EL
Norte de Castilla empezó a ser
en seguida el norte de mi vida. En su
cabecera gótica aprendí a
leer. Luego, cuando veía por la
calle a algún periodista de El
Norte, me volvía a mirarle hasta
que se perdía de vista. Emilio
Cerrillo, Angel de Pablos, Félix
Antonio González. Todos. Eran
señores que fumaban en pipa y
escribían en el hermoso periódico
regional. Yo quería ser eso.
Pacorris Martín Abril, entre proustiano
y alfonsino, fue el primer escritor vestido
de escritor que conocí en mi vida.
Hasta que entré en El Norte y Miguel
me dio la única magistral lección
de periodismo que me han dado nunca:
–
Mira Paco, hay dos niveles: el periodístico
y el literario.
O
sea, que yo era insufriblemente pedante
y caprichosito. Pero me bastó con
eso y a Delibes le debo la clave de cómo
escribir en los periódicos. Don
Paco Cossío, por las calles de Valladolid,
con la chaqueta cruzada, pero suelta, volante,
la pipa ferroviaria y la melena blanca,
era ya toda la literatura en el Casino.
Luego fui muy amigo de él en Madrid
y le iba a ver a Chicote, donde escribía
por las mañanas (lo cuento en mis
memorias), y él me devolvía
la visita por la tarde, en el Gijón.
Artículos, siempre artículos,
que son el solo de violín del periodismo
y el soneto en prosa de la literatura.
Me lo dijo una vez:
–
Mire usted, Umbral, hay que hacer dos artículos
diarios: uno para vivir y otro para beber.
Corral
Castanedo le ha antologizado recientemente,
que es como antologizar El Norte. Qué manadero
de prosa, qué sencillez para dar
las ideas agudas y las imágenes
espléndidas, qué gran maestro.
La primera noche que entré en El
Norte, con Pastor, Jiménez Lozano,
Pérez Pellón y Melero, el
olor de papel, letra impresa y tipógrafo
dormido me emborrachó para siempre.
La resaca de aquello ha sido mi vida.
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