
Francisco Javier León de la Riva, alcalde
de Valladolid. / M.A. Santos |
Como
en tantas ocasiones, El Norte de Castilla
vuelve a ser testigo de excepción
de una apertura que en caso de Valladolid
adquiere ribetes de auténtico acontecimiento.
La inauguración y puesta en marcha
del Museo de la Ciencia supone la culminación
de un largo proceso, comenzado a partir
de una sugestiva idea a la que desde el
Ayuntamiento hemos venido prestando nuestro
apoyo, convencidos de su inusitado interés
para la ciudad.
De
esta forma, ha proseguido el empeño
de convertir a nuestra capital en una ‘ciudad
de los museos’, sumando nuevos centros
a los existentes y convencionales. El pasado
mes de junio abrió sus puertas el
Museo Patio Herreriano de Arte Contemporáneo
Español en el remozado Monasterio
de San Benito, una actuación espléndida
que conjuga diseño moderno y clasicismo,
donde es posible contemplar las más
selectas obras artísticas de autores
hispanos, desde las vanguardias de los años
veinte hasta nuestros días.
Y
ahora le ha llegado el turno al Museo de
la Ciencia, emplazado en la antigua fábrica
de harinas de El Palero, donde se ha recuperado
su edificio original completado con otras
construcciones actuales, entre las que descuella
su torre. Un mirador que ofrece increíbles
vistas de Valladolid, en las que el río
Pisuerga, a sus pies, hace las veces de guía.
Atrás quedan años de obras,
una de las inversiones más cuantiosas
ejecutadas por el municipio y la voluntad
manifiesta de proporcionar a Valladolid
un singular espacio cultural donde la ciencia
y la técnica, tan trascendentes en
nuestras vidas como a menudo lejanas en
distancia, se erigieran en protagonistas
sobresalientes desde una vertiente didáctica.
Ambas
materias, por su condicionamiento de la
existencia cotidiana del hombre contemporáneo,
se prestan especialmente al desarrollo de
un concepto museístico abierto, dinámico
y participativo, donde el público
no sólo contempla sino que puede
establecer una interacción con los
elementos que se le ofrecen. Por ello, todas las personas, con independencia
de su formación, gustos o edad, hallarán
algo en el Museo que les cautive, les entretenga
o les interese, relacionado con los muchos
aspectos reflejados en sus salas. Porque
el anhelado objetivo de instruir de modo
ameno, de formar desde el entretenimiento,
cobra carta de naturaleza en este recinto.
Un
recorrido por las distintas dependencias
que jalonan el complejo permite un acercamiento
real a materias como el cuerpo humano, la
percepción, el conocimiento, las
fuerzas de la naturaleza, el agua, el medio
físico y el cosmos, este último
a través de su avanzado planetario,
con aforo para ochenta personas y único
en Europa provisto de un sistema totalmente
digital. Esta instalación será,
sin duda, una de las más concurridas
del Museo, pero no por eso hay que dejar
de lado otras tan señaladas como
la sala del mapa –donde habrá
a disposición de los visitantes infinidad
de fondos cartográficos en diferentes
soportes–; la sala de exposiciones
temporales; la biblioteca o el auditorio,
junto al restaurante y la cafetería.
En
suma, el visitante encontrará numerosos
reclamos para disfrutar de su estancia en
el centro y pasar un rato agradable. De
hecho, el Museo nace con un espíritu
dinámico y abierto a toda la sociedad,
desde niños a personas mayores, desde
profanos a científicos y otros grupos
profesionales, y muy en particular hacia
los vallisoletanos, quienes desde su inauguración
hasta finales del mes de mayo podrán
conocer el recinto ‘in situ’
gracias a una promoción especial
que reduce el precio de entrada. El acceso
a la exposición temporal dedicada
a la automoción será gratuito.
Con
la apertura del Museo de la Ciencia, Valladolid
cubre una etapa más en su afán
por crear una oferta cultural y de ocio
amplia, variada y de calidad, con encanto
suficiente para atraer a visitantes de otras
provincias. A los lugares ya clásicos
como el Museo Nacional de Escultura o el
de Arte Oriental –tan interesante
como desconocido–, se suman otros
como el Patio Herreriano, sin olvidar el
ingente patrimonio monumental y artístico
que atesora la capital en iglesias, monasterios,
edificios históricos civiles…
Esa
apuesta proseguirá en breve con la
puesta en marcha de otros dos museos necesarios
para la ciudad: el de Cine, que se emplazará
en la Ciudad de la Comunicación,
como homenaje de esta tierra al séptimo
arte, y el del Ferrocarril, dedicado a un
medio de transporte tan hondamente vinculado
a Valladolid, de cuya expansión y
desarrollo ha sido –y va a volver
a ser– un activo acicate. Unos proyectos
que se completan con la Ruta de las Letras,
admirable actuación para remachar
la importancia del castellano que está
gozando de una gran acogida, o con los preparativos
para conmemorar, en 2006, los cinco siglos
del fallecimiento de Cristóbal Colón
en nuestra ciudad.
La
convergencia entre ideas originales y aprovechamiento
de recursos, unida al deseo de conciliar
tradición y modernidad, ya está
dando en Valladolid unos resultados satisfactorios.
Ahora, la inauguración del Museo
de la Ciencia nos permite mirar atrás
para ver el camino recorrido, tomamos aire
y seguimos adelante, con buen tranco, para
afrontar nuevos proyectos repletos de ilusión.
Nuestra ciudad, nuestros vecinos, se lo
merecen.
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