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Israel siembra el horror en el Líbano

Más de mil civiles perdieron la vida en una guerra iniciada por el secuestro de dos soldados

EFE Beirut/ Jerusalén

Destrucción. Una mujer corre entre las ruinas de una calle del sur de Beirut tras un bombardeo de la aviación israelí a principios de agosto. / lefteris pitarakis-ap

El verano del 2006 dio lugar a la enésima guerra de Oriente Medio, desatada esta vez por la captura, el 12 de julio, de dos soldados israelíes por parte de milicianos chiíes de Hezbolá en una zona fronteriza entre los dos países.

Esos dos soldados –que siguen cautivos en algún lugar desconocido– podrían haber sido un capítulo más en las escaramuzas que Israel y Hezbolá han librado periódicamente desde el año 2000, cuando Israel se retiró de la zona que ocupaba en el sur del Líbano.

Pero Israel decidió que esta captura era la gota que colmaba el vaso y lanzó un ataque sin precedentes contra el país de los cedros, que se saldó con casi 1.200 muertos, la mayoría civiles, y cerca de un millón de desplazados solo en el Líbano.

Además de las sedes conocidas de Hezbolá, sus oficinas y medios de prensa, Israel bombardeó el aeropuerto de Beirut, destruyó puentes, bombardeó carreteras y hasta el puerto de la ciudad, con el pretexto de que estas infraestructuras servían para el tránsito de armas a Hezbolá.

Los barrios del sur beirutíes, feudo de Hezbolá, y numerosas localidades del país quedaron arrasados por la aviación israelí, pero esto no pareció mermar la capacidad de respuesta de la milicia chií, que por su parte bombardeó con sus cohetes el norte de Israel matando a 117 militares y 41 civiles.

Vida convulsa
La guerra supuso una tregua momentánea en la convulsa vida política libanesa, y sus dirigentes, cristianos y musulmanes, se unieron como nunca para pedir el fin de unos ataques que en Beirut se vieron como planeados de antemano en Israel con el fin de cortar las alas a un Líbano cada vez más próspero.

Pero entre suníes y cristianos también cundió la impresión de que Hezbolá había embarcado al país en una guerra donde se dirimían intereses ajenos al Líbano, en concreto los de Israel y Siria, y estas acusaciones envenenaron el clima en el país en los meses posteriores a la contienda.

De hecho, el Líbano está cada vez más dividido entre un bloque pro sirio formado por todos los chiíes, más los cristianos de Michel Aoun y el presidente Emile Lahud, por un lado, y un bloque anti sirio, estrecho aliado de Occidente, en el que se dan la mano suníes y cristianos de numerosas tendencias.

El Gobierno ha sido abandonado por el bloque anti sirio y cunde en la calle la sensación de que el país se encamina a un nuevo conflicto libanés, peor que la guerra recién acabada con Israel.

La guerra del Líbano ha pasado a la memoria colectiva israelí como una derrota y una humillación, no solo porque el número de víctimas fue alto si se tiene en cuenta que no se luchaba contra un ejército, sino porque el principal objetivo, desmantelar la milicia de Hezbolá, no se alcanzó.

La organización islámica libanesa disparó más de 4.000 cohetes de distinto diámetro contra el norte de Israel y con ellos consiguió paralizar durante más de un mes a un tercio del país y a su principal puerto y centro petroquímico, Haifa.

A la imposibilidad de frenar los bombardeos con cohetes se sumaron los fracasos del ejército en el campo de batalla, en parte debido a la necesidad de librar una guerra en dos frentes.

En efecto, el 28 de junio, tras la captura del soldado Guilad Shalit en la frontera con Gaza, Israel lanzó una operación masiva en la franja, que estaba en su apogeo cuando el brazo armado del grupo chií Hezbolá capturó a otros dos militares en una zona fronteriza entre Israel y Líbano y estalló la guerra.

La contienda dejó al descubierto una serie de carencias operativas en el ejército que hasta ese momento eran impensables en una estructura militar como la israelí, curtida en el campo de batalla desde su misma creación en 1948.

Problemas de abastecimiento de armas y alimentos a los soldados en el frente, incomunicación entre los mandos, falta de entrenamiento de las fuerzas de reserva, descoordinación al evacuar a la población civil, y violación de órdenes expresas –como la de no utilizar bombas de racimo–, son algunas de los fallos que estudian ahora más de sesenta comisiones especiales.

Por el momento, dos altos mandos, entre ellos el comandante del frente, Udi Adam, han dimitido por su actuación durante la contienda, que ha abierto una guerra entre generales en el Estado Mayor.

El jefe de las Fuerzas Armadas, Dan Halutz, se encuentra acorralado, como también el ministro de Defensa, Amir Péretz, y ambos podrían ser relevados por incompetencia.