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Luto en el metro de Valencia

El descarrilamiento de un convoy de la línea 1 causó 43 víctimas mortales y fue el peor
de los registrados en la historia de España. Los ciudadanos revivieron el 11-M

El Norte/Valladolid

Los técnicos inspeccionan el convoy tras el descarrilamiento. / Efe

El accidente en el metro de Valencia –en el que murieron 43 personas–, el peor de los registrados en la historia de España, que hizo recordar en un primer momento a los españoles la masacre del
11-M ocurrida en Madrid, vino a ensombrecer la gran fiesta que los valencianos habían preparado, con motivo de la primera visita a España del Papa Benedicto XVI.

El siniestro tuvo lugar el 3 de julio al descarrilar y volcar un convoy de la línea 1 del metro de Valencia, cuando circulaba entre las estaciones de Jesús y Plaza de España, debido a un exceso de velocidad, ya que iba al doble de la permitida por ese tramo, que es de 40 kilómetros a la hora.

Los supervivientes del tren, en el que viajaban 120 personas, salieron por las ventanas en medio del pánico y de «la tormenta de chispas y humo» levantada por el vuelco, en busca de las salidas a la calle. El subdelegado del Gobierno, Luis Felipe Martínez, atribuyó el accidente a dos causas: «el exceso de velocidad, combinado con la rotura de una rueda». Las primeras declaraciones llegaron de los propios agentes que participaron en las tareas de rescate dentro del túnel. «Lo que hay abajo es un desastre», aseguró un policía. Y abajo, en el andén de Jesús, una de las 26 estaciones subterránea del metro de Valencia, los cuatro vagones retorcidos que formaban el convoy y la salida de viajeros ensangrentados revelaban el alcance de la catástrofe ferroviaria, una de las más graves en Europa y la mayor conocida en los últimos años en España, por delante del descarrilamiento de un ‘Intercity’ en Huarte Arakil en 1997 y el choque de dos trenes en Chinchilla, en el 2003.

Fue un fatal accidente pero, de nuevo, se repitió el horror vivido en el 11-M, cuando los móviles de las víctimas sonaban en intentos desesperados de sus familias por conocer la suerte de los suyos. De nuevo, muchos no contestaron. El móvil de los supervivientes también sirvió esta vez para alertar de la catástrofe a los servicios de emergencias, coordinados ya con motivo de la visita de Benedicto XVI y el Encuentro Mundial de la Familia. De camino al andén, el tren dio «un inexplicable acelerón», según el testimonio de los supervivientes. Los viajeros se miraron extrañados, pensando en un susto pasajero. En el primer bandazo fuerte, cuando el convoy ya había cogido una velocidad fuera de lo normal, se escucharon los primeros gritos. Y luego otro y otro bandazo, «de lado a lado», cada vez más violentos. El convoy parecía fuera de control y el pánico se adueñó del pasaje. Al afrontar la curva de entrada al andén, un tramo peligroso y señalado para moderar la velocidad, el convoy sufrió una brutal sacudida. Descarriló el primer vagón y en su desbocada carrera arrastró al segundo, desencadenando la desgracia. Todos los fallecidos viajaban en ellos. Los vagones de cola impactaron contra las unidades volcadas en la vía. El metro quedó a oscuras. Unos empezaron a patear la lunas para escapar, mientras que otros se quedaron quietos, como paralizados por el shock. Al salir al túnel, entre humo y chispas, comprobaron el horror: algunos pasajeros trataban de salir, ensangrentados. A rastras. Otros yacían mutilados, por las vías y el interior de las unidades.

Días después, el Papa, en su recorrido desde el aeropuerto de Manises hasta el centro de la ciudad de Valencia, se detuvo en la estación de metro de Jesús, ante cuya entrada rezó en memoria de los fallecidos. Benedicto XVI fue recibido por los Príncipes de Asturias.
Junto a la boca del metro , el Papa depositó una corona de flores blancas y ofició un responso para pedir el «descanso eterno y en paz» de las víctimas del accidente de metro; una «una tragedia» según dijo el Rey Juan Carlos, en su discurso.