año tras año, cada 24 de julio, desde hace cuatro décadas. Era uno de los pocos momentos en los que el Umbral público dejaba ver al ser desvalido y atormentado que había debajo. Hace bastantes meses que el personaje Francisco Umbral desapareció de escena. Quien murió ayer fue Francisco Pérez Martínez