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Tel Aviv abandona su proyecto unilateral y pretende negociar

 

Delia Millán EFE/ Jerusalén

Atentado terrorista de un suicida en Tel Aviv en abril. / Reuters

El primer ministro de Israel, Ehud Olmert, asumió el poder en mayo con el proyecto de resolver de forma unilateral el conflicto con los palestinos, pero se ha rendido a la evidencia de que la solución debe ser negociada.

Desde que la guerra del Líbano concluyó gracias a la intervención de la ONU y al despliegue de una fuerza multinacional, pero sobre todo desde la entrada en vigor de una tregua en Gaza, se han multiplicado las iniciativas internacionales para resolver el conflicto y ha aumentado la disposición a negociar de las partes.
Olmert asumió las funciones de jefe de gobierno en enero, cuando el líder histórico Ariel Sharon cayó en coma al poco de formar un nuevo partido, Kadima, (pues había roto con el Likud por su plan de retirada de Gaza), y se preparaba para unas elecciones generales.
El 28 de marzo, Olmert ganó esos comicios que se interpretaron como un referéndum sobre el Plan de Convergencia (inspirado en el Plan de Desconexión de Gaza) en base al cual Israel hubiera abandonado los asentamientos más aislados de Cisjordania y anexionado los más importantes y cercanos.

Este plan, que suponía una fijación unilateral de fronteras, solo se debía poner en práctica si no había por parte palestina nadie con quien negociar, pero Olmert señaló repetidas veces que no había tal interlocutor a la vista.

Kadima
Dos meses antes de las elecciones israelíes se habían celebrado en la Autoridad Nacional Palestina (ANP) comicios parlamentarios que había ganado el movimiento islámico Hamas.
Aunque Kadima ganó las elecciones con poco margen, el Plan de Convergencia contaba con un amplio respaldo en la sociedad, donde había cundido el sentimiento de que la paz negociada era un objetivo inalcanzable y lo mejor era separarse de los palestinos –con el muro incluido– para garantizar al menos la seguridad.

Pero la opción unilateral se desmoronó tras la guerra del Líbano. El Gobierno de coalición liderado por Kadima llevaba poco más de un mes en el poder cuando, el 25 de junio, milicias palestinas capturaron en la frontera con Gaza al soldado Guilad Shalit. Israel respondió con una operación masiva, cuyo objetivo era también acabar con el disparo de cohetes desde Gaza a su territorio.

Cuando aún estaba en marcha esa operación, el Gobierno, formado por personalidades con escasa experiencia militar, entre ellos Olmert y el ministro de Defensa y líder laborista, Amir Péretz, tuvo que hacer frente a un nuevo reto de seguridad: el 12 de julio Hezbolá cruzó la frontera libanesa y capturó a otros dos soldados.
Los gobernantes israelíes –a juicio de algunos observadores para que no se le reprochara falta de determinación por ser neófitos en asuntos militares– optaron de nuevo por una respuesta contundente

La captura de los soldados dio lugar a una guerra de 34 días que resultó ser la primera de la que Israel no salió vencedor.

El Gobierno de Olmert sufrió una derrota ante la opinión pública internacional, que condenó el uso desproporcionado de la fuerza, y ante la israelí por la improvisación con que se llevó la contienda.

Escarmiento
Además, los objetivos de la guerra no se cumplieron: los soldados siguen cautivos (también Guilad Shalit) y Hezbolá salió reforzado.

El escarmiento de la guerra llevó al primer ministro a renunciar al Plan de Convergencia, pues había quedado claro en el Líbano –cuya franja sur Israel desocupó en el 2000– que con retiradas unilaterales no se garantiza la seguridad.

La credibilidad del Gobierno cayó por los suelos y para apuntalarlo Olmert optó por ampliar la coalición incluyendo al partido ultranacionalista Israel es Nuestro Hogar.

Los problemas para Olmert se fueron multiplicando, en lo nacional por distintos escándalos, y en lo internacional por el cambio que está ocurriendo en EE. UU. desde la victoria demócrata en el Congreso.